Capítulo 7. - Connard.

1.6K 149 9
                                    


Poché...

Dejé caer mi cuerpo por completo contra el suelo luego de haber terminado mi rutina de ejercicios. Abrí los brazos hacia el suelo mirando al cielo. Extrañaba a mis hijos, extrañaba a mi mujer, extrañaba la paz, la tranquilidad, los momentos donde me dedicaba sólo a estar con mi familia. Extrañaba a mi hermana menor, sus carcajadas, verla correr detrás de los niños, extrañaba sus molestos comentarios. Suspiré.

Me sentía agotada, harta de vivir un infierno durante años, sentía que ya no podía más, a nada de darme por vencida y entregarme a ello, quiero que mis tres hijos crezcan seguros, rodeados de felicidad, que nada les haga falta.

Me fue imposible controlar las lágrimas que comenzaron a caer por mis mejillas, una detrás de la otra, sin control, cuál cascada después de una fuerte tormenta.

Lloraba por la lejanía de mis hijos, por mi hermana secuestrada, por la preocupación que día a día habita en el cuerpo de mi madre, por mi esposa, por nuestro pequeñito que viene en camino y su estado agravado.

Nunca pensé que al enamorarme de Daniela mí vida cambiaría tan drásticamente, que nuestro mayor problema sentimental sería porque ella estaba bajo amenazas. Cuando acepté que estaba completamente enamorada de esa mujer de ojos avellana y cabellos castaños, entendí cuando mamá decía que llegaría alguien que me haría querer dejarlo todo, darle todo de mí. Que con solo su existencia mis días serían mejores, que no me importaría nada más que ella, su bienestar, su seguridad, su salud. Tenía razón cuando me molestaba diciendo que esa persona sería mi ahora esposa, tenía razón todas las veces en que, con risas cómplices, me susurraba al oído que esa mujer iba a ser mi perdición por la manera en que la miraba mientras ella ayudaba a Valentina con sus tareas, por cómo mi atención se enfocaba en ella mientras tarareaba canciones de cuna a nuestra hija.

No tengo ni una sola duda en que la amo con todas mis fuerzas, con cada terminación nerviosa de mi cuerpo, con cada parte de mí. La amo, y no cambiaría por nada eso, me hace feliz amarla cómo lo hago, ella me hace bien, es mi polo a tierra, en uno de los motivos por los que sigo adelante. La comandante Calle, me tiene completamente enamorada de ella, me tiene a sus pies.

Enderecé mi cuerpo unos cuantos minutos después y sequé mis mejillas antes de ingresar al interior de la casa. Perecía desierta, el silencio resultaba abrumador, tanto que daba miedo.

Seguí mi camino cómo si me dirigiera hacia las escaleras que daban a la planta alta de esta casa, contrario de eso, seguí hasta detrás de ellas donde encontré la puerta que mi esposa, ahogada en miedo, solicitó al arquitecto que ahí se colocara. Coloqué la clave en el teclado a su costado dándome acceso por completo a su interior.

Las escaleras en forma de espiral me recibieron, las bajé, una por una hasta el fondo de ese lugar, al llegar al final, luego de seguir un corto camino, me encontré con dos puertas de metal, coloqué, de nuevo, la clave correspondiente y me adentré a ese lugar adaptado para la seguridad de los niños, del tamaño perfecto en el que pudiésemos entrar cada integrante de esta familia y pasar una tarde aquí abajo.

Podía recordar las palabras exactas de mi esposa cuando lo vimos por primera vez.

—Perfecto...—Susurré. —Es perfecto para escondernos aquí, no sé, algún día en que los niños estén con los tíos o con los abuelos. —Sonreí. Y fue justo aquí, un día mientras nos ocultábamos del mundo donde hablamos sobre nuestro próximo hijo. —¿No crees que compramos una casa exageradamente grande para vivir sólo cuatro en ella? —Me preguntó. Le respondí con una sonrisa pícara que hiciéramos más integrantes. Ahora eso estaba siendo una realidad y no iba a permitir que una psicópata enferma se interponga en ello.

La Princesita de Papá: Los Calle Garzón. - Calle y Poché - (SEGUNDA TEMPORADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora