ASPEREZA: III

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Apagó el cigarro en una jardinera llena de piedras mohosas y tierra muerta. La colilla la tiró al suelo del porche, no por deferencia a su exmarido sino a su hijo, que le habría retirado la palabra de saber que acerca una mínima traza de tabaco a lo que hace siglos fue una planta. Por el rabillo del ojo vio a Laika observarla desde la cristalera del salón.

«¿Me preguntará por cuarta vez si quiero un café o una infusión?», pensó Vivian con una consciente mala leche.

—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? —La novia de su ex se atrevió a acercarse. No es que fuera tímida, pero tampoco se la veía con ganas de discutir.

«Por eso están juntos».

—¿Fumas? —Le ofreció el penúltimo cigarrillo. Tenía más de reserva, podía permitírselo.

—Uf, creo que la última vez que lo hice estaba en la Universidad...

—No hace tanto, entonces.

Le salió del alma. Durante un instante, se arrepintió. Después...

«Qué más da, si seguro que se lo dicen continuamente los colegas. Es demasiado obvio».

—Menos que tú, supongo. —Laika se encogió de hombros y aceptó el cigarro, sin dar muestra de ofensa. Vivian sonrió.

—Al paso que voy, sí.

La chica le ofreció asiento en dos butacas de mimbre que tenían en el porche. Eran bonitas. No había sido cosa de Leo.

—Doy clases en la universidad... —le explicó, mientras le encendía el cigarro, cada una en el borde de su asiento, frente a frente.

Laika aspiró la primera calada, en un intento de no toser y enarcó ambas cejas. Así que Leo no le había dicho que su ex era socióloga.

—Con lo de Remo voy a agotar todas las horas que me debían mis compañeros y me voy a quedar sin vacaciones. —Se echó hacia atrás, despreocupada.

—Ha sido horrible. —Parecía sincera, como si le importara su hijo... Como si...

—¿Lo conocías? —La pregunta fue más inquisitiva de lo que le habría gustado a Vivian, pero los nervios no dejaban de traicionarla y ya comenzaba a aceptar la impulsividad generada por el estrés.

Esperó a que Laika procesara no solo la pregunta, sino el subtexto de la misma. No tenía ni un pelo de tonta. A saber por qué estaba con Leo. ¿Dinero? ¿Papeles? ¿Desesperación? ¿Falta de autoestima?

—¿Qué? No... —Quiso añadir algo más, pero se lo pensó mejor y ahí lo dejó.

Vivian se hundió en el asiento, con el ceño fruncido y el cigarro en la mano, convirtiéndose en cenizas. ¿Estaría mintiendo para proteger a Remo? ¿Remo habría obviado la existencia de Laika aposta? ¿Se habían puesto los tres de acuerdo para esconderle información? No es que le importara, claro, que su exmarido tuviera una novia mucho más joven, guapa y con la cabeza amueblada, en apariencia... Se trataba, más bien, de que consideraran que le fuera a afectar que la tuviera. Que más de una década después le fuera a importar lo que su expareja, la que la abandonó sin pelear por su relación —con un hijo de por medio—, hiciera.

—Parece muy buen chico. Es muy tranquilo y amable.

—Sí. —Frunció los labios—. Es una criatura increíble. No sé de dónde lo hemos sacado.

¿Cómo iba a mentir Remo a alguien? Remo no haría daño ni a una mosca. No sabe mentir, no sabe hacer daño. ¿Cómo podía dudar de su hijo, el hombre más honesto que había conocido nunca? ¿Cómo iba a mentirle ella al hombre más honesto que conocía?

Reseco de veneno, sediento de sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora