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30 de Octubre de 1960 (Nueva York)

La Luna brillaba con todo su esplendor. Una capa de nubes vaporosas, se posaban a su alrededor, dando un toque enigmático. El viento frío de la noche, hacia mover las ramas de los árboles desnudos, y también, se oía el ulular de un búho con sus enormes ojos, como dos perlas luminosas que brillaban en esa oscuridad.

La casa de piedra de nuestra protagonista, estaba iluminada por las luces de su habitación.
La chica, se estaba preparando para ir a trabajar en su nuevo trabajo.
Ya había terminado de desayunar, con lo que ahora, se estaba vistiendo.
Se paso por encima de su cabeza, el vestido negro y suave.
Paso sus brazos por las mangas de seda, haciendo que de un roce suave sobre su piel.
Al tenerlo puesto, cogió el delantal blanco, y empezó a atarlo alrededor de su cintura.
Se colocó sobre su cabeza el sombrerito del mismo color, y aprovechó a hacerse un moño, dejando dos mechones castaños a cada lado de su rostro.
Por último, se calzó con sus bailarinas negras, que eran justamente de su talla.
Volvió a mirarse al espejo.
Se sentía como una verdadera sirvienta, como las que tenían los grandes soberanos.
Sonrió, mientras daba una pequeña reverencia.

Miró el reloj que tenía colgado en la pared de su cuarto.
Eran las cuatro y media de la madrugada.
Nunca se había despertado tan pronto, y sus ojos lo notaron, ya que se volvían pesados.
Se dió un pequeño cachete, antes de cerrarlos.
Hoy, tendría que demostrar a su señora, que podía confiar en ella.
Se había despertado pronto, para llegar a la mansión  de manera puntual, y causar así buena impresión.
Tras un largo suspiro, para quitarse los nervios de encima, salió de la habitación, y caminó por los pasillos.
Al llegar al recibidor, cogió de una mesa de madera, las llaves de su casa.

Abrió la puerta de entrada, haciendo que el viento frío se le pusiera sobre su cara.
Tiritó de frío, mientras cerraba la puerta con llave.
Se metió ambas manos en los bolsillos del mantel, y comenzó a caminar, adentrándose en su jardín, oscuro y sin vida, que le proporcionaba la noche.
Al salir por la desgastada verja, anduvo por las calles desiertas, ilumindas con la poca luz de las farolas.
La Quinta Avenida, se aproximaba mientras caminaba, ya que, numerosas luces inundaban los alrededores,  haciendo que Constance, se sintiera más segura, y que no le diera tanto miedo caminar por la oscuridad.

Grandes y numerosos edificios, estaban iluminados y algunas personas se encontraban allí, en varios clubes y bares, bebiendo, bailando y cantando desenfrenadamente.
La castaña, se alejó de ese gentío, y empezó a adentrase por la Twelfth Avenue, que al contrario que la Quinta Avenida, estaba desierto.
Reconoció las hojas rojizas que empezaban a observarse.
Los sauces, aparecieron ante sus ojos, y pronto la mansión.
Tras la oscuridad de la noche, la mansión victoriana se veía siniestra, y llena de misterio.
Se puso enfrente de la puerta metálica.
El jardín, estaba vacío.
Se veía en una esquina, el matorral de las rosas, apartado y solitario.
La castaña, volvió a consultar su reloj que llevaba en la muñeca.
Faltaban tres minutos para las cinco.
Se alzó de puntillas, para ver si había alguien que pudiera abrirla.
Era difícil de ver, ya que todo estaba muy oscuro, y lo poco que podía distinguir era la casa, los sauces y el matorral de rosas.
Decepcionada, miró a cada extremo de la puerta, y vió a su izquierda un timbre.
Con algo de nervios, se acercó allí.
Cuando iba a pulsar el botón, sintió un ruido.
Alejó la mano del timbre, y se la puso sobre su pecho, donde su corazón latía asustado.
Volvió a sentir aquel ruido, cada vez más cerca de ella.
Se oían como pisadas, ya que se escuchaban las hojas secas crujir.
Constance, miraba a cada lado de ella, con el latir de su corazón le dejaba sorda.
Sus labios, empezaron a temblar, al igual que sus piernas.
Rezó para que no le pasará nada.
De pronto, vió entre la penumbra, una luz.

Esa luz, iluminó la cara vieja y arrugada de Fred, el jardinero, que mostraba una sonrisa descarada, donde se veía el diente restante.
Constance, dió un respingo, pero al ver quien era, logró tranquilizarse un poco.

La petite Constance.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora