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19 de diciembre de 1960 (Nueva York)

El viento gélido era fuerte y abundante, arrastraba todo el frío del invierno, y también los tiempos pasados. Esos ojos azules veían sobre el cristal de la ventana el pequeño jardín de la casa. Neil, cerró sus ojos y por un momento, podía recordar aquel mismo paisaje nevado de su casa, tiempo atrás.
Podía recordar muchas risas, un cálido abrazo, un beso en la mejilla...
Comparándolo con ese año, para él este invierno era mucho más frío. Mucho más...
Se separó de la ventana para mirar a su alrededor. Era su antigua habitación. Recorrió con la mirada la estancia. El color azul de las paredes, las camas vacías ya sin uso. Sonrío al ver que en una mesita  habían unos cromos de unos jugadores de béisbol.
Le recordó mucho a cuando era niño. Cuando su padre se iba a comprar aquellos cromos para él y su hermano, y como se sentían felices al coleccionarlos.
Se sentó en su antigua cama, con esos pensamientos en su mente. Se sentía vacío como esa cama desnuda, solo y abandonado como esos cromos. Se sostuvo la cabeza con ambas manos. Echaba de menos todo.
Su infancia, su madre, su padre y ahora su hermana.
Todo lo que quería, estaba desapareciendo de su vida y no sabía cómo salir de eso.
No se sentía el de antes. Estaba harto de tener que fingir una sonrisa, de que estaba bien.
Mentiras, mentiras, mentiras. Todo eran mentiras.
En realidad, Neil estaba desesperado. Todos esos años, con los que creía que podía con todo, que todo se solucionaba con seguir adelante...se dió cuenta de que eso no era suficiente.
Necesitaba apoyo, alguien que le abrazase cuando estaba en esos momentos depresivos. Antes tenía a Constance, ella con tan solo su presencia, hacia que ese pequeño niño de sonrisa brillante, volviera de nuevo. Ahora, como todo lo bonito que tenía en su vida, se había alejado.
La castaña ahora está inalcanzable para él, y parece que ya tiene su propia vida.
No quería decir a su hermana que volviera junto a él, sabía que eso era egoísta. Quería que fuera feliz, aunque él no lo estuviese del todo.
Neil se tiró en la cama, con la mirada absorta.
No quería volver a recaer, no quería volver a eso. Sin poder evitarlo, su mirada fue hacia el cajón de la mesita.
No, no podía, se lo prometió a Constance.
Debería de ser fuerte, fuerte como lo era ella.
Enseguida, se llenó de disgusto.
¿Porqué nunca podía ser más fuerte?
¿Porqué siempre acababa siendo el más débil?
Él no quería ser el débil, no quería ese papel, quería desde siempre ser el fuerte, el que no mostraba su tristeza como Nicholas, o el que se levantaba de las caídas como Constance.
¿Porqué él no podía ser como sus hermanos?
Se sentía inútil, y estúpido. Y más porque la tentación llegó a él.
Apretó con fuerza la cajetilla de tabaco que guardaba en el cajón de la mesita.
Apretó los labios con fuerza y sin pensarlo, encendió uno y se lo puso en la boca.
Respiró el humo que poco a poco empezó a llenar sus pulmones.
Parecía relajarse, llenarse de nuevo. Ese jarrón de cristal que estaba hecho añicos, parecía recomponerse, sus piezas parecían juntarse.
Pero, nunca iba a encajar del todo.
Terminó un cigarro, y luego siguió con otro, y otro...
Seguía igual, algo más tranquilo, pero igual de roto.
Lágrimas de rabia salían de sus ojos, mientras seguía con los cigarrillos hasta acabarse la caja entera.
Al ver que ya estaba vacía, la tiró con fuerza al suelo.
Se odiaba y mucho. No había cumplido su promesa.
Habia vuelto a recaer y dejarse llevar.
¿Para qué?
¿Para volver a estar como antes?
Sabia que si su pequeña hermana estuviera delante de él, estaría decepcionada.
Escondió su rostro con sus manos. Que inútil se sentía, no podía sentirse de otra forma.

_____¿Neil?

El rubio ya conocía esa voz con ese ligero acento francés, ni siquiera alzó su cabeza para mirarla.
Amélie, entró en la habitación cerrando la puerta tras de sí. Miró al rubio con tristeza.
Esos días que había pasado en Nueva York habían sido especiales, nunca se lo ha pasado mejor. Visitó lugares, comió en restaurantes, se hizo fotografías por todas partes... todo con la compañía del rubio, que mostraba ese cariño y esa sonrisa que tanto le gustaba.

La petite Constance.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora