Era una hermosa bufanda roja en la que había trabajo mucho. Sólo tenía algunos desperfectos, pero no dejaba de ser útil, además de bonita. Mi amargura tal vez eran esos atentos ojos, que no me dejaban respirar. Siempre sobre mí, buscando actos sospechosos.
—¿Es para él? —preguntó Raquel desde la litera, siguiendo mis movimientos.
—¿Qué más te da si es para él? —devolví con rudeza, ocultando la bufanda en un bolso.
—Es que no entiendo la obsesión que tienes con ese muchacho —frunció el ceño—. Te vas a casar. Ese hombre sólo quiere usar tu cuerpo.
—Tú lo has dicho. Me voy a casar, lo que deseas. Estamos todos en paz —mentí y salí con el bolso en las manos.
Siempre buscándole las cinco patas al gato, pero soy astuta. Hoy tocaba otra de esas sesiones en la iglesia, y con seguridad luego de que acabe iré a Diamond Garden en bicicleta. Así que inicié la marcha como ya era costumbre hacia esas desesperantes charlas que al menos me hacían ganar tiempo de calidad.
—Deben recordar siempre que la tentación ronda en las esquinas —decía alzando su dedo—. Como buenos cristianos, seremos fuertes. Los actos impúdicos se pagan, porque nuestra transición en este mundo es corta, pero el paraíso es eterno. El de arriba todo lo ve.
Su forma austera me causaba pánico. Tras finalizar, corrí a mi bicicleta. Vi como el padre se asomaba para mirarme de forma sospechosa. Tuve que ignorarlo y pedalear. No creo ser el peor ser del universo por tratar de hacer una mejor representación de mí misma. Soy el elemento defectuoso de la fábrica norteña porque no sigo al ganado. Soy el alma más libre que puede estar viva.
Entonces, me volví a encontrar frente a su casa. Abrí la puerta sin permiso una vez más, ¡Ojalá y tuviera ropa en esta ocasión! La sala desierta, sin que tan sólo el pequeño Granito me saludara. Igual estaba la cocina, desolada, aunque comida hecha delató su presencia.
Subí las escaleras con sumo cuidado para no ser oída. Caminé por la alfombra de puntillas, hasta encontrarme con la puerta que pertenece a su cuarto. Escuché que tarareaba una canción intentando atinar al ritmo. Tomé la perilla y en un movimiento rápido estuve dentro de la habitación. Quedó atónito al verme.
—¡Feliz cumpleaños! —grité alzando los brazos. Sus ojos se abrieron como platos.
Se fue sobre mí, envolviéndome. Se reía, era feliz, ¡Era tan bueno verlo sonreír!
—¡Dios! Por un momento creí que un fantasma venía a arrastrarme por los tobillos —dijo con sinceridad.
Nos sentamos en su cama, quedando justo frente a una ventana donde vi correr a Granito por el patio. Saqué del bolso la bufanda que tanto trabajo me había llevado. Sus ojos brillaron. Tomó la suave tela y se la colocó en el cuello.
—Es un poco rústica, pero sabes que en unos meses llega el invierno y puede que en New York haga mucho frío —sonreí mientras acomodaba la tela en su cuello.
—Leah, me puedes haber regalado un cuero y te juro que lo amaría. Si hay algo más maravilloso que este detalle, es que pienses en el futuro —dijo con una sonrisa tonta, olfateando la tela roja.
Lo miré con cierto enojo.
—Es increíble que me digas eso —reproché—. Estoy arriesgando mi cuello, ¿Y aún no crees que pienso en el futuro?
—Oh, no te enojes —me revolvió el cabello con ambas manos—. Sólo estoy algo decaído por esta soledad.
—¿Y tu madre? —pregunté curiosa.
—Con Clea. De los 365 días del año, escoge precisamente este para llevarla a la ciudad —dijo haciendo un puchero.
—Al menos tienes que certeza de que ella tampoco la está pasando bien —sonreí al pensar en la señora Adelaida gritándole que la devolviera a su casa.
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Los ojos de Lysandro #CaprichoAwards
RomansLeah es una joven soñadora de 16 años que desea ser profesora. El único inconveniente es que vive en un pueblo del norte donde el acento los caracteriza y las mujeres se casan jóvenes. Con escasas oportunidades de poder cumplir lo que se desea y una...