El chófer me dejó ante la que yo aún consideraba mi casa. A pesar de que me dieron la llave de una más grande, con pisos de mármol y detalles en porcelana, yo sólo deseaba esa. Aunque mi vieja casa no tuviera un baño digno como lo tiene la nueva, ella es parte de mí. Todas mis quejas quedaron en el olvido cuando me encontré sola en esa enorme casa de Diamond Garden.
Abrí la puerta y me encontré con una escena desagradable. Mi vieja y fiel cama donde soñé grandes momentos estaba en la sala, sin colchón, hecha leña. Adán la destruía a las órdenes de mi madre, mientras mis hermanos saltaban por la sala.
—¿Qué hacen? —pregunté horrorizada al ver desaparecer mi cama.
—Leah —volteó mi madre—. ¿No deberías estar en casa? Es mediodía. Deberías estar cocinándole a tu esposo.
¿Cocinando? ¡Yo quería llorar! Los pocos libros que había logrado captar en mi vida estaban en una esquina, sucios y desgarrados. Mis prendas de toda la vida en bolsas negras, como para ir directo a la basura. Todo lo que representara a Leah Thompson, en esa esquina, listo para ser desechado. Me aferré a mis cosas.
—¡No me vas a decir que lo conservarás! —gritó mi madre enojada. Adán seguía dando golpes a la que fue mi cama—. Eso es viejo. Tus cosas nuevas están allí —señaló una minúscula maleta sobre el sofá.
—Son mis cosas —repliqué dolida—. No puedo dejar que las tires así.
—¡Ay! —gritó obstinada Raquel—. Tienes todo el dinero de mundo, ¿Y te vas a quejar por esos trapos? Eso ya es egoísmo.
—Leah —interrumpió Sara con su figura regordeta—. Ya no tendré que dormir con Rebeca. Ahora tendré mi propio espacio en la litera —sonrió ampliamente.
—Y yo tengo un cuarto solo —dijo José con mayor alegría.
Claro. Los mayores se van de la casa y llenan los huecos. José tendrá su propio cuarto y las chicas estarán un poco menos apretadas. El único inconveniente es que están sacando mi esencia a golpes, ¡Justamente el golpe del machete contra la madera! Abracé mi rastro en aquella esquina y lo llevé conmigo. Ya no era la hija Thompson. Era la esposa Stanley.
***
Oí que sus pasos se acercaban. Metí la carta en un tazón próximo y sus ojos ni se enteraron. Iba vestido para el trabajo como todas las mañanas, con sus botas y un bolso con artículos de trabajo. Se sentaba cómodamente en la silla de la cocina mientras yo servía su desayuno. Me miró con una sonrisa.
—Hoy llegaré temprano —anunció el rubio, legalmente mi esposo—. Para antes del almuerzo.
—¿Y eso? —pregunté en tono monótono.
—Sólo hay que llevar un cargamento a la ciudad y —se introdujo un trozo de pan en la boca— es rápido.
—Está bien —susurré desviando la mirada.
Terminó de desayunar y arregló algunos detalles para su salida. Bienvenidos a mis mañanas, donde me despierto puntualmente a las siete, corro al buzón a tomar la carta antes de que él la vea, hago el desayuno y espero a que se vaya. Entró de nuevo ya listo para la marcha. Acaricia a Granito que se encuentra acostado en una esquina y se aproxima.
—Adiós Leah —dijo abrazando mi cintura y dándome un beso en los labios.
Lo siento, es un acto reflejo que cada que me besa, debo alejarme. Intento enmendar la situación dando una sonrisa incómoda, pero en su rostro se ve un gesto extrañado. Sale como con el ánimo más bajo ante todos mis rechazos. No puedo evitar sentirme algo culpable por toda esta farsa.
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Los ojos de Lysandro #CaprichoAwards
RomanceLeah es una joven soñadora de 16 años que desea ser profesora. El único inconveniente es que vive en un pueblo del norte donde el acento los caracteriza y las mujeres se casan jóvenes. Con escasas oportunidades de poder cumplir lo que se desea y una...