Capítulo IV

208 19 0
                                    

—Vamos dormilona despierta— Susurró la guerrera. —¡Gabrielle despierta! — acabó elevando la voz.

Se acercó al no obtener la respuesta que esperaba y decidió destaparla a ver si así se despertaba por el cambio de temperatura mañanera, las manos de la bardo sujetaban la manta.  Las retiró y Gabrielle ni se inmutó, al destaparla, los firmes pechos de la rubia saludaron a una guerrera sorprendida dejándola sin aliento.

Gabrielle al percibir el cambio de temperatura se acurrucó hecha un ovillo, exponiendo más a la vista otras partes de su cuerpo, Xena tragó sonoramente y la cubrió decidiendo dejarla dormir unas marcas más. Con la armadura puesta al completo observó a la bardo dormir, luego escribió una nota en un pergamino de Gabrielle y lo dejó sobre la almohada, con un nuevo vistazo salió sigilosamente de la habitación.

 En plena calle se oía el ruido proveniente de los mercaderes, comenzaban a organizar sus tenderetes, la guerrera pasó por algunos de ellos y no vio nada que le convenciera, tampoco sabía realmente que buscar. Ella no era de compras, eso iba más con Gabrielle, así que decidió ir a la cuadra para visitar a Argo y hacer tiempo antes de ir a recoger a la bardo e ir juntas a comprar el regalo de su hermano Toris más lo que necesitaran para el viaje, siempre conseguían gangas.

Para cuando la bardo abrió los ojos en vez de encontrar a su guerrera reposaba una nota con una cuidada caligrafía que decía:

 Gabrielle he ido a ver si encuentro algo para mi hermano, visitaré también a Argo. No tardaré, no salgas de la posada y desayuna, procura no meterte en líos al menos hasta que regrese. X

Que protectora está últimamente. ¿Qué tiene de diferente Corinto a las demás ciudades qué hemos visitado?

Después de cambiarse decidió bajar a desayunar su estómago empezaba a pedírselo muy sonoramente. La posada estaba menos concurrida y menos ebria, cosa que agradó a la barda, era un aliciente a tener menos problemas. Seguramente todo el mundo se encontraba a esas horas disfrutando del extenso mercado, pues el bullicio se oía cada vez que alguien abría las puertas.

El posadero en persona se acercó mirando a la bardo, y le repitió dos veces lo que tenían para desayunar, pero a Gabrielle no le convencía.

—Si me da un pedazo de queso y pan, me quedo satisfecha— hacía ademanes con la mano a la par que gesticulaba dando énfasis a cada palabra que decía. — De verdad que no requiero tantas cosas, estoy acostumbrada ello, soy sencilla.

 —Te repito, tenemos gachas— Dijo algo bravo el posadero. —Cuando decidas avisa, tengo clientela que atender— propuso mirando a los nuevos clientes que acababan de entrar.

El estómago volvió a gruñir como protesta, la bardo lo rodeó con un brazo para apaciguarlo. Echó una mirada hacia la puerta tomando una silenciosa decisión. ¿Qué le podía suceder? Sólo iba a comprar algo para desayunar, aprovecharía la salida para buscar un regalo para Toris, convencida que la Guerrera no se decidiría.

Al salir lo primero que vio fue demasiado jaleo, los mercaderes hacían clientela con gente de diferentes nacionalidades. Algunos venían directos del oriente para vender o simplemente para comprar, al igual que los del norte. Las voces de los mercaderes se oían a viva voz para convencer a la clientela que era a ellos a quién debían comprar, se oía desde todas direcciones del mercado. Gabrielle pudo ver que era inmenso a medida que avanzaba, controlando el no chocar con nadie. Su mirada pasaba por cada puesto, a lo lejos le pareció ver a un joven alto moreno y apuesto, cuyos ojos eran parecidos a los de una ruda guerrera que conocía tan bien. Decidió ir a saludarlo y aprovechar para investigar que poder regalarle, al menos que el regalo fuera del agrado del cumpleañero, cuando llegó el joven tenía bastante clientela.

Todo en familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora