~Dia 7~

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QUINCE AÑOS Y UN MANZANO
(VECINOS)


Fuiste mi amor de niño, un amor puro e inocente. Yo saltaba el muro divisorio entre nuestras casas y jugábamos juntos. Observábamos insectos en primavera; yo te invitaba a jugar en mi piscina en verano. En otoño y después del colegio, luchábamos imaginando que éramos miembros de los guerreros Z, y tu mamá nos daba chocolate caliente mientras leíamos cómics en las tardes de invierno.

Nos dimos nuestro primer beso en el patio de tu casa, a los trece años, nerviosos de que alguien nos fuera a descubrir. Queríamos saber cómo se sentía un beso porque lo habíamos visto en las películas, y algunos de nuestros amigos ya presumían de esa hazaña.

—Solo estamos practicando, se supone que nos tenemos que besar con las niñas —me advertiste, limpiando tus anteojos con un pañito que sacaste del bolsillo.

Yo asentí en silencio, sintiendo el fuego en mi cara. Creo que en ese momento me di cuenta de que mi boca deseaba, desde esa vez y para siempre, el contacto de labios masculinos.

__*__

Seguimos compartiendo nuestras tardes después del colegio y nuestros fines de semana. A veces ibas a mi casa en la madrugada, bajabas por el manzano y golpeabas mi ventana. Yo te dejaba entrar a mi pieza, y conversábamos hasta el amanecer. Me contabas sobre esa "gurisa" que te gustaba pero que no te atrevías a acercártele. Yo solo te miraba, suspirando bajo la tenue luz del celular. Recuerdo una vez que me tomaste de la mano y comentaste que te gustaba porque era suave y calentita. Allí también me di cuenta, incluso antes que tú, de que los "gurises" también tenían cabida en tu corazón.

La gurisa te rompió el corazón, y sufriste tu primera decepción amorosa a los catorce. Te rechazó porque no le gustaban los frikis otakus. Aunque tú siempre fuiste más geek que friki, pero muchos mortales no están preparados para tener esa conversación. Me lo contaste una madrugada, y te vi llorar por tercera vez en la vida: la primera fue cuando te caíste del manzano a los diez años, y la segunda cuando tu papá regresó a Uruguay después del divorcio de tus padres.

Lo único que atiné a hacer fue abrazarte; yo también lloré un poquito, porque me parecía muy injusto que esa cabra de porquería te haya rechazado, a ti, al chico más guapo e inteligente del colegio. No, del mundo entero.

—Yo no te hubiera rechazado —dije sin pensar, con la voz cortada por mis patéticos sollozos—. Hubiera aceptado tus gustos, aunque no los compartiera. ¡Eres demasiado hombre para esa mina hueca y tonta!

Te apartaste de nuestro abrazo y me miraste a los ojos fijamente. Mi abrazo había sobrepasado con creces los límites de una muestra de afecto fraterno. Me tembló el mentón cuando fui incapaz de seguir ocultando mis sentimientos.

—Seba… Me gustas caleta. Yo sé que somos amigos, pero… pero…

No me dejaste terminar. Recuerdo tu carita roja, tus lentes medio empañados y tus hermosos ojos mostrando desagrado; sin embargo, y contrario a cualquier reacción esperada, me agarraste con fuerza de los brazos y te lanzaste a mi boca.

Me diste un beso violento, uno que parecía más un desafío que una manera de corresponder a mi torpe confesión.

—Estás enfermo, hijo de puta, esto no está bien, no está bien —murmuraste luego de otro beso, uno en el que intentaste meter tu lengua dentro de mi boca.

Nunca pensé que besarme con el chico que me gustaba fuese una experiencia tan agresiva. No me besabas con amor, ni siquiera como amigo; me besabas con rabia, tanta rabia que lograste transmitir ese sentimiento, haciendo que yo también me enojara.

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⏰ Última actualización: Dec 23, 2023 ⏰

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