CAPÍTULO VIGESIMOQUINTO

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Esas malditas brujas creadas por Fudo han arrastrado el desastre hasta aquí, hasta encontrarme, y parece que exigen mi puta cabeza clavada en una pica. Pero, ¿qué coño quieren de mí? Yo dejé de tener relación alguna con su creador mucho antes de que las trajera a este mundo, y si como dijeron, ya acabaron con su vida, no comprendo por qué vienen ahora a por mí. Maldita sea mi suerte, con lo tranquilo que estaba yo aquí, entre rosas y claveles, viviendo la vida con el sosiego que las prostitutas me conceden. Y mírame ahora; el dios de Luz escondido en su Torre como un jodido cobarde.

Pero no me falta razón... Esas que se hacen llamar hechiceras blanden el Albedrío de la Magia como nosotros, como los dioses. Cuando vinieron por primera vez, pude ver que todas ellas poseían algún elemento en su interior, y no solo eso; sabían cómo usarlo... Sobre todo aquella que las encabezaba. La de cabellos cenicientos... En sus rosáceos ojos pude ver el odio más profundo reflejado como un fuego inquieto. Es peligrosa. Cuando atacaron la ciudad, reclamando mi persona, pude ver cómo esa hija de puta dominaba más de uno de los ocho elementos. ¿Cuántos de ellos correrán por sus venas? ¿Cómo logró el cabrón de Fudo crear algo así? Sabía que nuestros experimentos creando vidas inhumanas nos llevarían al desastre, y por eso abandoné toda práctica al respecto. Pero, por lo que veo, el destino quiere venganza por todo lo que hicimos con aquellas vidas inocentes, y me ha mandado esta prueba para que termine de aprender la lección.

Aun así, no puedo permitir que me estorben, pues tengo algo importante que hacer. Y si se atreven siquiera a tratar de arrebatarme la vida, caerán conmigo... Maldita sea.

Lucero, Antiguas notas


***


Tiserisha se calzó las botas. No se permitió el dormir, el bajar la guardia. La voz de Blade sonó a reproche.

—¿No puedes relajarte ni un instante? Te aseguro que ese es el mayor de los placeres de la vida.

La chica lo miró de soslayo, lo suficiente como para hacerlo callar.

—Vuelvo al puesto de vigilancia. Tú descansa, si es que el esfuerzo te ha dejado tan débil.

Y su sonrisa envenenada empujó al vampiro a levantarse como tirado por un resorte. El orgullo a veces podía tirar de uno más incluso que el deseo.

—Estoy bien —dijo con voz ancha, ensartándose el jubón—. Vamos a ver que tal está tu amiguito.

—No pienses que esto se va a repetir.

La advertencia de la vampiresa de rojos y despeinados cabellos dibujó al fin la característica sonrisa de siempre en el rostro del joven, que se acercó a ella y apartó un mechón de ondulado pelo.

—Eso ya lo veremos.

Tish, tras un instante de enfermiza duda, apartó sus dedos de un manotazo. Miró la aún desnuda entrepierna del chico y bufó.

—Vístete, anda.

Blade comenzó a ponerse los pantalones y, como era costumbre en él, no pudo mantener la lengua quieta. Cosa que Tiserisha solo agradeció en las tres horas que precedieron a aquel momento.

—¿De cuál de todos ellos eres hija?

Ella, terminando de colocarse la capa sobre los hombros, frunció el ceño.

—¿Cómo dices?

—De quién. De cuál de todos esos idiotas que prefieren permanecer encerrados en el castillo de Minosa y sus alrededores eres hija. ¿O eres una nacida en libertad?

TISERISHA "Tres siglos de odio"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora