El laberinto de metal que está hecho de cristal

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El dolor droga demasiado al amor

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El dolor droga demasiado al amor. Y la locura no puede vivir sin el amor; es como la nieve con el invierno: la nieve muere sin el invierno, pero el invierno puede seguir viviendo. Nos quema como zarzas maldecidas por los nobles y alas arrancadas por libertadores. Hay veces que la inocencia pregunta lo indebido a causa de su egoísmo y nos preguntamos si realmente tiene la culpa.

Si las leyes y los valores escribieran que matar es alegría, ¿lo sería? No lo sabemos, jugamos al Jenga sin saber que cada ficha que quitamos con delicadeza es una anotación de la realidad. Empujo nerviosamente la madera que escribe "derechos" y, por un instante, el mundo se distorsiona para mis ojos y se normaliza para los otros. Otro arrebata la desigualdad; ya nada tiene sentido. Otra persona respira forzosamente y termina derrumbando lo tan bien cuidado por siglos. "¡Pero si he perdido!", gritaría con entusiasmo, sin saber que uno de los espejos de la realidad ha estallado.

Ahora, los seres inteligentes pisan los cristales que no hacen daño. Entran a otro espejo, tal vez a uno menos complejo que el anterior, y se sumergen, de nuevo, en el mar de vidrios, usando vestimenta protectora y vendas para cubrir cada orificio de su cuerpo. Y de pronto, pasan los cielos y uno de esos organismos deja de ser ciego; esa verdad se rompe ante su nariz tapada y se convierte en vapor. Las nubes llueven por infinita vez. El firmamento se entristece y el sol se deprime eternamente para luego ser feliz junto al algodón flotante. Los paisajes llegan a ser, por extraño que parezca, extranjeros. Sin embargo, seis siglos fallecen y las aves ya parecen aburridas. Las montañas bostezan, los mares languidecen y los corazones son motines. Los relojes acosan sin perder las ganas y un nuevo individuo extermina todo lo que sus sentidos captan.

"Mueran, mueran, que el universo nos ha vomitado", chilla mientras entra a otro tocador. Se rompen, lo rompen y los rompen; el laberinto de reflejos ya es un yermo salón de recuerdos fríos. No se van, porque el viento es demasiado débil y ellos, tercos. Los convidados a la fiesta manifiestan enojo y perplejidad. ¿Qué había pasado? Un lugar vacío, tan solo con polvo de cuchillas y de huesos; ¿así de simple es? Quién sabe, quién dice, quién vive, quién existe: la complejidad es absurdamente estúpida.

"Allá está la salida", dice.

"¿Para qué una salida?", preguntan.

"Los laberintos tienen salida, que es la misma entrada. Yo no sé qué tesoro estaban buscando. En la mitad de esto, no había nada."

"¿Qué mierda informa?", protestan los humanos.

"¡No me insulten damas y caballeros!", se defiende el dueño del salón. "Yo dije: «¡salgan!», no que buscaran ni encontraran una ilusoria materialidad dentro de sus ideales, ideas y riquezas."

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