CAPÍTULO TRIGESIMOCUARTO

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Pocos eran los momentos en que Tiserisha encontraba algo de paz, allí colgada, atada de manos y pies, con aquel olor inaguantable impregnado en la madera de aquella cruz. Su cuerpo, débil y destrozado, ya apenas le mandaba señales de dolor procedente de las muñecas, donde la carne rojiza por los grilletes parecía ya pertenecer a otro plano astral; un lugar donde es fácil olvidar el dolor y el sufrimiento si una lograba desconectar de forma suficiente de la realidad. Las heces y el meado atraían a las moscas, a las infecciones, a gusanos indeseados. Solo los cubos de agua que la atizaban cuando el hedor era ya insoportable, eran capaces de espantar a toda aquella fauna que se creaba a sus pies. Agua fría que también había que ignorar, pues dolía igual que carámbanos de hielo clavándose por toda su mugrienta y desnuda piel.

La comida llegaba en forma de carne, posiblemente de roedores u otros animalillos. Carne que aquellos inhumanos hacían tragar a la débil vampiresa por la fuerza; si Tish debía de morir, no sería de inanición.

Aquel día, cuando su cuerpo se sacudió por las pesadillas, encontró algo diferente al despertar. Esta vez no era esos mediolobos orinándole encima. O tirándole mierdas al cuerpo sacadas de a saber dónde. Esta vez, alguien que no era un hombre-lobo era quien estaba de pie frente a ella. Alguien con un hermoso rostro bajo enmarañados tatuajes.

—¿Pensabas que podías estar eternamente eludiendo tus responsabilidades como Primera?

—Maldito embustero —surgió la voz de la prisionera en un hilo débil—. Y pensar que casi me exigiste sinceridad... Si la sigues queriendo, te diré la mayor de las verdades: algún día te pienso cortar la puta cabeza.

—Vas a morir aquí, Primera —suspiró el chico, bajando la cabeza, negando con un ademán—. Así debía de ser.

—Hijo de puta, por tu culpa ha muerto Yakull.

—¡A la mierda, Primera! —alzó la voz hasta hacerla rebotar en la oscuridad, en las paredes de las profundidades—. Eres una jodida egoísta. Y me di cuenta cuando ni siquiera me reconociste. Yo, que estuve presente cuando Carlot te plantó cara en el castillo. Cuando lo mataste sin contemplaciones. A uno de los tuyos...

—Sabía a lo que se atenía al pretender mi muerte por algo tan estúpido como mi título.

—No era solo por el título —gruñó plantándose a un palmo de su cara—. Era por obtener al fin esa libertad que no nos dejas tener. Esa que solo tu muerte nos dará. Y por eso mi padre me envió a por ti.

Tiserisha exhaló algo similar a la decepción.

—Esas costumbres tan estúpidas solo podían salir de una mente estúpida, como es la de tu padre, Blade. Si Vladd me hubiera hecho caso y hubiera ignorado mi existencia, nada de esto habría sido necesario, y yo no tendría que matarte en cuanto salga de aquí.

Blade rio para sí, negó con otro movimiento de cabeza y le dio la espalda.

—Estos mediolobos no te liberarán nunca. Lo que le hiciste a su Primera les infunde el rencor necesario para hacerte sufrir durante lo que dure tu corta vida sin probar una gota de sangre.

—¡Tú ni siquiera estarías aquí si no hubiera hecho lo que tuve que hacer...! —las palabras se ahogaron de camino a su garganta, y apretando los dientes luchó por no derramar una sola lágrima ante aquel miserable—. Maldito bastardo, ni siquiera sabes de lo que hablas. Ninguno lo sabéis. A quien más dolió aquella pérdida fue a mí... —su voz bajó hasta ser inaudible—. A quien más dolió...

Y los recuerdos la atosigaron con la intención de arrancarle aquellas lágrimas que pugnaban por salir al mundo exterior...


TISERISHA "Tres siglos de odio"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora