La chica que pidió un deseo a una estrella

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Lucy se dejó caer en el sillón de la pequeña sala de estar, miraba el cielo estrellado pensando en lo poco que sabía de la magia estelar. Su madre le había enseñado muchas cosas, pero se fue tan pronto que dejó otras tantas al aire, así que tuvo que aprender a prueba y error, conforme se presentaba la ocasión y lo que los propios espíritus querían compartir con ella.

Lo poco que Leo había podido explicar era prueba de esa ignorancia que, sin embargo, quería remediar, pero no hallaba la forma de hacerlo.

—Ven conmigo —dijo Leo extendiendo su mano.

Lucy lo miró, aún estaba afligida, pero confió en él dándole la mano para levantarse del sillón.

No tenía ánimos para ir sobre el borde del canal como hacía regularmente y se conformaba con caminar cerca de su espíritu. No era tarde, así que varios negocios estaban abiertos, incluso el restaurante. La camarera que había ayudado a Lucy la reconoció y aunque no dijo nada, en su expresión era claro que no esperaba ni quería que regresara, pero fue Leo quien se acercó hasta ella.

—Necesito ver a Elena.

—Está arriba —fue todo lo que dijo.

Él giró para ver a Lucy, pero ella no estaba segura sobre si acompañarle, sentía que era demasiado personal como para ir y negó con la cabeza, solo se limitó a ocupar una mesa de café. Leo subió las escaleras que había recorrido muchas veces tiempo atrás. Sabía cuál era su habitación, la última del lado derecho, la que tenía la ventana más grande, y desde la cual, se podía ver la estrella de la tarde. Llamó con tres golpes rítmicos, de una manera única, y esperó.

—¿Elena?

Podía escucharla llorando, deteniéndose un momento al reconocer los golpes y después sus pasos dubitativos. La puerta se abrió despacio y vio sus ojos verdes en medio de la oscuridad de la habitación, estaban llorosos, hinchados, parecían rehusarse a creer que estaba ahí.

—¿Puedo pasar?

Se apartó para dejarlo entrar, aún insegura sobre si era real o solo uno de los tantos sueños que había tenido en los últimos años.

Temblando se acercó a él tocando las solapas del saco con la punta de los dedos, y al sentir la suavidad de la tela, supo que de verdad estaba ahí y volvió a llorar. Leo solo pudo dejarla recargarse en su pecho y la abrazó.

—¿En dónde estabas? ¿Por qué te fuiste?

—Lo siento. No era mi intención hacerte sufrir.

—Pero has regresado, esta vez no me dejarás ¿Verdad?

Tomando su mentón la obligó a levantar el rostro para verlo.

—Esta noche, es la última.

Las lágrimas volvieron a asomarse, pero no pudo decir nada cuando sintió su pulgar recorriendo sus labios, como hacía cuando estaba a punto de besarla, solo que esta vez no llegó el beso.

—¿Por qué?

—Es mi culpa, no pude cumplir tu deseo.

La sostuvo entre sus brazos, recordaba el día en que la conoció, acababa de llegar a Magnolia y estaba buscando el edificio del gremio de magos más cercano. No tenía nada, salvo su anillo que el Rey de los espíritus por clemencia le permitió conservar. Estaba aturdido, cansado y con el pecho oprimido por saberse desterrado de todo lo que conocía.

Acababa de descubrir también que, aunque usando un cuerpo humano resentía menos los efectos de permanecer fuera del mundo de los espíritus, también estaba sujeto a necesidades como el hambre y el sueño.

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