Sentí que me miraba con odio, pero la verdad es que toda esa furia no estaba dirigida a mí. Toda aquella rabia era para el fino vestido, que calzaba en mí de forma preciosa. Sería el vestido de mis sueños si no arrastrara consigo la desgracia. Y además, ver esos ojos verdes queriendo quemarlo con tan sólo posar la mirada, me hacía sentir un dolor en el estómago.
Acaricié su mejilla con el suave guante blanco, pero devolvió su rostro con ese gesto de asco.
—Sólo pídele al chófer que te lleve. Ya tienes el dinero —le pedí con cierto aire de súplica. Lo menos que necesitaba era tenerlo presente.
—Está bien —susurró con la mirada baja, decaído.
Iba como siempre. Con pantalones azul marino, una camisa blanca y la bufanda roja, a pesar de que hacía calor. A un lado de su pie tenía la maleta ya hecha, sólo esperando para salir de allí.
—¿No te vas a despedir de mí? —le pregunté yo también con tristeza en el rostro. No debía llorar.
Me miró con esos ojos tristes. Puso sus manos en mi cintura y se encontró con un listón violeta que adornaba aquello. Un sonido de desgarre me perturbó y al encontrarme con sus ojos, vi un destello infantil, como quien hace una travesura y la disfruta. Lo ayudé a romper el otro extremo y sonreímos. Ojalá un listón detuviera todo el evento.
—Leah —musitó tocando delicadamente mi rostro—. Estás tan brillante que siento envidia.
—Vete —insistí—. Alargar esto no es bueno.
—Esas expresiones deben ser sólo mías —dijo abstraído, mientras daba caricias sutiles.
Le tomé las manos. Estaba dándole vueltas al asunto y me desesperaba. Le di un largo beso, como para que le durara todo el viaje. Luego nos abrazamos, sin ánimos del soltarnos.
—Escribe —le pedí intentando no chorrear el maquillaje—. Cuidaré de Granito.
—Escribiré —anunció con voz ronca.
Sonó la puerta, alguien había entrado. Nos separamos como si nuestros cuerpos fueran polos iguales. Era Adán, con la elegante vestimenta, ahora muy serio al notar la presencia de Lysandro.
—¿Qué haces aquí? Sólo los familiares pueden estar en esta zona —le advirtió con ese tono violento que usaba para asustar.
—Me disculpo —lanzó el de ojos verdes una de sus sonrisas agregando una reverencia—. Le deseaba a la novia un feliz y largo matrimonio. Supongo que debo irme.
Me echó una mirada alegre, quizá falsa. Salió sin decir nada. ¿Ya estaba sola otra vez? ¿Cuánto faltaría para verle el rostro de nuevo? Intentaba con todas mis fuerzas no llorar, ¡Pero es que salía natural! ¡Qué rabia más grande! Y antes de que pudiera tan sólo tomar un poco de paz, entró mi madre con el estrés por los cielos. Miró el listón en el piso. Se puso tan pálida como harina.
—¿Qué hiciste? —preguntaba nerviosa, pegando el listón al vestido como si se pudiera arreglar mágicamente—. ¡Qué descuidada! A ver —se echó unos pasos hacia atrás—. No se ve tan diferente. Anda, vamos, el coche te espera.
Bajaba las escaleras encontrándome con todas esas sonrisas, esos ojos esperando todo lo que yo rechazaba. Una sonrisa tan poco natural se pintó en mi rostro. Y es que todos ellos parecían felices, excepto un ácido rostro. ¿Quién más podría ser? ¡La señora Stanley! Era yo tal vez algo que le desagradaba siempre. Sus expresiones hacia mí siempre eran de desprecio total.
Durante el viaje a la iglesia sentí demasiado nervios. Pensaba en la vida falsa que llevaría hasta que Lysandro volviera. Mi corazón se detuvo cuando el coche se detuvo. Vi a Juliana junto a mi padre. Me acerqué y tomé las manos de mi amiga.
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Los ojos de Lysandro #CaprichoAwards
RomanceLeah es una joven soñadora de 16 años que desea ser profesora. El único inconveniente es que vive en un pueblo del norte donde el acento los caracteriza y las mujeres se casan jóvenes. Con escasas oportunidades de poder cumplir lo que se desea y una...