ASPEREZA: II

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Todos los billetes eran carísimos

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Todos los billetes eran carísimos. Su madre estaba de muy mal humor. Llevaban más de media hora sentados, con las cabezas juntas y mirando la pantalla del móvil, en busca de la opción más barata para volver a Montreal. Todo era muy caro y la culpa era suya, por haber querido hacer una parada egoísta. Ahora la opción más barata era pasar la noche y buscar billetes al día siguiente o arriesgarse a compartir viaje con alguien y que fueran asesinos en serie. Salir de una para meterse en otra.

—Voy a coger dos billetes de avión para mañana y hacemos noche en el aeropuerto, si no te importa. —Decidió Vivian, sin una sola idea más que agotar.

—¿Pero eso no es muy caro? —preguntó Remo, mientras tiritaba. A la intemperie y tras pasar las horas centrales de luz, comenzaban a notar el frío.

—Da igual, todo es caro y me quiero ir a casa ya.

—Te ayudaré a pagarlo cuando lleguemos.

Dinero, solo podía compensar las molestias que le había ocasionado a su madre con dinero. ¿Con cuánta frecuencia se veía a lo largo del año? ¿Era el hijo independiente que llamaba por el cumpleaños a última hora del día? ¿O ella era la madre enrollada que había hecho una vida nueva después de conseguir que su hijo se emancipara? A pesar de que asimilaba su recuerdos poco a poco, los detalles más intrínsecos se le escapaban. A veces, le daba un pinchazo en la cabeza que le recordaba dónde había estado la semana anterior. Si lograba alejarse de las preocupaciones inmediatas, seguía en un mar de dudas, de preguntas sin respuestas, de flashazos descontextualizados, reales o irreales. No lo sabía.

—No te preocupes, podremos tirar si no nos vamos de vacaciones este año —contestó Vivian, tras guiñarle un ojo. Era el quinto cigarro que fumaba. Parecía una chimenea.

Remo no quiso meterse en sus decisiones. Lo más probable es que él no tuviera ni un centavo. Otra vez dependiendo de su madre.

—¿Cuántos años conseguí vivir solo? —preguntó, irritado.

Vivian no supo si contestar o no, ni siquiera de broma. Prefería buscar la clave de seguridad para tramitar la compra de la última parte del viaje. Lejos de Nueva York.

—Nunca me acuerdo de la clave... —Chasqueó la lengua—. Hijo, hazme el favor... Búscame en la cartera un papel que tengo apuntado a ver si...

El sonido de música hard rock a todo trapo cubrió la voz de su madre. Con la música, acompañaba el ruido de unos neumáticos derrapando en la esquina. Tanto él como Vivian levantaron la cabeza, interrogantes. Un Ford viejo, brillante, de año indeterminado —los setenta— para los dos, que no entendían nada de coches, se detuvo con un frenazo frente a ellos. Tardaron unos segundos en reaccionar.

—¿Has comprado los billetes? —preguntó Remo.

—Sí. Me acordaba de la contraseña. —La respuesta de Vivian fue más bien un gruñido—. Pero me los va a pagar él.

Reseco de veneno, sediento de sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora