9 La presentación

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Los dos jóvenes atravesaron alegremente los umbrales de la linda casita, luego un pequeño patio que parecía una gruta de verdura y de flores con un risueño surtidor de mármol y bajo una cortina de enredaderas penetraron en el corredor y se detuvieron en la puerta de la antesala.

Ya los esperaban. La hermosa castaña se adelantó hacia ellos y les dijo con la más dulce de las voces humanas:

—Pasen ustedes.

Y los introdujo en el pequeño y fresco salón, en donde se hallaban reclinadas en un sofá una señora de cuarenta años y el joven que antes se cubría el rostro con un velo, y que mostraba ahora el más lindo semblante que hubiera podido soñar un poeta musulmán.

Era moreno, de ojos verdes y cabellos negros y labios de mirto. Los jóvenes quedaron deslumbrados.

—Querida tía—dijo Malfoy a la señora mayor—tengo la honra de presentar a usted a mi buen amigo Cedric Diggory, comandante como yo en el ejército.

Diggory se inclinó graciosamente y murmuró las palabras de cortesía sacramentales.

Después Malfoy le presentó a su prima Hermione, que se ruborizó notablemente al encontrarse frente a frente del hermoso oficial.

—Ahora como compensación—dijo la señora—por el gusto que nos ha dado usted, presentándonos a su amigo, le presentaré a mi vez al mejor amigo de Hermione uno de los señoritos más distinguidos de Hogwarts. Querido Harry, mi sobrino Malfoy y su amigo.

Los dos se inclinaron respetuosamente.

Malfoy sintió, al encontrarse con la mirada de Harry, que se le oprimía el corazón. Evidentemente en los ojos verdes y lánguidos de aquella hermosura terrible había algo más que el brillo de la languidez. Había un agüero, quién sabe si feliz o desgraciado; ya sea que tengamos todos una sibila en el alma que nos hace presentir la influencia que ejercerá en nuestro destino la persona a quien vemos por primera vez, o sea que Malfoy, poco acostumbrado a acercarse a los hombres y mujeres bellos, se encontrase turbado y confuso, el hecho es que se estremeció visiblemente y que tuvo una sensación de miedo y de dolor.

—¿Se pone usted malo, hijo mío? —preguntó la señora con interés a su sobrino.

—No, tía, no tengo nada.

—Está usted muy pálido.

—Draco tiene una apariencia enfermiza—dijo Diggory—pero con ese cuerpo delicado que ustedes ven, disfruta de una salud robusta. Fue herido hace poco; pero eso pasó ya, quizá le ponga de este modo la agitación del momento, el clima nuevo para nosotros o, más bien, la timidez de su carácter, porque Malfoy es tímido de una manera rara.

—¿Tímido? —replicó la señora—pues será una excepción de su familia. Su padre y primo mío y sus hermanos no pecan por encogimiento. Al contrario, son la personificación de la alegría y la franqueza. ¿Y por qué razón—añadió preguntando a Malfoy—se ha dado la circunstancia de que cuando he estado en Inglaterra y aun en Wiltshire no he visto a usted jamás en su casa? Siempre me decían que estaba usted ausente.

—Señora, desde muy pequeño—contestó Malfoy—me alejé del lado de mi familia para estudiar; después entré a servir en el ejército; apenas conozco a mis hermanos, y por muy poco tiempo he permanecido bajo el techo paterno.

—¡Qué triste es eso! Pero ni aun en las reuniones íntimas, en aquellas en que no hay costumbres de que falten los hijos, como, por ejemplo, en los días del papá o de la mamá, he visto a usted en su compañía. Y los otros hermanos habían venido, unos desde Londres y otros desde el extranjero a ocupar su puesto en el banquete de la familia; sólo usted faltaba siempre.

—Estaba yo enfermo unas veces, otras llegaban algunos días después, por motivos independientes de mi voluntad; pero no había otra causa...

Esta conversación hacía mal a Malfoy, y era perceptible que deseaba no se continuase. La señora lo comprendió así y se volvió para hablar con Diggory.

El galante oficial que primero había observado rápidamente y a fuer de hombre conocedor a los dos bellos jóvenes, pasaba de uno a otra alternativamente los ojos, como en un estudio comparativo, y había acabado por comprender que los dos rivalizaban en hermosura y encantos.

La una era blanca y castaña como una inglesa. El otro moreno y pálido como un español. Los ojos marrones de Hermione inspiraban una afección pura y tierna. Los ojos verdes de Harry hacían estremecer de deleite. La boca encarnada de la primera sonreía, con una sonrisa de ángel. La boca sensual del segundo tenía la sonrisa de las huríes, sonrisa en que se adivinan el desmayo y la sed. El cuello de alabastro de la castaña se inclinaba, como el de una virgen orando. El cuello del moreno se erguía, como el de un rey.

Eran bellezas incomparables, y Diggory, sin decidirse por ninguno de ellos, hizo lo que en semejantes casos tenía de costumbre, se dejó arrastrar por la mano del destino. Dejó a la suerte la elección, y como se había de empezar por algo, se acercó a Hermione y entabló con ella una de esas conversaciones frívolas de primera visita, sobre la población, el clima, la catedral, las señoras, la casa y las flores, y todo lo que presta un elemento para formar diálogo. Hermione se sentía turbada y feliz, Cedric la encantaba; aquel carácter ligero, agradable, risueño, aquellas palabras llenas de chispa y de agudeza le parecían sonar por primera vez en sus oídos y tenía todos los encantos de la novedad.

Por otra parte, hemos dicho que Diggory era hermoso, y Hermione era de esas mujeres para quienes la forma es todo. Su pobre primo no podía sostener una comparación física con el joven y gallardo castaño.

Harry se parecía mucho en esto a su amiga. Adoraba la forma, creía que él era la revelación clara del alma, el sello que Dios ha puesto para que sea distinguida la belleza moral, y en sus amigas y amigos examinaba primero el tipo y concedía después el afecto.

Y esto no da derecho a suponer que los dos jóvenes careciesen de talento y de criterio, no; la naturaleza había sido pródiga con ellos en dones físicos e intelectuales. Harry pasaba por tener una de las inteligencias más elevadas del bello sexo de Hogwarts. Hermione era citada por su talento. Ambos estaban dotados del sentimiento más exquisito. Eran hombres y mujeres de corazón.

Pero juzgaban como juzgan casi todas las personas, por elevados que sean, y eso en virtud de su organización especial. Aman lo bello y lo buscan antes en la materia que en el alma. Hay algo de sensual en su modo de ver las cosas. Particularmente los jóvenes no pueden prescindir de esta singularidad, sólo los viejos escogen primero lo útil y lo anteponen a lo bello. Los jóvenes creen que en lo bello se encierra siempre lo bueno, y a fe que muchas veces tienen razón.

Así, pues, Harry, desde que llegaron los oficiales, por una inclinación irresistible no cesó de dirigir frecuentes miradas para examinar a Diggory, quien, a su vez, le hacía sentir el poder de sus ojos audaces e imperiosos.

El triste Malfoy continuó su conversación con la tía y le habló de plantas y árboles frutales. Era algo botánico, y como estaba poco habituado a las conversaciones de sociedad, procuraba mezclar siempre sus pequeños conocimientos para no quedarse callado.

No por eso dejó de observar la impresión que su amigo había causado en los dos hermosos muchachos, y más de una vez se quedó distraído y contrariado.

¿Comenzaba a amar? Puede ser, y en ese caso, la pura, la virginal Hermione, la que inspiraba amores castos y buenos, debía ser el ídolo de su corazón. Él necesitaba un ángel, y su prima era un ángel que encerraba en su alma todos los consuelos, todas las esperanzas que podían cambiar el aspecto de su vida solitaria y triste.

Pero la castaña sonreía a Diggory de una manera insinuante, era una esclava que se rendía sin combatir a su futuro señor.

Un momento después, y con los cumplimientos de estilo, los jóvenes salieron de aquella casa; Malfoy taciturno, Diggory alegre, decidor y risueño.

El joven oficial 1 (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora