CAPÍTULO SEGUNDO. De cómo se sucedió el siguiente verano.

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El siguiente verano, fue diferente, después de haber estado en Madrid escribiendo en todos los libros del colegio Desi X Rafa, no podía haber sido más insulso.  

Llegué a finales de julio, cuando mis padres habían pillado vacaciones. Julia aún no había llegado y me había dado cuenta, porque siempre que una de las dos llegaba primero nos escribíamos una carta contándonos todo lo que nos había ocurrido durante el curso, para ponernos al día un poco, y no estaba su sobre en el buzón. Yo suponía que ella estaría en agosto allí y sí que se iba a encontrar mi carta en su buzón. Parecía una tontería, pero eso, con diez años aún me hacía ilusión. Bueno, en agosto cumpliría once años.  

Los primeros días que fui a la pisci no vi a Rafa, pero sabía de sobra que tanto él como Nacho estaban porque sí que había visto a sus madres por allí y al hermano pequeño de Nacho. Yo jugaba por las tardes y las noches con mis vecinos de al lado, Antonio y Joaquín y con sus primos, que vivían más abajo. Pero estábamos todos deseando que llegara agosto para que allí sólo hubiese niños.  

Aquel verano estaban construyendo casas en el descampado de en frente, una urba nueva. El padre de Antonio decía que para el final del verano ya habrían terminado la obra, porque él sabía de eso, era constructor o algo por el estilo. Antonio era de allí, bueno, donde vivía no había playa, pero prácticamente tardaba 20 minutos en llegar a la urba. A mí eso no me parecían vacaciones apenas, porque yo tardaba media hora en llegar al colegio en Madrid y de cuatro a seis horas en llegar a la playa, cuando no había atasco en la nacional, claro.  

Una noche que estábamos jugando los niños en mi calle a “base”, algo parecido al béisbol. Era de dos equipos, unos tiraban la bola con las manos lo más lejos que se pudiese y luego corrían por veinte bases que habíamos dibujado con escayola en el suelo y el otro equipo trataba de que no lo consiguieran. Bueno pues esa noche vi cómo pasaba el coche de Julia y como saludaba tontamente. Por si fuese poco, después de llevar allí seis días y no haberlos visto, acto seguido pasaron Rafa y Nacho riéndose y  hablando bajito como de secretitos.  

― ¡Eh! ― dije sin más.  

― ¿Qué pasa enana? ― dijo Rafa acercándose.  

― ¿Queréis  jugar a base?  

Rafa y Nacho se miraron y luego sonrieron. Rafa me dijo que no, que se iban a cenar y luego se iban a ir por ahí y después de eso me hizo una caricia en la mejilla y se fue. A los tres minutillos de aquello subieron los otros chicos y chicas de la edad de Rafa y Nacho que venían del mismo camino. Alberto tenía los mismos años que Rafa, catorce, era uno de los primos de Antonio y muchas veces venía a jugar con nosotros. Pero estaban en esa edad que ya empiezan a creerse más mayores. Con Alberto subían Diego y Joaquín (el hermano de Antonio), y después María, la prima de Diego, que tenía los años de Nacho y con la que siempre me había llevado muy bien. También subía Sofía, de la edad de Rafa, una chica que estaba en plena edad del pavo y que en esos momentos yo no entendía. Sofía había llegado ese verano en julio y María me la había presentado en la piscina.

  En aquel momento no pensaba en ninguna cosa rara, pensaba que todos aquellos eran amigos y que se iban a jugar un poco más lejos, porque sus padres les dejaban, y luego más tarde descubrí que se iban a comprar tabaco y fumaban a escondidas. A veces conseguían comprar unas latas de cerveza o se las cogían a sus padres y también se las bebían. Yo no sabía qué interés tenía dejar de jugar y dedicarse a eso, tratar de convencer al mundo de que estaban haciéndose viejos.

  Eso lo supimos una vez Julia yo, cuando una noche en la piscina estábamos Antonio, Fran (otro de sus primos), Rodri (otro chico de Madrid como Julia y yo) y Tatiana (una chica de Canarias, que no sabíamos por qué venía a veranear aquí habiendo las playas que hay allí. Aunque luego nos enteramos de que sus padres estaban separados y que en vacaciones pasaba un mes con su padre). Aparecieron por allí Nacho y Rafa, se pusieron al fondo en el lado de la piscina donde no estábamos nosotros cerca de unos árboles y se encendieron un cigarro cada uno. Estaban esperando a los demás para bajarse a una zona de las rocas (esto es que la playa más cercana a la urba era una calita que había tras la carretera principal a unos diez minutos caminando, quizá menos) y hacer allí un pequeño botellón. Los pequeños nos miramos y después miramos el reloj. Todos nos mirábamos con los mismos ojos entusiasmados. Cuando todos los medianos se reunieron en la pisci y después se fueron, decidimos seguirles. Eran las diez, y de sobra estaríamos a las once y media en casa.  

Hasta que te conocí...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora