Esta pobre conciencia se desvela después de largas y recurrentes jornadas; el estrés no forma parte de la rutina, pero suele presentarse al más mínimo signo de inactividad y amarga monotonía.
Sin embargo, aunque aquello me quita las ganas de hablar con todos, no hace el mismo efecto contigo.
Es de noche, y acabo de terminar mi tarea, cuando veo que recibo un mensaje, y el emisor del mismo eres tú, preguntando cómo ha estado mi día, y en qué estoy pensando en este momento; ¿sería demasiado decir que estoy pensando en ti?
Modelo de pequeña cintura, de tersa piel morena y de ojos dulces, que mis días alegra con sólo desearme el bien, y es el mayor motivo para que mis noches en vela valgan más que el oro mismo; lo tienes todo para conquistarme, pero me conformo con ser seducido por la curva más hermosa de tu cuerpo, así como por ese carácter fuerte que sólo provoca el seguir negándome a renunciar a ti, ya que tuyo soy, y nadie puede negarlo, salvo nosotros.
Entre las más aburridas tardes que me atormentan, me regalas una amplia sonrisa que me hace olvidar el estrés y el dolor en mis músculos, mientras escribo mis pesares y pasiones con los dedos en el teclado o la mano en el papel.
Con tus manos curativas, abrázame durante la noche y el frío, sobre el vasto espacio del que gozo en mi lecho de descanso, y permite que te vea a los ojos, donde el alma entera se derretiría al instante de cruzar con los míos; déjame verte caminar, con tal gracia y belleza, sobre esta larga e infinita pasarela que conoces como mi corazón.