Capítulo 12.

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Ladeé mi cabeza de un lado a otro inspeccionando la misteriosa caja. Había estado fuera de mi departamento desde hace cinco minutos, cuando el timbre sonaba desesperado y no había nadie allí.

Me acerqué a ella y la tomé entre mis manos. Blanca, sin ninguna inscripción o tarjeta, solo amarrada con un gran lazo verde. Suspiré y desamarré el nudo con los dedos temblorosos.

No era bueno que abriera una caja misteriosa y desconocida para mí que no tenía absolutamente ninguna descripción de quien la enviaba o si realmente era para mí o no. Pero siembre mi inmensa curiosidad me ganaba y debía saber a gritos que había en aquella caja contenida.

Así que levante la tapa, sin suspensos. Rápido. Encontrándome con una linda lencería femenina con estampados, además de diferentes implementos que se comprarían en un sex shop, como unas esposas, ligas, cordeles, algunas-cosas-que-no-tenía-ni-la-menor-idea-de-para-que-servían y un gran látigo.

Necesitarás todo esto, te espero este miércoles en mi departamento, tenemos mucho que trabajar.

PD; espero que esté bien la lencería, no sabía que talla eras.Valentina.

Leí una vez más la tarjeta que se encontraba incrustada al corpiño y negué con la cabeza. Valentina estaría demente si piensa que utilizaré todas esas cosas. Quizá la lencería, si, estaba bonita, pero jamás aquel látigo que me hacía poner los pelos de punta.

Yo no quería ser una salvaje e insensible persona en la cama. Quería disfrutar plenamente del amante que me acompañaba y solamente utilizar como tortura nuestros besos y el movimiento que nuestros cuerpos hacían al chocar entre sí.

Tomé con dos de mis dedos las esposas e hice una mueca de disgusto. Definitivamente estaba demente. Las lancé lejos de mí sin procurar donde caían. Tome las ligas y las estire, estas hicieron un perfecto estira y afloja y volvieron a su estado normal. Eran lindas y no tenía idea de para que servían. Así que, como un elástico, las tire hacia algún lado de la habitación con diversión.

Y cerré la caja cuando vi que lo demás era completamente desconocido para mí. Y una basura también. Probé la lencería sobre mi ropa y miré mi reflejo en el televisor. Tenían el juste perfecto. Y me pregunté con cuantas mujeres Valentina había estado para ser una gran compradora de lencería femenina. Eso o me había observado muchas veces y lo hizo por intuición.

Bueno, eso último claro que no. Ella ni siquiera me miraba, solo hablaba y hablaba y si lo hacía, era de una forma profesional.

Tomé el teléfono de la mesita de noche y marqué el número de su consulta, necesitaba hablar con ella.

—¿Sí? —la voz chillona de su secretaria me hizo apartar de golpe el teléfono de mi oído. Suspiré y volví a ponerlo donde correspondía.

—Hola, soy Juliana. Paciente de allí, sé que esto no es lo más adecuado, pero, necesito hablar con Valentina...

—La doctora Carvajal —me corrigió interrumpiéndome. Rodé los ojos y recordé que ella jamás me había dado la confianza de llamarle por su nombre.

—Pero necesito hablar con la Doctora Carvajal —remarqué la última frase y ella hizo un sonido de aprobación.

—Claro, la transfiero en un momento.

Extrañada asentí como si ella pudiera verme. Eso fue fácil, quizá ella esperaba mi llamado.

La línea de espera sonó un par de veces y luego su teléfono respondiéndome. Al escuchar su suave y sensual voz decir mi nombre, un escalofrío recorrió toda mi médula espinal y olvide absolutamente todo.

—Juliana —repitió y volví a la realidad. Suspiré y moví mi cabeza de un lado a otro despejando mi mente.

—Acá estoy —respondí y me golpeé la frente por mi estupidez.

—Lo sé —rio y solo sonreí incómoda, tomando entre mis manos el corpiño. —¿Qué sucede?

—Pues, no sé, solo apareció una misteriosa caja en mi puerta sin nada que me dijera de quien era y con... —suspiré, me era difícil decirlo —algunas cosas —musité con la voz entrecortada.

Escuché una gran carcajada a través del teléfono y solo suspiré una décima vez más, esperando a que el molesto —agradable— sonido de su risa se calmará.

—Son cosas básicas usadas en el sexo, Juliana. No es nada del otro mundo.

—Lo sé, pero es difícil decirlo para mí, además, quería comunicarte que ni siquiera te atrevas a pensar que usaré eso.

—¿Por qué no?

—Porque no. No quiero ser una... maniática del sexo, ni torturar a mí amante con esas cosas —dije y ella rio una vez más.

—No es tortura, es placer. A muchos les gusta rudo y jugar. La vida sexual a veces se vuelve monótona y es bueno cambiar algunas veces.

—¿Recuerdas qué yo ni siquiera he probado como se hace normal?

—Si, lo recuerdo, pero no estoy diciendo que lo usaras de inmediato, es solo para que te familiarices.

—¿Y la lencería? ¿También es para que me familiarice?

—No, es para que la utilices este miércoles.

—¿Para qué? —pregunto.

—Solo, póntela ¿sí? Eso lo veremos el día que nos debamos juntar.

—Pero...

—Tengo que hacer, adiós, nos vemos —cortó y quede con la boca abierta. Ella había olvidado un pequeño detalle.

Yo no tenía idea de donde ella vivía.

Virgin | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora