CAPÍTULO CUADRAGESIMOPRIMERO

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Las ramas la golpeaban en el rostro, arrancaban las lágrimas que no cesaban de brotar. Corría como lo hacen los animales desbocados. No buscaba más que desahogar la impotencia y la desesperación.

Una raíz la tiró al suelo, golpeó la tierra con los puños y volvió a emprender la carrera. Rejuvenecer de golpe tantos años había trastocado un tanto su forma de enfocar los sentimientos de odio y de culpa, y aunque era cierto que tras ser consciente de que ya guardar aquel odio no tenía sentido alguno, su mentalidad ahora más joven le hizo enfatizar aún más la culpa, dejando la poca templanza que blandiera horas antes en un vago recuerdo, rugiendo por dentro con el deseo de retroceder aún más y así quitarse ya todas esas emociones que la devoraban por dentro.

«¿Por qué lo hice? —se castigó—. ¿Por qué los arrastré conmigo? Debí haber dejado al olvido mi maldito odio. Debí haber madurado... Algo que nunca he logrado hacer en mi puta e interminable vida. Si lo hubiera hecho, ellos aún estarían... ¡Maldita seas, Tiserisha! ¡Maldita seas! ¡Eres tú y no ellos quien tendría que estar muerta, joder! Y todo... para nada».

Sus  pies descalzos comenzaron a bajar el ritmo, pisando la hierba y las hojas secas, con el sonido de fondo del ulular de un búho que parecía pretender dominar la noche. Con el cuerpo sudoroso, comenzó a sentir el frío de la noche en su desnudez. Se abrazó a sí misma, arrugó el rostro mostrando pesarosas líneas junto a los ojos, cayó de rodillas y se puso a llorar de nuevo.

—Maldita seas... —se repitió una vez más.

—¿Te encuentras bien?

Tish se puso en pie como tirada por un resorte ante aquella voz. Con ojos muy abiertos pudo ver a un hombre de rostro afable, que levantaba una mano hacia ella con gesto tranquilizador.

—Calma —dijo con aquella voz suave—. No voy a hacerte daño, niña.

Tish no dijo nada, miró en todas direcciones. Tan solo había más bosque, más arbustos, más oscuridad. Solo el sonido de aquel lejano búho.

—Debes de tener frío —insistió el hombre—. Me llamo Viliber. Solo soy un comerciante. Ahí cerca tengo mi carro. Mi mujer y mi hijo vienen conmigo. Igual, te quieres unir a la cena. —Mostró una bonita sonrisa bajo su barba de varios días—. Y puedo darte algo de ropa.

Tiserisha, quieta en el sitio, lo miró con desconfianza. Insistió en buscar en todas direcciones.

—Si lo prefieres —dijo Viliber—, me voy. Volveré con una manta y la dejaré aquí, junto a un plato de verduras. Luego, me iré y no volveré más.

Un ruido tras unos arbustos sacudió el corazón de Tish y se tiró al suelo, dando media vuelta, buscando al atacante.

—Un conejo —sonrió el comerciante al ver al animalito surgir de los matorrales—. Tengo entendido que no son muy peligrosos, pero en el mundo en que vivimos, ¿quién sabe? —Le guiñó un ojo—. Ahora vuelvo.

Tish, con el corazón en un puño, calmó su respiración y vio al tipo desaparecer. Miró de nuevo a aquel animalito despistado salir corriendo de aquel lugar, y con la duda carcomiéndola por dentro, se decidió a seguir a aquel hombre.

El carro de tiro del comerciante no quedaba lejos, tenía una especie de estancia cubierta por una lona oscura, atada a las esquinas. Había una mujer sobre el pescante, que habló con voz desagradable al hombre.

—¿Dónde te has metido? —escupió—. Debemos seguir avanzando, o no llegaremos al alba. Aquí no hay más que rascar. El res...

—Sí, sí —escuchó responder a Viliber, interrumpiendo a la señora—. Es que he encontrado a una niña. Tan solo voy a llevarle algo de comer y una manta.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora