VII

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Con el día siguiente llegó la parte que menos querían: la boda.

Bucciarati estaba en una habitación, arreglándose. Tenía un traje negro, con pequeños puntos blancos, y una flor en la bolsa del saco, la cual su padre le había dicho que se llamaba Tumbergia, o algo así.

Abbacchio se alistaba en otra habitación, con el traje que le habían regalado al igual que el collar. Además, llevaba un ramo de rosas blancas en la mano. Pensaba mientras se vestía. No quería arruinar esa familia. Nunca hubiera hecho esto en primer lugar. Sentía que se iba a desmayar.

Bucciarati se posicionó en el altar. A su lado derecho estaba Paolo, sonriendo, y al izquierdo Giorno. Ambos vestidos para la ocasión.

Entonces Abbacchio apareció.

La música empezó a sonar, elegida por Bucciarati pero pensando en Abbacchio, era una pieza de Monteverdi, "Vespro della Beata Vergine Mov. 11 Sopra Sancta Maria ora pro nobis". Eso solo puso más nervioso a Abbacchio, no quería que su boda falsa tuviera su música preferida. Pero siguió caminando suavemente, sincronizado con la música.

Narancia apareció frente a él y le entregó su mano, él la aceptó y siguió caminando hacia el altar, ahora acompañado.

La pareja solo se veía el uno al otro. Abbacchio tenía una mirada triste y nerviosa, y Bucciarati se encontró pensando en lo mucho que quería cambiar esa mirada de Abbacchio.

Narancia dejó al más alto en el altar, le sonrió y se fue a su asiento, muy cerca de Fugo, quien también estaba presente.

La pareja se volteó hacia el oficiador, que era nada más y nada menos que Mista.

—¡Estamos aquí reunidos para celebrar!— gritó Mista.

Leone dejó de escuchar un momento, miraba a los que tenía junto a él, a Bruno que parecía firme en lo que hacía, a Paolo que estaba al lado sonriendo y pensó en Narancia y en Giorno. Y se dió cuenta de que no quería continuar, no podía arriesgar una felicidad como la que tenía la familia Bucciarati.

Entonces, Leone alzó la mano, y Mista se detuvo. —¿Tienes una pregunta, guapo?

—No... es... más bien algo que quiero decir.

—Leone...— Bruno dijo en voz baja.

—¿No puede ser después?— dijo Mista, Leone negó y se volteó al resto de personas.

—Hola,— comenzó, y todos respondieron con la misma palabra. —Agradezco su presencia este día, y quiero hacer una confesión. Yo... nací en Francia, mis padres son italianos, pero fui registrado como Francés. Al expirar mi visa estaba por ser deportado, y como no quise irme de este país, ni dejar mi trabajo... Obligué a Bruno a casarse conmigo.

—Leone, detente.

—Bruno siempre ha sido el mejor trabajador que ha habido en la editorial, siempre ha tenido una excelente ética... ahora sé de quien la obtuvo.— sonrió un poco, mirando a la gente. —Sabía que si lo amenazaba con destruir su carrera, él haría... él haría lo que yo pidiera. Lo extorcioné para que me trajera con él y les tuve que mentir. Pero eso no fue sencillo. No puedo arruinar la vida de personas tan maravillosas como ustedes.— sintió la necesidad de llorar, pero de nuevo, no lo hizo. —No dejen que esto los separe... Todo es mi culpa.

—Leone...

—Bruno, esto fue un negocio, cumpliste tu parte del trato, pero ya se canceló.— regresó por donde vino. —Te veré en el muelle, me llevarás al aeropuerto.— le dijo a Fugo.

Todos vieron como Abbacchio salía, y la conmoción empezó. La gente estaba confundida y alterada. Pronto todos se dirigieron a Bucciarati para reclamar, Bucciarati hizo caso omiso y salió del granero, con dirección a la habitación que él y Abbacchio solían compartir. Tal vez si se apresuraba aún lo podría encontrar.

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