Capítulo 7.

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La luz se filtró por la habitación la mañana siguiente. Gemí al sentir todo mi cuerpo estremecer y me senté en la cama lentamente. Me sentía realmente débil y con un pequeño dolor de cabeza, debía ser porque anoche me dormí llorando hasta tarde.

No podía arrancar de mi cabeza los recuerdos de aquella noche que cambió mi vida por completo. Ahora recordaba todo perfectamente. Sus manos tocándome. Mi madre gritando. Mi padre luchando desesperadamente con mi hermano. Yo con el cuchillo. Mi hermano en el suelo. Sangre corriendo a través de mis pies. La mirada de horror de mi padre y como me abrazo fuerte hasta que las sirenas de policías se escucharon de lejos.

Todo había pasado en cámara rápida en mi mente, una y otra vez. Sollocé acurrucándome una vez más entre las sábanas y apartando cada pensamiento. Pero no resultó, así que apreté una vez más los ojos fuertemente. Hasta que me dormí otra vez.

...

El teléfono de la sala sonaba desesperadamente. Eran las tres y media de la tarde y era un día viernes. El dolor de cabeza aún estaba y el chirriante sonido no me favorecía en mucho.

—¿Sí? —gemí, colocándolo mejor en mi oído.

—¡Hasta que contestas! —la voz aliviada de Sara sonó del otro lado del aparato. Solo sonreí débilmente colocando una mano en mi frente, para aliviar el dolor.

—Estaba durmiendo.

—¿Tan tarde?

—No me he sentido bien y estaba cansada, anoche no dormí mucho y bueno, aproveché que hoy es viernes para descansar.

—Oh, ¿te gustaría que fuera?

—Claro que sí, me gustaría mucho —contesté y escuche su risa divertida y como tomaba las llaves de su auto de la mesa de noche a un lado de su cama. —Pero... aunque insistas, no saldré a beber ni a bailar hoy. Así que, si querías invitarme a salir, es mejor que no vengas, porque te aburrirás como una ostra —le advertí.

Las improvisadas visitas de Sara siempre conducían a lo mismo. Ella me invitaba a un club, yo le decía que no y al final me terminaba convenciendo mientras yo terminaba bebiendo y bailando con un desconocido él cual se alejaba tan rápido de mi como nos conocimos, cuando sabía mi problema.

—Estoy bien ya con Charlie, así que no te preocupes, que no quiero salir —fingí un sonido de sorpresa al escuchar su respuesta.

—Estas tú, Sara Connor, ¿hablando en serio? —pregunté incrédula.

—Si, Juliana Valdés, estoy hablando en serio, ahora, colgaré que estoy conduciendo.

—Esta bien, te espero, no tardes —colgué colocando el teléfono en su lugar y caminando lentamente hacia el baño.

Realmente me sentía mal. Al parecer, estaba agarrando una fuerte gripe.

Tomé un poco de mi piel y apreté despacio el extraño moretón que tenía bajo mi muslo. Me dolía demasiado y era tan grande como una pelota de tenis de mesa. Miré hacia arriba de inmediato cuando un nuevo dolor de cabeza me invadió. Inhale y exhale esperando que se calmara un poco, pero esto solo hizo que se intensificara aún más.

Gemí inclinándome para que mi cara quedara fuera del chorro de agua de la ducha y así poder respirar mejor. Me sentía tan débil y cansada y pensé que en cualquier momento me desmayaría. Respiré profundamente y cerré la llave cuando me sentí mejor. Y a duras penas salí de la tina.

—Y bueno, le conté mis desconfianzas y él me dijo que sentía absolutamente lo mismo por mí, pero no pude decirle que yo si me había acostado con alguien en nuestro pequeño pase libre —siguió contando Sara.

Ella estaba feliz porque estaba mejor con Charlie y las cosas iban mejorando poco a poco. Aunque Sara le había mentido y sé que él también, ambos se quieren y yo, como buena amiga lo único que puedo hacer, es escucharla atentamente. A veces, mis celos aparecían cuando ella me contaba lo bien que se llevaban ellos tanto sexualmente como pareja. No porque a mí me gustará Charlie, no, claro que no. Él era algo así como mi hermano mayor, bueno, hermanastro, quizá primo, bueno, alguien a quién no podía ver más como él-es-novio-de-mi-mejor-amiga. Si no, porque él era un encanto y muy caballero con Sara y la quería realmente.

—¿Has escuchado alguna cosa de lo que he dicho? —preguntó divertida con un toque de ofendida. Volví mi atención a ella cuando vi sus labios mover.

—¿Qué? —pregunté al no tener idea de que me había dicho.

—Eso me contesta que no —rio. —Es en serio, Juliana ¿te pasa algo? ¿Quieres hablar de lo que sucedió ayer?

—No —respondí inmediatamente. —No quiero hablar, ni siquiera recordar palabra alguna de lo que el psicólogo dijo ayer. Así que estaría encantada de que habláramos de otra cosa.

—Pero ¿qué sucederá el lunes? Valentina es ella que te pidió que hicieras la visita, ella es la que quiere saber. Tendrás que decírselo.

Bueno, aquello era algo que había olvidado por completo. El hecho de que Valentina no sabía nada, dado que ella era quien me había obligado a ir.

—¿Se lo dirás tu? —dije, pero sonó más como una pregunta. Sara sonrió sin mostrar los dientes y se acercó a mí.

—Pues, si no te sientes preparada para hacerlo aún, puedo hacerlo yo.

—Gracias —susurré abrazándola.

El resto de la tarde nos la pasamos como dos adolescentes cuando sus padres se iban fuera de la ciudad. Desordenamos completamente el departamento, con nuestras luchas de almohadas, nuestras inacabables palomitas de maíz y dos películas románticas para llorar. Había olvidado todo lo que me acomplejaba y pude por un momento, vivir tranquila y ser feliz. Aunque sabía que eso no sería por mucho tiempo.

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