Como en la modernidad

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Tuve un sueño en el que tenía treinta años

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Tuve un sueño en el que tenía treinta años. Poseía una hermosa casa, una maravillosa familia, un lujoso carro y una exitosa carrera como profesional. Todos me amaban gracias a mi inteligencia y mi dinero; allí, era un alguien y un algo y no un quién ni un qué. Desperté con ganas de hacerlo, algo me decía que sería prometeico y que, por ende, sería capaz de aquello, de conseguir ese éxito, de progresar. Sin embargo, escuché a mi madre gritar con autoridad: "¡Debes ir a estudiar!". Con ese ladrido, me levanté con pereza y me uní a la norma, a la ley de La Vida.

Pasé al lado de mi adoctrinada abuela, quien le rezaba a Dios que le quitara la enfermedad de encima, porque no era su culpa haber bebido demasiado durante toda la vida. En la televisión, vi lo mismo: "gracias a Dios, no morí con ellos". Dios... ¡Dios!, Dios no es bueno si es así; es cruel, tiene una naturaleza cruel. Mamá se quejó, dijo que era responsabilidad de la empresa y del descuido del gobierno y no de Diosito.

"A ese me lo dejan quito. Pero me mueven ya la democracia: qué desorden hay sin ella", refunfuñó.

Mi madre me vigilaba desde la cocina y, al ver que no comía ni un bocado de los huevos, me pegó una cachetada. Mi abuela rió y mencionó, entre su mofa, que ese era mi castigo por ser anormal. Yo torcí los ojos, con molestia evidente, por lo que mi primogénita me sacó de la casa con cuatro nalgadas; cuatro nalgadas por rebelde e irrespetuoso. Me gané otra cachetada al preguntar, en el umbral, por qué debía respetar a los demás.

"Malnacido mocoso, me respeta porque me respeta. Nada de calle después de clases: aquí encerrado se queda."

De camino a la escuela, sentí que ese sueño había sido tan real como las palizas de mi madre. Y recordé a mi abuela y a Dios al ver un árbol grande y lindo que parecía un sueño gracias a su belleza o eso sentía. "Descartes tiene la razón: «pienso, luego existo». Maldito genio maligno, me confundes, me confundes, dame la verdad real", reflexioné.

Al llegar al colegio, se lo comenté a una amiga. "Cuánto escepticismo te cargas", refutó. Las clases comenzaron y nos callamos y nos levantamos de nuestros puestos para saludar al maestro. Ese era nuestro "buenos días, comandante". Me distraje varias veces y el profesor me sancionó con un llamado de atención; él sabía muy bien cómo vigilar. Luego, tuvimos ciencias y todo lo que me enseñaban ellas era la verdad del mundo a partir de la observación (otra sensación que no contradecía mi sueño, porque lo sentí muy real, esa utopía). Un chico muy literario se negó a creer todo aquello y una chica lo llamó bruto e idiota.

"No pueden haber más respuestas", aclaró el maestro de matemáticas, seguro. "Dos más dos es cuatro y nadie puede negarlo, es la respuesta. Si hay dos verdades, una de ellas es falsa." El de física nos dijo lo mismo cuando alguien preguntó por qué la luna no caía hacia arriba. Este mismo profesor me llamó la atención cuando parpadeé, creyendo que me estaba apagando mis luces.

Durante el recreo, escuché a una chica quejándose con su amiga. Se quejaba de sus propios sueños: "Tal vez mis padres tienen razón: el arte no me llevará a algún lado. No tendré dinero, me señalarán como si fuera una loca... Prefiero mi seguridad que la libertad que el arte me da. Tal vez así alcance mi felicidad; no estaré desequilibrada en ninguna de las formas". Me pareció triste, pero razonable. Aunque, su amiga contestó: "Deberías luchar. Tu libertad, tu libre expresión tiene mucho valor, lucha por ella y verás que tendrás un trabajo digno con el arte. Trabajar es bueno, ¿sabes?"

Luego tuvimos políticas. La maestra nos repetía que nuestra libertad era buena mientras no afectáramos la libertad de los demás y que, si queríamos una buena moral, sería mejor crear una universal, donde nuestras acciones debían ser consideradas buenas. "Desarrollen su elocuencia para eso: las palabras tienen poder, mis discípulos. Úsenlas bien si quieren convencer al otro, pero antes reflexionen hasta llegar a la profundidad y arraizar sus ideas para que nada ni nadie las perturbe." Entre sus palabras, me encontré necesitando mi tan ansiado progreso, en mi sueño utópico que haría realidad.

"No le creo, la religión nos arruinó la vida", protestó un chico cuando el maestro (él único sin autoridad y sin voz) mencionó que todo se crea a partir del lenguaje. "Nos quitó los libros, ¿sabe qué haría sin el conocimiento? ¡Pues me volvería un burro como usted!", una chica le gritó a este que era egocentrista, irracional, etnocentrista y poco convincente, pero no le pusimos cuidado. Aunque, alzamos la vista cuando mencionó que el conocimiento estaba en la estupidez.

"Dialéctica", mencionó mi padre. Cuando le pregunté qué era eso, respondió: "Hegel: «lo otro en lo mismo». La vida en la muerte: la vida tiene sentido gracias a la muerte. Y así es, es fácil. Así porque el dualismo lo dicta."

Me sorprendió irme a la cama e imaginar que jamás tendría la voluntad de ser feliz. Era muy pobre, muy pobre, así que tendría una casa sin carro y un diploma con honores incluidos, porque el trabajo no me daría para más. De esa manera, mi voluntad de ser capaz regresó a mí y logré soñar.

 De esa manera, mi voluntad de ser capaz regresó a mí y logré soñar

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