La princesa que quería hacer magia

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La princesa que quería hacer magia

La verja de hierro pintado de blanco, con enredaderas y magnolias de bronce se extendía todavía un largo trecho, y a Lucy se le figuró como la distancia equivalente de un país a otro. A cada paso, la joven empezaba a acobardarse, cuando Leo le pidió ayuda para reunirse con sus ex novias, pensó en dos o tres que siempre estaban en el gremio, pero la lista final que le había dado, independientemente de la extensión, incluía nombres que prometían muchos problemas.

Lo extraño era que ya lo sabía. Justamente el primer día que llegó, el maestro había leído un par de quejas de preocupados padres.

—Solo deberíamos contar las novias, no creo que las chicas con las que saliste una sola vez se preocupen demasiado.

La mirada de Leo a través del cristal de sus lentes, y su sonrisa nerviosa cortó esa idea, concibiendo otra un poco extraña para ella.

—¿Tuviste relaciones formales con todas ellas?

El espíritu carraspeo.

—¿Formal? Nunca llegamos a hablar de matrimonio.

La maga lo miró fijamente, acentuando su expresión casi inquisidora, con una mano en la cadera y la otra solo jugueteando con las llaves de su cinturón, parecía esperar una explicación larga y detallada que le diera sentido a lo que trataba de decir, pero esta nunca llegó.

—Entonces no fueron relaciones muy duraderas... a menos que... ¿Las veías a todas al mismo tiempo?

Leo sintió que el rubor llegaba a sus mejillas, pero no estaba seguro del motivo, nunca se había avergonzado de admitirlo, aunque tal vez se debía a que Lucy no lo aceptaba y tal vez ni siquiera conocía el concepto de poliamor, y le importaba mucho la opinión de ella, no solo por ser la maga con la que tenía contrato, sino porque esperaba que algún día entendiera que de verdad la amaba.

—¡¿Cómo podías hacer algo tan cruel?! —preguntó con el ceño fruncido.

Él respingó ante la pregunta, aquello sí le había ofendido.

—¡Yo nunca las engañé! Ellas siempre aceptaron que eran parte de una relación... amplia.

Fue turno de la maga para consternarse.

—¿Quieres decir que sabían que tenías otras novias?

—Sí —respondió con naturalidad.

Lucy sacudió la cabeza y continuó caminando.

—¿Cuánto falta para llegar?

—En la esquina, vuelta a la derecha, hay que contar cuatro pilares.

Ella hizo lo que le indicó y estaba frente al cuarto pilar, mirándolo sin encontrar algo especial, cuando Leo se quitó el anillo de la mano introduciéndolo en una grieta para usarlo como una llave. Un rayo le duz dorada resplandeció y frente a ellos se abrió un camino al interior de la casa.

—Usualmente, no se podría entrar sin una invitación explícita del señor de la casa. Usa hechizos de protección muy poderosos.

—Me imagino que no recibías muchas invitaciones explícitas.

—Tenía prohibido acercarme. Lord Orchid estaba convencido de que corrompía a su hija.

Lucy no quería darle la razón al Lord aquél, pero ella tampoco estaría muy dispuesta a aceptar que su hija estuviese saliendo con un hombre que tenía varias novias a la vez. Simplemente no podía tomarse en serio aquello. No obstante, conocía a Leo, y estaba segura de que nunca se aprovecharía de la situación o haría algo para deliberadamente dañar a alguien; al final se trataba solo de un espíritu desesperado que buscaba sentir afecto, pero eso no lo podía andar explicando a cada transeúnte con el que se encontraran y lo juzgara, por lo que el estigma de mujeriego e imposible para una relación formal, lo acompañaría siempre.

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