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LA VIEJA CÁMARA DEL TESORO


—Esto no era un jardín —declaró Susan al cabo de un rato —. Esto era un castillo y aquí debía de estar el patio.

—Ya veo lo que quieres decir —dijo Peter—. Sí, eso son los restos de una torre. Y allí hay lo que sin duda era un tramo de escalera que subía a lo alto de las murallas. Y miren esos otros escalones, los que son anchos y bajos, que ascienden hasta aquella entrada. Eso debía de ser la puerta que daba a una sala enorme.

—Hace una eternidad, por lo que parece —apostilló Edmund.

—Sí, hace una eternidad —coincidió el rubio—. Ojalá pudiéramos descubrir quiénes eran los que vivían en este castillo, y cuánto tiempo hace de ello.

—Me produce una sensación rara —dijo Lucy.

—¿Lo dices en serio, Lu? —inquirió Peter, girandose para mirarla —. Porque a mí me sucede lo mismo. Es la cosa más rara que ha sucedido en este día tan extraño. Me pregunto: ¿dónde estamos y qué significa todo esto?

Mientras hablaban habían cruzado el patio y atravesado la otra entrada para pasar al interior de lo que en una ocasión había sido la sala.

En aquellos momentos la estancia se parecía mucho al patio, ya que el techo había desaparecido hacía mucho tiempo y no era más que otro espacio cubierto de hierba y margaritas, con la excepción de que era más corto y estrecho y las paredes eran más altas.

A lo largo del extremo opuesto había una especie de terraza aproximadamente un metro más alta que el resto.

—Me gustaría saber a ciencia cierta si era la sala —dijo la ojiazul —. ¿Qué es esa especie de terraza?

—Claro, tonta —intervino el rubio, que se mostraba extrañamente nervioso —. ¿No lo ves? Ésa era la tarima donde se encontraba la mesa real, donde se sentaban el rey y los lores principales. Cualquiera pensaría que se les había olvidado que nosotros mismos fuimos en una ocasión reyes y reinas y nos sentamos en una plataforma igual que ésa, en nuestra gran sala.

—En nuestro castillo de Cair Paravel —prosiguió la pelicastaña en una especie de sonsonete embelesado—. En la desembocadura del gran río de Narnia. ¿Cómo he podido olvidarlo?

—¡Cómo regresa todo! —exclamó la pequeña Pevensie —. Podríamos fingir que ahora estamos en Cair Paravel. Ésta sala debe de ser muy parecida a la enorme sala en la que celebrábamos banquetes.

—Pero por desgracia sin el banquete —indicó el pecoso —. Se hace tarde, ¿saben? Miren cómo se alargan las sombras. ¿Y se habrán dado cuenta de que ya no hace tanto calor?

—Necesitaremos una hoguera si hemos de pasar la noche aquí —dijo el ojiazul —. Yo tengo cerillos. Vayamos a ver si podemos reunir un poco de leña seca.

Todos encontraron muy sensata la sugerencia, y durante la siguiente media hora estuvieron muy ocupados. El huerto a través del cual habían llegado a las ruinas resultó no ser un buen lugar para encontrar leña.

Probaron en el otro lado del castillo, saliendo de la sala por una puertecita lateral que daba a un laberinto de montecillos y cavidades de piedra que en el pasado habían sido sin duda corredores y habitaciones más pequeñas, pero que ahora eran todo ortigas y escaramujos olorosos.

Fuera encontraron una enorme abertura en la muralla del castillo y a través de ella penetraron en un bosque de árboles más oscuros y grandes en el que encontraron ramas secas, troncos podridos, palitos, hojas secas y piñas en abundancia. Fueron de un lado para otro con haces de leña hasta que tuvieron una buena pila sobre la grada.

1. 𝗹𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗿𝗲𝗮𝗹𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝘀𝗼𝗺𝗼𝘀. 𝖾𝖽𝗆𝗎𝗇𝖽 𝗉𝖾𝗏𝖾𝗇𝗌𝗂𝖾 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora