CAPÍTULO SÉPTIMO

69 21 33
                                    


Y así lo cuenta la leyenda. Cómo un castillo al completo sucumbió bajo la fuerza de nuestra matriarca Drácula. Cómo, tras ser abandonada a sus puertas, fue encontrada por quienes no tardaron en caer ante la evidencia de que somos seres superiores, una escala evolutiva por encima de la simple humanidad. Y de cómo, ella sola, con apariencia de una cría, asoló poblado y castillo, imparable, indetectable, incontrolable. Así Minosa, y los muros que ocultan sus bosques, terminaron siendo nuestro hogar. Así comenzó todo para nosotros. Así fue como nació la más grande de las razas inhumanas de este podrido mundo.

                                                                    Vladd el Segundo, La conquista de Minosa

                                                                    Libro de los Recuerdos


***


El sonido de las botas dejaba ecos a su paso por los largos pasillos. Ecos que hablaban de prisas, de impaciencia, de un enfado que hizo abrir con un estruendo la puerta del despacho.

—¡Sandra! —gritó el hombre que entró, haciendo rechinar sus dientes perfectos—. ¿Qué cojones significa lo que acabo de oír de labios del magíster?

La joven, que levantó la mirada de cuanto estuviera haciendo en el secreter, rizó una traviesa sonrisa y dibujó un gesto de elocuencia tal que casi hizo enojar más aún al hermoso tipo que la atravesaba con la mirada.

—No te pongas así, hermanito —se encogió de hombros, haciendo que sus rubios rizos se zarandearan—yo me encargo de las decisiones sobre el ganado, ¿no es así? No te preocupes y relájate en tus incesantes e indiscretos quehaceres.

—Sabes de sobra que sin la presencia de Madre Drácula las decisiones tienen que pasar por mí antes de rozar siquiera tus dedos. Y sabes perfectamente que un humano no es lo mismo que una cabra. Más que nada porque ellos saben hablar, y relatar a sus reyes cuantas cosas les suceden si salen con vida de estas. No vuelvas a ordenar nada sobre estos sin mi consentimiento.

La chica se puso en pie, miró a los oscuros y bonitos ojos de quien tenía delante; apuesto y alto, de cabello negro y repeinado con grasa. Cierto escalofrío la recorrió por la medula y rodeó la mesa hasta plantarse frente a él. Acarició los botones de su camisa. Susurró con cierto tono de perversión:

—Vladd, deja de escuchar a ese viejo o te saldrán dolores en el estómago de tantos males de cabeza que te provoca, y pásate por aquí para otra cosa que no sea regañarme. Al menos, por motivos burocráticos —mostró sus colmillos en una pícara sonrisa—. Hace ya mucho que no...

Vladd apartó su mano con un gesto brusco. La chica no solo no borró su sonrisa, sino que la ensanchó embelleciendo aún más su fino rostro.

—No juegues con mi paciencia, Sandra. Los reyes de Toverosa y Grescos hace tiempo que guardan un silencio sepulcral con respecto a nuestro bosque, y la tensión no hace más que crecer entre los nuestros. No es momento de andar haciendo de las tuyas entre los humanos, porque eso llama demasiado la atención. Y siempre es mejor evitar una guerra que perder sangre de nuestra sangre.

La chica resopló acentuando su decepción y se dio media vuelta, volando al compás sus largos y rubios rizos.

—No seas aburrido, hermanito...

Vladd la agarró del brazo, atrayéndola y provocando en ella una de aquellas risillas traviesas que la caracterizaban.

—No hablo en broma, Sandra —gruñó—. Ya se nos achacan más de una matanza desde Pourié hasta los confines de las Colinas Lúgubres. Hasta en el norteño reino de Findalia parecen sospechar de lo que somos capaces. Y pasar desapercibidos es algo primordial para crecer sin ser importunados.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora