Las llamas lo han consumido todo: su hogar, sus vecinos, sus pertenencias y su memoria. Remo Milton es el único superviviente del incendio de su edificio y se ha despertado en el hospital con amnesia transitoria.
Los médicos no saben explicar por qu...
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Le costaba respirar. Notaba un calor sofocante en la cara, pero no tenía miedo. Solo era la reminiscencia del fuego que ya había quemado hasta el último cimiento de su futuro. Estaba en el jardín. Luego, todo se volvió negro. Parpadeó, desesperado por ver algo más que el vaho de una respiración que no era la suya.
Aunque no pudo ver nada, sí escuchaba. El ambiente cargado desapareció con una ráfaga de aire gélido. Un relámpago de luz le indicó que ya podía abrir los ojos de nuevo. Solo vislumbró una bandera borrosa. Roja. Y azul. La humedad no se había ido todavía. Le cortaba las mejillas.
Alcanzó a ver el pavimento mojado de la calle. Brillante, reflejando las luces tardías del crepúsculo. Unos edificios altísimos se inclinaban de forma grotesca cada vez que alguien pisaba encima. Tenían muchas ventanas. Había gritos, como en su apartamento. Estos gritos no los entendía. Lo único que entendía es que estaban enfadados. Él también. Eran una masa homogénea imposible de separar, un ser que le golpeaba una y otra vez, en un intento de recuperar su memoria.
En el jardín estaba solo. Y en silencio.
Le habían dicho que fue un milagro.
Remo Milton no cree en Dios, ni en los milagros. Sabía que tenía que haber alguna explicación. Un edificio entero consumido por las llamas. Por qué él sí y otros no. No estaba dispuesto a cargar con ese pensamiento sobre los hombros a menos que encontrara un motivo de peso que argumentara su supervivencia. Había que reconstruir hechos.
En el jardín no estaba solo. Había una mano. Una mano de piel tersa, dorada, estilizada. Como la mano de una mujer. Como la mano que le agarró una tarde lluviosa de otoño, en medio de la muchedumbre.
Salió del duermevela de forma tan repentina que quedó sentado en la cama de un impulso.
—Lorena.
No había nadie en el cuarto. Vivian todavía no había conseguido la comida, o no había terminado de fumar. Nadie escuchó el nombre que brotó de sus labios. Un nombre que su lengua pronunció con total familiaridad y, a pesar de ello, fue incapaz de responder a las preguntas que surgieron en torrente: ¿quién es Lorena? ¿Por qué se ha acordado? ¿Dónde está? Demasiadas incógnitas en tan poco tiempo. ¿Esa mano era de Lorena? ¿Dónde se encuentra el jardín? ¿Qué es el jardín de cristal? ¿Por qué no era capaz de visualizar el episodio completo en la calle? ¿Qué relación tenía con el resto?
Se golpeó la frente con el dorso de la mano. Se odiaba. ¿Amnesia transitoria? ¿En eso consistía? ¿Cuántas rarezas continuaría coleccionando desde que despertó desorientado en una cama de hospital?
***
Una ensalada preparada y dos manzanas fue el menú vegano que le ofrecieron. Vivian llegó con la bandeja no mucho después. Encontró a su hijo con la cabeza entre las rodillas. Durante un segundo, se asustó.