I

92 13 13
                                    

La luz del Sol se asomaba por la ventana.

Muy cerca de esta, había una cama, y acostado, estaba un hombre.

Cabellos negros, piel oliva, lucía bastante sereno bajo las cobijas, sin darse cuenta de que a su lado el reloj marcaba una hora tarde para llegar a su trabajo.

De no ser porque se movió un poco y la luz le dio en sus ojos azules, él nunca se habría despertado.

Inmediatamente se dio cuenta de la hora que marcaba su reloj, y se levantó con rapidez. Se vistió con su típico traje formal negro y salió de su casa.

No quería hacer enojar al que era su jefe.

Bruno Bucciarati trabaja en la editorial Passione, en Cerdeña, Italia. Es el asistente de un gran editor, y es considerado como el mejor hombre de toda la editorial. Amable, considerado, determinado... incluso guapo, así que era como el hombre perfecto.

Entró a una cafetería con cuidado de no molestar a otras personas, a pesar de que iba rápido no quería importunar. De esa manera, fue con la bonita mujer que atendía la barra.

—¡Hola Bucciarati!— saludó Anita con una sonrisa —Aquí están tus lattes

—Muchas gracias, te debo una— Bucciarati correspondió la sonrisa y tomó los lattes con prisa, mientras corría para llegar al gran edificio.

Entró al gran edificio de la editorial, saludó con prisa a la secretaria y fue hacia la oficina de su jefe.

Iba tan rápido, que no se dió cuenta de que alguien más iba pasando, así que tropezó con otro de los empleados, derramando así el café de su jefe.

—Pesci... Lo siento, no me di cuenta.— se disculpó con vergüenza, mientras miraba su camisa, estaba toda sucia con café.

Desde atrás, la secretaria, Trish, murmuraba con pena por Bucciarati. Bucciarati miró con cierta desesperación a Trish y ella le señaló a dos empleados que iban caminando y hablando animadamente.

—Illuso, ¡los mejores editores usan publicidad! De lo contrario nadie se daría cuenta de su existencia. Zucchero, Sale, Pericolo... ¿Y qué más tienen en común? ¡Un Pulitzer!— Uno de ellos, Formaggio, hablaba con el otro, con gran emoción, y al mismo tiempo, regañandolo.

Bucciarati no perdió el tiempo, se dirigió a ellos y dijo con prisa: —Formaggio, ¿me darías tu camisa?

—¿Cómo? ¡Es la mejor camisa que tengo!

—Te haré daré lo que sea, solo necesito tu camisa.

—Bien, pero será mejor que lo cumplas.— Dijo algo molesto. Ambos se dirigieron al baño e intercambiaron camisa. Salieron al poco tiempo y Bucciarati fue rápidamente a la oficina de su jefe.

En el fondo se escuchaban las risas de otros empleados, ensimismados en sus propias conversaciones, hasta que se escuchó el sonido del ascensor, de repente todo sonido se fue y solo se escucharon pisadas.

Trish se apresuró a mandar un mensaje a todos los empleados de la oficina: Llegó.

Quien había llegado había sido el jefe de Bucciarati, Leone Abbacchio.

Amado por aquellos que solo lo veían sin conocerlo realmente, o por quienes lo veían en reuniones profesionales, odiado por toda la editorial. Leone Abbacchio era un hombre de hermosa apariencia, pero con un carácter fuerte, de esa manera se había ganado el temor y el odio de todos.

Cabello blanco, ojos mitad lavanda y mitad amarillos, labios perfectamente pintados con un tono púrpura que resaltaba el color de su piel y sus ojos. Traje impecable y de colores oscuros. Era sin duda un hombre bello, pero su carácter no era tan bueno como su apariencia, era muy temperamental e intolerable, gritando a trabajadores cuando hacían algo mal o que no le gustaba.

La propuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora