Por su parte, Draco, se pasó gran parte de la noche pensando en los incidentes que acababan de ocurrirle y que parecían influir definitivamente en su destino.
El nuevo amor ocupaba de una manera absoluta su corazón, y había sucedido al joven lo que siempre sucede a los que no han amado, ni han sido correspondidos nunca: que aquel hombre que se había mostrado más cariñoso con él y que casi le había confesado su predilección, era el que él prefería ahora, el que él adoraba, el que encerraba para él su esperanza y toda su felicidad. No hacía sino pocas horas que le había revelado el estado de su alma, y ya le parecía que habían transcurrido años de pasión y de ternura. Los amantes no miden la vida del alma por el tiempo. El amor a Harry había llegado a su plenitud en el corazón de Draco.
Ahora, apenas acabado de salir del aturdimiento que le habían producido las emociones que había experimentado esa noche, se puso a pensar en el porvenir de ese amor tan repentino como poderoso. El amaba a Harry, y era correspondido, según lo daban a entender las ardientes palabras del joven. Pero él era soldado en el ejército del Ministerio, los mortífagos se dirigían a Hogwarts, y era más que probable que nuestras tropas iban a dejar esta ciudad para ocupar posiciones ventajosas del otro lado de Hogsmeade. Así, pues, él tendría que salir de Hogwarts dentro de algunos días, y entonces ¿qué iba a ser de Harry? ¿Se quedaría en la ciudad y entre los mortífagos? Este pensamiento desesperaba a Draco que, conociendo ya perfectamente el carácter del joven, y sabiendo que era reputado como uno de los hombres más hermosos y distinguidos de Hogwarts, temía, y con razón, que a los pocos días de ocupar el ejército invasor aquella ciudad, ya Harry tuviese un nuevo capricho y olvidara completamente al oscuro oficial.
Y eso era tanto más seguro cuanto que él, Malfoy, no contaba para hacerse amar del Sultán, como lo llamaba Cedric, con ninguna ventaja, ni con las físicas de que tan pródigamente estaba adornado su amigo, ni con las que dan una intimidad de mucho tiempo, el atractivo de la fortuna o el prestigio de la victoria.
Todo lo tenía en contra. Si se sentía con alguna superioridad moral; si poseía las grandes dotes del corazón, estas dotes no se habían manifestado todavía, y permanecían desconocidas a los ojos del hombre amado, que bien podía dudar de ellas. La situación de los oficiales del Ministerio no era tal que pudiesen envanecerse de ella. Desde el heroico sitio de Hogsmeade, en el que como hemos dicho había tomado parte Draco haciendo prodigios de valor, nuestras tropas no hacían más que retroceder, y los enemigos avanzaban por dondequiera. Verdad es que la adversidad es un atractivo para las almas generosas; pero ni él era tan grande todavía para que un auror pudiese aspirar al título de mártir, que tanto interés da al partidario desgraciado, ni era de suponerse que, puesta frente a frente la situación de Draco con la victoriosa de cualquier mortífago, aquélla pareciera más fascinadora para el alma de un hombre que parecía idólatra de la gloria, como la de Harry.
Así, pues, los pensamientos que se levantaban en tumulto en el espíritu del joven oficial; le aterraban, y un sentimiento de desesperación se apoderaba luego de él.
Ni se atrevía a suponer siquiera por un momento que Harry saldría de Hogwarts a la llegada de los mortífagos. Era demasiado rico su padre y tenía bastantes intereses en aquella ciudad para que pudiera razonablemente esperarse que los abandonara a merced de los invasores, y aunque se hallaba reputado como patriota, esa reputación no era tal que le obligase a aceptar los peligros de la campaña y las consecuencias inevitables de los reveses.
Era necesario ser muy patriota, excesivamente patriota para abandonar las comodidades de una vida opulenta y lanzarse en unión de la familia a esa vida azarosa y llena de privaciones, que era la única que se presentaba en perspectiva a los ojos de los buenos ingleses.
Decididamente el padre de Harry no saldría de Hogwarts, y había que resignarse a la idea de dejarlo en esta ciudad; y como en tal caso había que renunciar a la esperanza de ser amado, Draco, aunque con una amargura indecible, se resignó a perder todo aquel mundo de felicidad que no había hecho más que entrever esa misma noche en un momento de embriaguez y de esperanza.
Y Draco, a cada uno de estos pensamientos mortales, sentía desfallecer su corazón porque comprendía también que su amor crecía por instantes, y que lo que antes no había sido más que una ilusión pasajera, se había convertido ya en una pasión ardiente e inmensa.
No había remedio para él. Se hallaba colocado entre sus deberes de patriota y de auror y entre sus esperanzas de amante. ¡Primeras esperanzas que habían iluminado el oscuro cielo de su vida y que era necesario sacrificar! Porque el austero joven no vacilaba un momento en preferir la patria a su amor y en consagrarse todo entero a la defensa de sus ideales.
Si había algo que le consolara en medio de este caos de desesperación en que sus pensamientos le arrojaban, era la remota posibilidad de que Harry, por un rasgo de su carácter romancesco, permaneciese fiel a su amor durante la guerra que iba a seguirse. ¡Qué encantos tendría entonces para él la terrible lucha que iba a emprenderse! Además de su gloria de auror, la gloria del amante; la idea de que hubiese una alma que pensase en él, que sufriese en sus adversidades, que se regocijase en sus triunfos, que suspirase por su vuelta, que odiase a sus enemigos, que conservara escondido, pero ardiente, el culto de la libertad, por el que él iba a combatir. Esto era la dicha, esto era la reproducción de aquellos amores de los tiempos caballerescos en que, mientras el guerrero luchaba por su patria y por su fe, su amada le animaba a lo lejos con sus palabras de amor, y le guardaba una fidelidad que era el premio de sus penas y de su valor. La bandera de la patria tendría entonces para él un símbolo más que idolatrar: el de su amor.
Draco no quiso renunciar a este último y dulce pensamiento. Ya muy avanzada la noche se recostó en su cama de campaña, no sin besar primero y repetidas veces la hermosa flor que Harry le había dado, y que iba a ser de allí en adelante un talismán sagrado que no se apartaría jamás de su corazón.
¡Si el pobre oficial hubiera podido escuchar las últimas palabras de Harry esa noche, cuánto no habría sufrido, y cuán espantosa no le habría parecido la vida, y cuán aborrecible ese mundo en que suele matarse a un hombre con una sonrisa pérfida!
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El joven oficial 1 (Adaptación)
FanfictionDraco era un alma solitaria y triste que solo sabía servir como militar. Harry era un joven de la aristocracia protegido y educado para servir a la alta sociedad. El día que conocen más del otro, el corazón de Draco no deja de estar inquieto. Advert...