Si alguna vez alguien le hubiera pedido a Remo describir la palabra «vacío», habría respondido sin pensar. No habría tardado ni un segundo en relacionarlo con aquella habitación de paredes con un color, que no es nada, entre verde y azul. Con las ventanas cerradas, para que nadie se resfríe; el pitido de la máquina de pulsaciones y su propia respiración, tranquila, inalterable, acompasada.
Le ha costado recordar su nombre. Intentar mover el pie derecho fue lo primero que hizo al recuperar la consciencia. No fue abrir los ojos porque se sentía cansado, muy cansado. Agotado, diría él.
Todavía le pesan las extremidades, aunque ya le molesta la luz artificial de los fluorescentes. Aprovechó el momento de pausa para cerciorarse de que su nombre es su nombre, de que él es él, porque durante unos breves instantes, creyó que no existía, que no era nadie. Un ente, en algún lugar abstracto, flotando sin rumbo, prestando atención a lo que había a su alrededor, para averiguar dónde se encontraba. Decidió que ya era hora de abrir los ojos y hacer memoria.
«¿Qué ha pasado?», quiso preguntar. Pero no tenía fuerzas ni tan siquiera para abrir la boca. Esperó unos minutos hasta que alguien vestido con lo que parecía una casaca de sanitario se percató de que Remo Milton había vuelto del mundo de los muertos, del jardín de cristal y se había despertado a pesar de todo el sedante que le habían incluido en su gotero.
—Hola. —El enfermero saludó con cierta tranquilidad, una invitación a mantener la calma. Como si pudiera mover siquiera la cabeza para darle a entender que los escuchaba y hablaban el mismo idioma—. Estás en Cuidados intensivos.
Siguió hablando, solo que ya no le escuchaba. Indicaciones sobre el protocolo que deben seguir ahora que vuelve a estar consciente, suponía Remo. No más interesante que preguntarse qué hacía postrado en una cama de hospital, en Cuidados intensivos. Cómo había llegado allí y por qué.
Decidió, con cuidado, cerrar los ojos de nuevo, para concentrarse mejor. ¿Cómo se encontraba? No le dolía nada, pero se sentía extraño en su propio cuerpo. Una presión en la cabeza y en la barbilla, picor en las piernas, sudor en el pecho.
—¿Hola? —El enfermero se acercó a él precavido. Remo volvió a abrir los ojos. Estaba bien. ¿Por qué el hospital? Quería hablar, pero no tenía fuerzas. ¿Cuántos días llevaba ahí?
—Asiente con la cabeza si me estás entendiendo.
Obedeció. Sin lugar a dudas estaba vendado en un gran porcentaje de su cuerpo. La cosa pintaba fea. Necesitaba hablar, hacer preguntas. Estaba en blanco. O mejor dicho, en verde. Como las paredes asépticas. No sabía qué había hecho ayer... o el día anterior a llegar al hospital. El motivo por el que se encontraba ingresado. No parecía un cuadro de mala salud, sino más bien un accidente. ¿Cómo no se iba a acordar de un accidente?
Cerró los ojos. Deseaba estar en ese jardín. Con las gotitas de rocío arroyando, perezosas, por las hojas verdes de las plantas, por los pétalos blancos y púrpuras de las flores que los rodeaban. Pero no. No podía volver, ni acordarse del accidente, por mucho que apretara los dientes y se forzara a responder a preguntas sencillas. No tenía ninguna respuesta más que «Me llamo Remo Milton y vivo en Nueva York».
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Reseco de veneno, sediento de sueños
Misterio / SuspensoLas llamas lo han consumido todo: su hogar, sus vecinos, sus pertenencias y su memoria. Remo Milton es el único superviviente del incendio de su edificio y se ha despertado en el hospital con amnesia transitoria. Los médicos no saben explicar por qu...