Tú eres real y yo soy real, pero aún nos sentimos como un poema. Somos la memoria que mendiga por las calles y que aparece de repente, extendiendo el vaso de plástico con dos monedas tintineantes, discriminando al que llega con sus ojos acusadores. Así, de la experiencia, los inicios se vuelven una mezcla de realidad y ensueño. Somos un poema porque estamos hechos de los fragmentos que nuestra esencia ha dejado a lo largo del camino mientras que nuestro cuerpo se marchita donde está el reloj. Quedamos suspendidos en el recuerdo; colgados de ese cuello, congelados entre esos brazos, enterrados entre esas piernas, clavando las uñas en esa carnosa inherencia, rogando por una segunda vez. Lo conmemoramos cargando sus ripios sobre nuestra espalda. Estamos hechos de carne y hueso pese a que nos evaporaríamos si nuestra cajita llena de suvenires se extraviase. ¿Qué es lo que nos hace reales?
Somos un par de hojas que se deslizan detrás del tiempo. Todavía con el atraso plasmado en el reflejo, la respiración se vuelve tan pesada como el capricho de poseer todo: deshacerse de la arruga de la izquierda, de la lágrima de la derecha y de la próxima cana que, algún día, estará allí, anunciando su importancia. Todavía, con el porvenir plasmado en el cuadro, nos atrevemos a mirar hacia al lado y luego hacia abajo, pero, entonces, recordamos que los poemas son un suspiro y las hojas se rasgan. Por más tinta regada que dejemos, estamos embadurnados de lo sucinto. ¿Qué es lo que nos hace tan reales?
Un cuerpo sin ropa no expone un alma desnuda y un amanecer no vaticina un atardecer. Lo que imagina el poeta y lo que el capricho inventa no son valiosos hasta que, contemplando la incuria de nuestro pudor, un ser dice: "Ah, me ha hecho sentir algo". Puede estar en una sonrisa quebrada, en un para siempre que se traduce en un instante bienamado o en un rostro enfrentando la rapidez del tiempo. En el pecho, las primeras flamas nacen, devoran cada jirón, se chupan los dedos y se extienden hasta el estómago hambriento de pasión. Revive una intensa voz, una ardiente calidez; el sueño de crecer y de rejuvenecer una y otra vez. El fuego baila contra el viento, se baña en gasolina y se consume vehemente a medida que vamos envejeciendo.
"Ah, olvidé que estaba en la orilla", decimos después de haber dado un paso hacia el abismo. "Fuimos reales", dirá nuestro último aliento.
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El Vacío
CasualeAlgunos relatos que jamás se pudieron publicar por algunas razones, pero que he decidido guardar aquí.