Guerra y Paz

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Me llamo Guerra

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Me llamo Guerra. Mis padres son Envidia y Venganza. Mi madre, Venganza, tiene una gemela que se llama Justicia; mi padre, un hermano menor llamado Piedad. Nuestra familia es muy extensa, pero jamás nos vemos ni nos hablamos. Creo que se debe al daño que nos hacemos los unos a los otros, sin contar nuestras personalidades contrarias y destructivas. Juntos somos una burbuja de nitrógeno comprimida que los candorosos niñatos explotan con sus deditos todos los días.

Por otra parte, yo soy alguien tan mencionado que no tengo ni un día libre: "¡Guerra!", grítalo y apareceré de repente. Nuevo trabajo, un miembro menos: no tengo un ojo, me falta un pie, soy manco y uso uñas y pestañas de mentiras. Todos mis dientes salieron corriendo y un balón con extraños sonidos me partió la nariz en dos; en ese entonces, creía que íbamos a jugar a la pelota. Además, mi cabello se escurre como el agua sobre el cuerpo, dejando una alfombra roja a las estrellas de la noche. Mis delgadas piernas corrían miles de tierras hasta que una mina oculta me mandó por los aires, los mismos que se llevan a Paz cada vez que alcanza su auge. Recuerdo que el viento me confesó: "es que ellos te han hecho esto."

Soy el hijo del medio, un hermano para arriba y una hermana para abajo. No nos hablamos mucho, aunque, cada vez que Tiempo me lo permite, voy a ver a mi hermanita Juego. A ella, le gusta que la persiga para luego atraparla y hacerle cosquillas. Se ríe a carcajadas. Pienso que aún es muy pequeña como para entender todo el mal que puede provocar... Ojalá nunca sepa. Por parte de mi allegado, me entero de su existencia gracias a Vida, quien ha babeado por él desde el día en que se encontraron. "¿Sabe cuándo volverá Muerte?", me pregunta el chico, bien ilusionado y enamorado. Yo siempre respondo que no, que no tengo ni idea de él a pesar de que nuestros nombres siempre están escritos uno al lado del otro. Vida me pone una cara larga llena de tristeza y se va. Me da pena el muchacho, porque Muerte, mi hermano, tan solo puede amarse a sí mismo.

Conversando sobre amores, nunca he tenido uno; mi trabajo es tanto que no he pensado en eso. Aunque, sí le he preguntado a Amor si tengo alguna oportunidad de conocer a mi destinado. "¡Tan solo mire alguna luna!", me grita, desesperada y algo cansada. Es demasiado impaciente. A pesar de las palabras sin sentido, yo obedezco y admiro el oscuro cielo. A la luna, la espero cuando no está y la enamoro cuando sí. Sin o con estrellas, ansío que el firmamento se vuelva negro, que las nubes se amarguen y que los pájaros desaparezcan. Aguardo, sin calma, la presencia de Soledad, que siempre está allí conmigo. No la veo, es como invisible, pero sí la siento: sus manos acarician mi espalda quemada, dándome ánimos, ánimos para no lanzarme al vacío y acabar con las últimas cerdas de mi cuerpo.

"No eres un cepillo de lavadero", me transmitió una vez mientras yo soltaba algunas lágrimas que ni Tristeza tuvo interés en atender.

A veces, siento un dolor insoportable en la parte baja de mi espalda y escupo sangre como una locomotora bien fumadora. Sin embargo, esta tortura se calma gracias a las costosas vendas que Ambición me regala. Él es todo lo contrario a mí: fuerte, completo, grande e intocable, aunque se frustra demasiado. A veces, me gustaría quitarle uno de esos ojos ígneos para ponérmelo, pero no lo hago porque él me ayuda y sería muy cruel de mi parte. Además, él es muy simpático y me encanta cuando intenta hacerme reír cada vez que convierte sus fracasos y sus metas medio realizadas en bromas. A veces, pienso que debería seguir sus pasos, que debería intentar abrazar mis sueños...

¡Oh, cierto! Sueño, que era un niño demacrado, ciego y desamparado, fue asesinado por los hermanos y hermanas Ideales. Probablemente esa sea la razón por la que no puedo desarrollar mis miserables quimeras.

Una vez, recorrí, sin muchas energías, las partes más bellas del universo y, en esas, me encontré con Paz. Me dieron ganas de robarle la ropa, porque ella viste de blanco; para mí, ese color es el significado del descanso. Ella es muy poco mencionada, por lo que su vida es un paraíso eterno... Al contrario de ella, yo visto harapos negros. Muchos seres me han repudiado por ello, me juzgan estas pieles que cargo como si fuese un ladrón, un criminal, un culpable o un genocida. Sin embargo, tan solo soy Guerra, el bien conocido por todos a excepción de la pequeña paloma que lleva la rama de olivo. Creo que los cofrades no quieren que ella se entere de mi existencia y es entendible: los males son mejores callados, silenciados.

Me llamo Guerra, mis padres son unidos por el odio y mis hermanos separados por el desinterés. Mis amores son Soledad y la luna, porque nadie quiere al calcinado que viste de prieto. Paz no me conoce ni sabe mi nombre; yo la veo a lo lejos cada vez que se baña y miro, con culpabilidad, sus ropas blancas. Creo que sé de su existencia porque, cada vez que voy a la Tierra, siempre es bien mencionada. Tal vez, cuando ella va allá, el mundo olvida mi nombre. Y entonces, yo no soy más guerra.

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El VacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora