CAPÍTULO PRIMERO. De cómo empieza todo, todito, todo.

686 23 8
                                    

La primera vez fue una noche de agosto. Recién había cumplido 10 años, estaba de vacaciones donde siempre, cuando sólo estaba “la urba” y la playa aun parecía que estaba lejos como para ir andando, y bueno todo parecía que estaba lejos como para ir andando; la urbanización más cercana estaba tras un larguísimo descampado ― y yo no digo que no fuera peligroso ― de donde solíamos sacar trozos de escayola con los que pintábamos en la carretera, cosa que a ningún mayor (los padres y seres de más de 40 que allí residían) le gustaba porque solían decir que “les dejábamos la calle echa una mierda y que nos fuésemos a pintar en la puerta de nuestras casas”.

Me había enfadado con mis amigos porque habían roto olla jugando a bote. Bote era un juego que molaba, y que no sé por qué extraña razón solo jugábamos en verano. Colocábamos una botella llena de agua en una alcantarilla y le dábamos una patada y cuanto más lejos se iba mejor ― mejor si no eras el que la ligaba, claro ―. Entonces el que se la ligaba la recogía, contaba hasta diez y se dedicaba a buscar a todos los demás que se habían escondido cuidando de que nadie volviera a patear la botella; por supuesto sin hacer perrito guardián. Otra cosa no, pero cabezota he sido siempre, he de reconocerlo. Menos mal que todavía me quedaba mi amiga Julia, que no sé bien por qué ni lo más mínimo nos hacía separarnos. Éramos y somos totalmente compatibles.

La cosa es que como nos habíamos enfadado unos cuantos, dejamos de jugar y cada uno nos fuimos por nuestro lado. Julia y yo nos fuimos a la piscina berreando y bien mosqueadas. Ninguna de las dos estábamos pendientes de que pudiera haber algún mayor o ningún otro niño allí. Nos sentamos en el césped.

Mientras desentonábamos y seguíamos enfadadas, pensábamos en algún otro modo de pasar el rato, porque sólo eran las diez, y por suerte en verano no llamaban nuestra atención los padres hasta las once y media más o menos. Luego podíamos jugar hasta las doce siempre y cuando estuviésemos delante de la puerta de casa, pero en ese momento:  

― ¡Julia! ¡Julia! ― se oía tras los setos que separaban la piscina de los adosados.

  ― Es mi madre, ahora vengo ¿vale Desiré?  

― ¿Y si ya no te deja salir?― le pregunté yo.

 ― Pues…me vienes a buscar ― dijo Julia con esa inocencia que nos caracterizaba a los niños ― pero sí que me van a dejar.  

Y Julia salió corriendo de allí gritando “qué sí, qué ya voy”. Yo estuve un par de minutos callada y mirando el agua, o yo qué sé cuánto, se me hizo eterno. Me recosté sobre el césped, frío a esas horas de la noche, y cerré un momento los ojos. De pronto noté una pisada al lado de uno de mis codos y me asusté y fui a abrir los ojos y vi a alguien a quien no reconocía porque tenía su cara muy cerca de la mía. Entonces pegué un grito y entonces la otra persona también gritó y se separó rápidamente.  

― ¡Ah, Rafa, eres tú! ― dije mirando al idiota de Rafa, que me había dado un susto… 

― ¿Qué pasa enana? ― Rafa se podía permitir el lujo de llamarme así porque me sacaba tres años ― ¿Qué haces sola?  

― Ná, estaba con Julia pero se ha ido un momento.

  ― ¡Joder!― Rafa también se permitía el lujo de decir algunas palabrotas “porque ya tenía trece años”―. ¡Qué royo lo de bote! Es que no se puede jugar con estos, siempre se están picando ¿A que sí?  

― Sí.  

― ¡Buah! Mañana en la pisci ya se les habrá pasado ― Rafa por lo visto me miró y notó mi mirada perdida ―. ¡Ey! ¿Qué te pasa por qué estás tan callada?  

― Ná, que siempre me dicen que es todo por mi culpa, y mañana no creo que me hablen, me darán de lado y no me dirán que me baje a jugar ― no sé por qué los niños éramos tan exagerados de pequeños ― y Julia fijo que se aburrirá de estar sólo conmigo y se irá con ellos y me quedaré sola como ahora.  

― ¡Hala! Gracias por la parte que me toca. Mira si pasa todo eso nunca vas a estar sola porque ¿sabes qué?  

― ¿Qué?― pregunté cómo esperando una gran solución.  

― Pues que no vas a estar sola, porque además de que Julia no se aburriría contigo…Estaría yo, que nunca te voy a dejar sola.  

Y después de decir eso, Rafa pasó su brazo por encima de mis hombros y los dos nos quedamos mirando el agua. No era la primera vez que Rafa me abrazaba porque ya nos conocíamos desde hacía dos años, y siempre habíamos tenido una gran afinidad porque era el vecino de Julia y nos la habíamos pasado más de una tarde los tres en casa de Julia jugando y haciendo el imbécil. Rafa se llevaba muy bien con Nacho, que vivía tres o cuatro casas más arriba que la mía en mi fila. Nacho tenía un año menos que Rafa y había venido nuevo este año, y aunque se venían a jugar muy a menudo, a veces no sabíamos dónde estaban. No sé dónde estaría ahora Nacho, porque eran inseparables, tanto como Julia y yo. De pronto Rafa cortó ese silencio.  

― ¿Y tú? ¿Me dejarías solo? ― clavó sus ojos azules en los míos, y era una pregunta que desde luego no esperaba, pero que rápidamente contesté.  

― ¡Pues claro que no! No, claro que no.  

― Me alegro un montón, enana. Pero no estés triste. Y además tú puedes con ellos, tienes carácter y si ves que te aburren o que no crees que te aceptan o lo que sea, te vienes con Nacho y conmigo y ya está ― Rafa decía aquello poniendo un gran punto y final, o eso creía yo ―. Porque Desi, nadie te va a parar los pies.  

Y después de decir eso, Rafa me dio un beso. Pero no un beso cualquiera, me dio un beso en la boca, de un segundo, pero eso sí que yo no me lo esperaba.  

― Te acompaño a casa que llevamos aquí veinte minutos y Julia no ha venido, ¿quieres?

  ― Sí mira, está ahí ― en ese momento apareció Julia por detrás de los setos y no lo agradecí más en mi vida.  

― Bueno, pues me piro a buscar a Nacho, venga fea.  

Se levantó y al irse saludó a Julia dándole una colleja, cosa que a ella no le hizo nada de gracia. Julia se acercó molesta y se sentó a mi lado. No me preguntó nada y yo no le conté nada, sin embargo ella me contó lo que le había dicho su madre que por lo visto la regañaba por haberse dejado, después de cenar, toda la ropa por encima de la cama.

  En cuanto a Rafa, quedaba mucho más con Nacho que hasta entonces y se iban por ahí con otros chavales más mayores. Cuando nos veíamos se comportaba normal, como si nunca me hubiese dado aquel beso. Y yo…que nunca había pensado que me pudiese gustar el idiota de Rafa, desde aquel día no paraba de pensar en él.  

Os preguntaréis si Julia se enteró de aquello. Claro que sí, pero fue unas semanas después, un día que me preguntó el porqué de tanto interés de que viniera Rafa a la piscina por las noches, o a jugar más a bote. Cuando se lo conté, la muy tonta se emocionó tanto que al dar un saltito nervioso se golpeó la cabeza con una farola, ¡cómo nos reímos!

Hasta que te conocí...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora