Si a veces podemos creer que un funeral es patético por el hecho de exhibir un cuerpo sin alma, como una masa fría que ya ni puede simbolizar correctamente a la persona perdida, creo que los entierros ganan por knock out. En la mayoría de las culturas es tradición darle una cantidad de ritos al cuerpo, sea por las razones que sea. En este preciso caso es como la mera exposición de la muerte y todos queremos aferrarnos a una idea pasada, sólo chocando y viéndose totalmente oscura al reaccionar la verdad. Unos ojos sin brillo ni vida. Este era el final, el hueco profundo donde se daba por terminada la celebración y emblema de la pérdida. Me quedé realmente abstraída examinando estos pensamientos mientras veía a todos llorando alrededor mientras bajan esa urna de tan buena madera, tan bien vestidos e interesados. Demasiada gente y aseguro que ni la mitad se trata de un verdadero aprecio hacia el que fue William Stanley. Detesto la parafernalia fúnebre.
Acabadas mis reflexiones inútiles regresaba a mí misma. ¿Qué haría durante el resto de la semana? Aquí yo no trabajo, ni estudio, ni nada. No pienso ir a la iglesia para que todos me vean con desaprobación. Entonces la única opción era quedarme en lo de Lysandro, plantada y en lo mismo. Ay, que este pueblo no me trae nada bueno. Camino por sobre las tumbas con sus lápidas y flores. Recuerdo que al caminar por este pasto pedía perdón a los ya fallecidos por tocar el único territorio terrenal o símbolo que les quedaba. Suponía que me perdonarían ya que yo sólo buscaba la lápida de mi abuela y entenderían que no había otro camino. Puede sonar hasta escabroso el pedir disculpas a un muerto, pero es tan infantil e inocente que se perdona.
La señora Adelaida aún no aparece. Jamás creí que podía afectarle tanto la muerte de ese hombre. Después de todo, en la adolescencia parecieron tener un importante romance, o algo así dijo el ojiverde. Inconscientemente pido disculpas otra vez a los muertos por pisarlos. Lysandro me espera al otro lado para regresar a Diamond Garden. Llegado ya el asfalto algo perturba mi visión. La pequeña Rebeca ya no luce tan pequeña, ¡Y José ha cambiado su peinado drásticamente! Y Sara, mi Sara hasta está más hermosa. El pecho se me cierra. Van en un coche junto a mis padres que pasan por el frente y ni se molestan en detenerse. Sólo una mirada me captura y no me pierde. Raquel. Sólo le veo media cara, mas estoy segura de que es ella.
-Leah -llama el ojiverde al verme detenida en medio de la salida.
-¿A qué crees que responde la necesidad de ver a un ser querido muerto, con las mejores fachas y envuelto en flores? -pregunté con un gesto de fastidio.
-Sinceramente no lo sé. Cuando tenía ocho, nueve años, moría por ver a mi papá aunque fuera en la urna. Recuerdo que mi tía me vistió con un terrible traje negro y gris. Y él sencillamente no era él. Estaba todo... -arrugó la nariz.
-¿Hinchado?
-Como globo. Al final no se consideró prudente verlo y lo taparon. Ya era tarde. Tuve esa imagen grabada por al menos dos semanas en mis sueños, hasta en las siestas más cortas. En las noches creía que venía por mí -admitió inseguro y se acomodó la corbata-. Igual, al menos no tuve que ver a Johnny.
-Imagino que no te dejaron -solté al azar.
-No. El cuerpo de Johnny no lo encontraron, así que era todo simbólico. Fue hasta más ameno -dijo con voz cruda. Me dio escalofríos.
-¿Nos vamos? -pedí intentando sacar esas imágenes de mi cabeza.
***
Hay un sitio al que pensé que jamás entraría. En mis antiguas escapadas a la casa de Lysandro él la denominaba "sala de cachivaches". Para mí ese nombre sonaba realmente arcaico. Aburrida de rondar por las mismas salas intentando localizar algo fuera de lugar (casi imposible con un dueño tan responsable) me dije a mí misma que tendría el derecho y la potestad de entrar allí, sólo porque sí. Para mi impresión era una pequeña sala cubierta de enormes telarañas, con cuadros, libros y otros misterios. Una vez me dijeron que yo atiendo al llamado del misterio. Con ropa cómoda decidí darle una merecida limpiada a la olvidada habitación y me siguió el distraído muchacho. Me senté sobre una vieja caja y, ¿Por qué no decirlo? Curioseaba, fin.
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Los ojos de Lysandro #CaprichoAwards
RomanceLeah es una joven soñadora de 16 años que desea ser profesora. El único inconveniente es que vive en un pueblo del norte donde el acento los caracteriza y las mujeres se casan jóvenes. Con escasas oportunidades de poder cumplir lo que se desea y una...