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Crueldad;
Puede denominarse como una acción inhumana que genera dolor y sufrimiento en otro ser.

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Había sido un día ocupado para el joven actor; se la había pasado de aquí para allá todo el tiempo, distraído, con la cabeza en otro lado.

Esperaba con paciencia que la fémina llegara por la puerta del teatro, cada vez que podía pasaba por ahí, con la pequeña esperanza de que apareciera.

Más esa esperanza se fue poco a poco cuando la noche llegó. La hora de cerrar el teatro había llegado, por lo que el peliblanco se encontraba ansioso. ¿Por qué no había venido esta vez al teatro? ¿Tenía algo que hacer? ¿O era por lo que había sucedido la noche anterior?

Negó tratando de quitar aquellos pensamientos negativos de su mente. Suspiró calmándose, él sabía donde vivía, podría ir a visitarla y disculparse formalmente por aquella acción de la cual se arrepentía.

Se dirigió con tranquilidad a su casa, aunque se detuvo al ver un puesto de flores cerca, no tenía mucho dinero, por lo que sólo le alcanzó para una pequeña rosa de color rosa, esperando que pudiera demostrar su arrepentimiento hacia ella.

Se armó de valor y siguió con su camino, sintiendo su corazón ir a mil por hora, tenía un mal sabor de boca, ¿por qué pensaba que algo malo ocurriría?

Llegó al hogar de la chica, se acercó mientras tragaba saliva nervioso, viendo a través del portón; se encontró con una señora de la tercera edad, regando las plantas que se encontraban en el jardín.

—¡Disculpe! —llamó su atención, causando que volteara a verlo—. Vengo a ver a... —sabía que Cheonsa no era su nombre real, por lo que se puso nervioso en tan sólo unos segundos— una joven chica, trabaja en el teatro y quería hablar con ella.

—Sé de quien hablas —contestó la mujer, acercándose al chico, mirándolo con un poco de pena—. Ella se fue esta mañana, dijo que se mudaría.

—¿Qué...? —con sorpresa y tristeza preguntó, sin creer lo que la mujer le decía.

—Sí... yo le rentaba esta casa, y a mitad de la noche me llamó diciendo que había conseguido el trabajo de sus sueños —siguió hablando la mujer—. Aunque si te soy sincera, no se oía muy feliz.

—Ya veo —respondió después de unos segundos en silencio.

—De verdad lo lamento, muchacho —y sin más siguió con lo que hacía, dejando estático al peliblanco, quien aún no sabía cómo reaccionar.

Una lágrima bajó por su mejilla, pero la limpió rápidamente, para después correr lejos de ahí, en dirección a su apartamento.

No pudo evitar soltar algunas lágrimas en el camino. Su corazón dolía y la rosa que llevaba en su mano seguía intacta, no podía soltarla.

Una vez que llegó a su hogar dio un portazo, para después recargarse en la puerta y deslizarse, colocando la rosa en su pecho, apretándola, pensando qué tal vez así el dolor se iría.

Esta vez no detuvo sus lágrimas, simplemente dejó que cayeran hasta que se quedó dormido en esa posición, sin poder hacer nada para traer de vuelta a su querida amiga.

Cuando despertó, era la mitad de la noche. Se levantó y dejó la rosa en un mueble, dirigiéndose a su baño. Se mojó la cara tratando de despertarse, para después suspirar y entrar en su habitación.

No podía evitar sentir culpa, pensaba qué tal vez por esa acción que había hecho se había ido. Lo había arruinado, nunca podría arreglar nada con ella.

Si tan sólo no lo hubiera hecho...

Pero tenía que dejarla ir, aunque le doliera.

Y después de varios días, pudo hacerlo, o eso pensaba. Aunque aún sentía ese vacío en el corazón, que sabía que jamás se iría.

De vez en cuando, una pregunta siempre aparecía en su mente, recordándole lo mucho que le dolía la situación:

¿Por qué tenía que irse cuando todo se podía arreglar?

𝐄𝐢𝐠𝐡𝐭𝐞𝐞𝐧; ZenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora