Trasladémonos ahora, de noche, a una casa aristocrática... de Howgarts, situada en la calle más lujosa y más céntrica de aquella ciudad, la calle de San Francisco. Allá, como en Gran Bretaña, la iglesia del seráfico fraile presidía el barrio más encopetado y rico de la población. En esta calle viven las familias opulentas, las que reinan por su lujo y por su gusto.
Atravesaremos la gran puerta de una casa vasta y elegante, en cuyo patio, enlosado con grandes y bruñidas piedras, se ostentan en enormes cajas de madera pintada y en grandes jarrones de porcelana, gallardos bananos, frescos y coposos naranjos, y limoneros verdes y cargados de frutos, a pesar de la estación; porque en Howgarts, inútil es decir que no se conoce el invierno, y que no se tiene idea de una de estas noches que pasamos en Gran Bretaña en diciembre y en enero tiritando, y en las cuales, por más hermosas que sean, la luna, pálida de ira, humedece el aire y va derramando reumatismos por dondequiera, como dice Shakespeare.
No: en Howgarts, en los meses de invierno, las plantas y los árboles no pierden su ropaje de verdura, ni las flores palidecen, ni las heladas brisas vienen a depositar sus lágrimas de nieve en los cristales de las ventanas.
Se siente menos calor, eso es todo, y los árboles se renuevan, según las leyes de la vegetación; pero la hoja seca cae impulsada por el renuevo que inmediatamente asoma su botón de esmeralda en el húmedo tronco. Así, pues, los naranjos, los limoneros y las magnolias del patio, que estaba perfectamente iluminado, se ostentan con toda la frescura y lozanía de la primavera.
Una fuente graciosa de mármol, decorada con una estatua, se levanta en medio, y alzándose apenas dos pies del suelo, salpica con sus húmedas lluvias una espesa guirnalda de violetas y de verbenas que se extiende en derredor de la blanca piedra, perfumando el ambiente. Aquello no es un jardín; pero es lo bastante para dar al patio un aspecto risueño, alegre y elegante.
Se sube al piso superior por una escalera ancha, con una balaustrada moderna, y cuyos remates y pasamanos de bronce son de un gusto irreprochable.
Cuatro corredores anchos, y también cubiertos con tersas losas de un color ligeramente rojo, se presentan a la vista al acabar de subir la escalera, y forman un cuadro perfecto en el piso principal. El techo de estos corredores, cuyo cielo raso está pintado con mucho arte, se halla sostenido por columnas de piedra, ligeras, aéreas y elegantes, que aparecen adornadas con hermosas enredaderas. Y en los barandales de hierro y al pie de ellos se encuentran dos hileras de macetas de porcelana, llenas de plantas exquisitas, camelias bellísimas, rosales, mosquetas, heliotropos, malva rosas, tulipanes y otras flores tan gratas a la vista como al olfato. Y jaulas con zenzontles, con jilgueros, con clarines, con canarios, entre las cortinas que forman la flor de la cera y la ipomea azul, y hermosos tibores del Japón conteniendo alguna planta más exquisita todavía, y peceras de cristal y surtidores de alabastro, y pequeñas estatuas de bronce representando personajes mitológicos, y grandes grupos en bajorrelieve en las paredes, todo esto aparece a la luz del gas encerrado en fuentes de cristal en aquella casa, revelando tanto la opulencia como el gusto.
Los corredores son jardines en miniatura. Uno de aquellos corredores conduce al salón, al que se entra después de atravesar una amplia y magnífica antesala amueblada lujosamente. El salón es una pieza en que se respira desde luego ese perfume que no da el dinero sino el buen gusto, es decir, el talento.
¿Conocen ustedes, en Londres, salones de familias opulentas? Pero no esos en que una fortuna insolente ha procurado aglomerar sin discernimiento, sin gracia, muebles sobre muebles, cuadros sobre cuadros, lámparas, columnas, consolas, jarrones, clavos dorados, tapetes, mesitas chinas, muñecos ridículos, formando todo aquello el aspecto de un bazar de muebles, el caos a que sólo da orden la inteligencia, y en cuyo centro se encuentra uno tan mal, tan a disgusto, tan deseoso de maldecir, como en la trastienda de una casa de abarrotes, como en la bodega de un judío usurero, esperando, en fin, por momentos ver aparecer a Mr. Jourdain, el burgués gentilhombre de Moliére, haciéndose el personaje de qualité y preguntándole a uno qué le parecen sus muebles. No: yo hablo de los salones elegantes por su buen gusto.
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El joven oficial 1 (Adaptación)
FanfictionDraco era un alma solitaria y triste que solo sabía servir como militar. Harry era un joven de la aristocracia protegido y educado para servir a la alta sociedad. El día que conocen más del otro, el corazón de Draco no deja de estar inquieto. Advert...