Cuando miro a la nada, un rostro familiar se engendra y la nada se transforma en todo; hace que el tiempo se detenga y el espacio desvanezca.
Una faz inocente y casta, brillante a la vez que bella, inalterada; y una presencia notoria que combina en armonía perfecta con la paz que transmite.
Siento que es un lugar seguro, que regenta la libertad, que aprecia el concepto más entero de la plenitud y ahoga las mariposas que revolotean sin rumbo por las entrañas.
En mi mundo, aquella cara da significado a lo perfecto, la razón para luchar por alcanzarla y conservar lo que más me define.
Cautivo en sus ojos de miel, esclavizado con su voz, corro sin descanso en busca del calor de su afecto, del lunar bajo sus labios, de la seguridad de su abrazo.
Soy como una abeja obrera, tratando de conquistar a la reina de otra colmena, atrapado en el camino a ella, bregando por liberarse de la red de una araña que presumo muerta.
¿Cuánto tardaré en llegar ahí?
