XXI. Revelaciones (parte 1)

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Los nudillos de Dani golpearon tres veces con suavidad la puerta del baño, esperando por entrar.

Al abrirla, una bocanada de vapor la sacudió haciendo que el cabello de las sienes y la nuca se le humedeciera y se le pegase a la piel. Entre todo el vaho pudo, al fin, vislumbrarlo: en la ostentosa bañera llena de espuma se encontraba Thomas, sentado y sumergido hasta la cintura, con los brazos extendidos por los bordes y la cabeza hacia atrás.

Parecía una jodida escultura griega. Con el pelo mojado cayéndole sobre la frente y el pecho descubierto, dejando a la vista unos brazos fuertes y robustos. Dani sintió cómo su corazón se aceleraba, y el deseo de tocar cada lunar, cada cicatriz de su espalda, cada tatuaje era apremiante, pero se contuvo aunque le quemasen las yemas de los dedos. Un cigarrillo colgaba de sus labios, que ahora esbozaban una sonrisa divertida, y eso le causó gracia. Solamente él podría fumar en la bañera.

Cuando el aire volvió a sus pulmones pensó en que tal vez había sido inapropiado entrar ahí, y que su presencia podría incomodarlo pero, joder, había merecido la pena. Cuando sus ojos hicieron contacto con los de ella y la miraron interrogantes, supo que era hora de cerrar la boca y pensar en alguna excusa. No quería que él notase lo que acababa de producir en ella, preferiría que se le tragase la tierra.

— Pensé que te vendría bien —fingió indiferencia cuando le tendió el vaso de whiskey. Casi había olvidado el motivo de su presencia.

— Y acertaste, gracias —respondió alargando la mano y tomándolo. Estaba claro que Thomas no sentía ningún tipo de reparo y, conocedor de su físico, no pareció importarle mostrarse así delante de ella.

— Me encantaría darme un baño aquí —musitó pensando en alto. Aún no se había recuperado de lo que sus ojos estaban viendo y su mente no funcionaba con claridad.

— Bueno, aquí hay sito para los dos, casi ni nos rozaríamos. Si no quieres —respondió divertido de su ocurrencia. Y era cierto, se trataba de una enorme bañera rectangular en la que fácilmente cabían cuatro personas. Dani pensó en el motivo de por qué alguien que vive solo querría algo así en el baño de su habitación, pero no quiso hacer más cavilaciones.

Ignorando el comentario de Thomas, Dani se arrodilló detrás de él, y se tomó el atrevimiento de acariciarle los hombros, sintiéndose alentada por el impulso de querer estar más cerca de él. Quería comprobar que era real, y se sorprendió al notar lo suave que era su piel, y también al sentir que se erizaba abajo su contacto.

— ¿Estás bien? —preguntó verdaderamente preocupada, pues su estado físico y mental de hacía un rato era lamentable.

— Sí —ella supo inmediatamente que estaba mintiendo, pues Thomas Shelby nunca estaría bien. —Ha sido un día de muchas emociones. Un día muy largo... —Continuó tras dar un largo trago. —He muerto y he vuelto a la vida, Dani. Y solo gracias a ti lo segundo ha sido posible.

— ¿Para eso está la familia, no? —dijo con una leve sonrisa. —Además, con lo terco que eres habrías llegado a casa igualmente.

Thomas rió. Y el sonido de su risa, sonora y franca la pilló por sorpresa. Hacía siglos que no la escuchaba así, y se sorprendió a sí misma pensando en que esa melodía era lo único que querría escuchar por el resto de su vida. Era agradable, pero a su vez sintió temor, al ser consciente de que ese pensamiento no era algo bueno para ella. Quizás fuese la nostalgia, el whiskey, o la falta de oxígeno de ese cuarto lo que le había llevado a pensar en aquellas estupideces.

El baño quedó en silencio por unos minutos de absoluta calma en los que ella se entretuvo paseando sus dedos por la espalda de él, sin pensar verdaderamente en la motivación de sus actos o sus posibles consecuencias, tan solo disfrutando aquel momento tan íntimo, y asombrada de que aquel hombre no solo se dejase, sino que además buscara sus caricias.

𝕭𝖑𝖔𝖔𝖉 𝖆𝖓𝖉 𝖘𝖆𝖙𝖎𝖓    //    ᴘᴇᴀᴋʏ ʙʟɪɴᴅᴇʀꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora