Epílogo - Vientos del Sur

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La noche del 19 y la madrugada del 20 de diciembre fue memorable, no sólo para Arthur sino que también la Nación Argentina y sobretodo, para su Pueblo.

La gente se mantuvo en pie desde sus corazones llenos de fuerza, deseosos de recuperar lo perdido, los sueños y anhelos de toda una vida y varias generaciones. Las mentiras se deshicieron como polvo en el aire y las vendas de los ojos estaban comenzando a caer tras muchos años en solo algunas horas de esa húmeda madrugada.

Convocados por una fuerza invisible, cuyos pasos redoblaban en las superficies plateadas de los cucharones siguiendo la suave marcha de los latidos del nuevo corazon de Martín Hernández, la gente salió espontáneamente con una sola voz, demostrándole a sus gobernantes y al planeta entero (que a los pocos minutos se enteró de aquel singular fenómeno nunca antes visto en toda América del Sur) que nunca fueron derrotados del todo.

Sonaron las cacerolas, se apagaron las vidas y despertaron las conciencias.

-¡Que se vayan todos!

-¡Que se vayan todos!

Argentina estuvo con sus hijos todo el tiempo que pudo. Compartió sus lágrimas de tristeza y alegría con Victoria, su hermana; pero sus sonrisas y sus suspiros los compartió con su padrino: con la persona que por un momento le regresó el brío de la juventud, le dio esa mano que necesitó para abrir los ojos y, decidido, volver a luchar por todo el amor en su corazón.

¡Que se vayan todos!

Bajo ese grito la tierra se estremeció. No hubo retorno, la historia una vez más se escribió con la sangre de los caídos, con el hartazgo de un pueblo que deseó como nunca ver el sol.

Aquellos potentes rayos de luz brillaron con fuerza, iluminándolos a todos en cada paso... como hizo cada día antes y después de ese.

Ese Sol Victorioso no los abondonó nunca más.

*~*~*~*~*

Londres, Inglaterra

Ha pasado un año. No puedo creerlo.

En la misma habitación donde Arthur un día añoró la calidez de Martín, Victoria Alcorta se movió con prestancia, mirando cada una de las fotografías con una tibia sonrisa en el rostro.

El gris ceniza de sus pupilas se fijó en las imágenes que su hermano mayor había conservado de los días felices: su pequeño sanctasanctórum en el que sólo entraron alguna vez los seres que se ganaron el premio de la intimidad con él.

Un año, pensó la muchacha, nunca creí posible volver a ver a Martín así de alerta, corriendo de un lado al otro; dando órdenes, yendo con sus hijos por las calles de Buenos Aires preocupado y concentrado en darles lo que necesitaban, no lo que sus jefes decían era "lo adecuado".

Así es él: perseverante y dispuesto a todo, incansable en su traqueteo. Me ha gustado ese carácter desde que era una niña y ahora que soy ya una mujer, no puedo menos que admirar su fuerza y sentirme enternecida por su torpeza.

Sí, su torpeza.

Sonrió al rememorar esa mañana en Buenos Aires. Cuando notó que Arthur no pasó la noche en el hotel, Victoria se levantó y lo esperó con una taza de té en su cuarto con algo de preocupación y bastante ofendida por la poca educación con la que fue tratada en la cena por estos dos.

Indignación que no mantuvo en ristre por mucho tiempo, en honor a la verdad.

Arthur llegó por la mañana al hotel canturreando "Volver" como si nada, con la cabeza en las nubes; sonriente como no lo ví en largos años, practicando un revés de tango justo antes de alzar la mirada y paralizarse, con pánico británico, al verme frente a la entrada, mirándolo con franca curiosidad. Venía con unos jeans ajustados, el cabello revuelto y los ojos brillantes, emborrachados de sol.

Un Tango InglesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora