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–Ya le he dicho que no es posible que le haga otro descuento, señor. –repetí intentando convencer al hombre. De mi trabajo ésto era lo que más detestaba, siempre me encontraría con personas necias y tercas.

Si simplemente no puedes pagar un producto sólo búscalo en otro lugar, sencillo cómo eso, pero desafortunadamente las personas no comprendían.

–Usted debe comprender, debo pagarle a mis empleados, si no, con gusto le hiciera otra rebaja. –fueron mis palabras siguientes, escuché como aquel hombre se quejaba al otro lado del teléfono.

–Comprendo, está bien, aceptaré la oferta... –dijo no muy agusto. Sólo agradecí internarmente.

–Entonces el envío serían cuarenta dólares, más el producto, en total son doscientos cuarenta dólares. –hablé mientras anotaba en mi cuaderno aquella cuenta que le había dicho al hombre. –Esperaré la confirmación de la mitad del pago, luego le llevaremos el producto hasta su casa, para que después usted haga la transferencia del pago restante. –indiqué.

Colgué después de que aquel hombre comprendiera mis palabras, siempre preguntando si había comprendido sólo para evitar inconvenientes... Ahora sólo suspiraba levantándome del asiento y saliendo de aquella habitación que era mi oficina, caminé con paso rápido hasta mi cocina y busqué un vaso para llenarlo de agua que encontré de la nevera. Lo bebí, estaba sedienta. Pero mi ambiente neutral era ahora interrumpido por otra llamada, ésta ahora de mi teléfono local. Volteé los ojos harta de no estar un momento en tranquilidad mientras sólo pensaba en quién podría ser.

Sinceramente no me agradaba hablar por llamada, y ésto es irónico, después de todo, mayormente me la paso en llamadas por mi trabajo.

–Aló. –sólo dije.

–Lauren, es Sinu. –escuché la voz de la señora y sólo me arrepentí por haberle mentado la madre, pero en mi defensa, no sabía que era ella.

–Buena tarde, señora. –fue lo que pronuncié. –Dígame, ¿qué necesita?

–Es Camila, tuvo un accidente de tránsito. –escuché que dijo. Yo ahora sólo estaba confundida, no terminaba de procesar lo que esa mujer había dicho. Pero ahora sólo sentía algunos sentimientos en mi mente y síntomas nada agradables en mi cuerpo.

No entendía.

–¿Cómo? No comprendo. –susurré.

–Voy al hospital con Alejandro, ve también, nos vemos allá, es el que queda cerca del aeropuerto. Eso pasó anoche, querida, me llamaron hace un momento... –escuché como decía aquella mujer histérica para luego colgar.

Camila, mi chica, ¿había tenido un accidente?.. Sólo mi mente no terminaba de proyectar y entender aquello. El impacto me afectaba. Sentía mi rostro caliente de un instante a otro. Sentía confusión. Ella no estaba aquí, ella se había ido, y justo ahora recuerdo cuando la acompañé al aeropuerto porque estaba a punto de irse.
Ni siquiera cogí mi abrigo, sólo tomé mis llaves y salí de mi apartamento.

Camila, ten vida por mí, por favor.

Recuerdas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora