Desde hace algunos minutos, desde que me había separado de sus brazos, lo único que mis labios lograban pronunciar eran lamentos y disculpas hacía Camila. Ahora la única emoción que lograba sentir era vergüenza... Sentía pena hacía mi misma, puesto que me había roto delante de ella. Había llorando desconsoladamente delante de una persona desconocida, me dolía usar esas palabras, pero así era ahora, Camila era una desconocida y yo también lo era para ella.
–Tranquila, sólo olvídalo. –me dijo luego de oír nuevamente otra disculpa proveniente de mí. –Mejor salgamos a algún sitio, ¿quieres?
La única prenda que faltaba que me pusiera era la camiseta, pero me detuve al oír sus últimas palabras. Estuve de acuerdo instantáneamente al oírla, por eso ahora pensaba a dónde podría llevarla.
–Bueno... –asentí.
Creía que no sería mala opción llevarla al lugar donde nos conocimos. Sí, pueda que ella observando viejos lugares en los que concurría antes de todo fuera de ayuda, me mentía aún así, porque en el fondo sabía que aquello no era exactamente efectivo. Pero claro que lo intentaría.
Mi mujer se alistó en cortos minutos mientras yo esperaba ahora sentada en el sofá. Aquello sólo causó que algunos recuerdos vinieran a mi conciencia. Recordé todas aquellas veces que, como en éste momento, siempre me tocaba esperarla en el sofá o en mi cama porque yo siempre terminaba lista antes que ella, y era así porque ella siempre terminaba distrayéndose con algo.
———
–¡Debemos estar ahí en 20 minutos, Camila!–exclamé elevando mi voz esperando que me escuchara, pues la música que había puesto evitaba que pudiéramos hablar en un tono normal.
–Relájate, Lauren, siempre estás apurada. –salió del baño.
–¡Ni siquiera estás vestida! –dije irritada al observarla con su conjunto de ropa interior. El cual fácilmente hacía algún tipo de camuflaje con su piel. El color de aquella lencería era muy similar al de su piel. Y claro que me mataba, mi corazón se aceleraba cada que la observaba con esas prendas puestas, pero mi parte favorita era cuando mis manos alejaban esas telas de su piel.
–¡Qué te relajes, Lauren! –me gritó ahora con estrés. Al oírla mi rostro descifró indignación. Algo que ella notó. Con paso apresurado se acercó a mí, puso sus manos en mis hombros pero yo la alejé de mi con rapidez.
Lo que más me dolía eran sus malos tratos hacía mí. Yo no podía tolerar cuando ella era seca conmigo, o cuando me trataba sin cariño. Yo no toleraba cuando me trataba como si yo fuera cualquier persona para ella.
Y ella lo sabía.
–Lolo... –me llamó, pero por mi orgullo la ignoré. Lo único que hice fue dirigirme a la cama, agarré mi celular de la mesa de noche y empecé a verlo. En todo aquel proceso sentí su mirada en mí. –Perdón, Lauren, en serio.
–Ajá, sólo termina de arreglarte. –hablé sin siquiera observarla.
–Oye, lo sé, sé que debemos llegar en 20 minutos... –no terminó de hablar por mi interrupción.
–Ahora tienes 15, el tiempo corre, Camila. –dije viéndola ahora con seriedad. Ella fruncía su ceño levemente.
Miré como caminó a las bocinas y en el reproductor paró la canción y apagó el aparato. Estaba de espaldas a mí, ahora lo único que yo veía eran sus glúteos, tan redondos y apetecibles para mí. Fijé mi vista en su espalda imaginando esas veces que con mis uñas la araño cuando me hace sentir exquisita hundiéndome en placer.