Capítulo 15.

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—Consulta de la sexóloga Valentina Carvajal, ¿En qué puedo ayudarlo? —pregunto la monótona y profesional voz de la secretaría. Me mordí el labio nerviosa y contesté.

—Hola, soy Juliana, una de las pacientes de la Doctora Carvajal —respondí tratando de desaparecer cualquier temblor de mi voz.

—Sí, sé quién eres —dijo de mala gana—. ¿Qué sucede?

Aquel tono de una secretaria respetuosa había desaparecido completamente. Tomé el cable del teléfono enrollándolo en mi dedo.

—Quería saber cómo estaba ¿ha ido a trabajar hoy?

—La Doctora Carvajal no ha venido en toda la semana, se encuentra con ligeros dolores en su nariz y cara. Creo que llegará el lunes en la mañana. De todas maneras, todas las citas de hoy y los días anteriores han sido programadas para la semana que sigue.

—Sí, lo sé, solo quería saber cómo se encontraba.

—En todo lo sucedido, bien, solo está usando los días de reposo que el médico le receto —contestó secamente, suspiré y me despedí. Sabiendo que no ganaría ni sabría nada si seguía hablando con aquella celosa secretaría.

Miré una vez más el bolso sin cerrar que se encontraba encima de mi cama y caminé hacia él guardando las esposas y la venda para ojos. Había estado toda la mañana mirándolo sin saber qué hacer. No podía solamente aparecerme en el departamento de Valentina y contarle mi plan, debía crear una buena disculpa y saber si quería o no seguir.

—Sara —murmuré a través del teléfono.

—Juliana, ¿qué sucede? —fruncí el ceño al escuchar su tono de voz.

—Necesito tu ayuda... —dije, en un tono bajísimo.

—¿Para qué? —preguntó confundida.

—Me gustaría decírtelo en persona, aunque no lo creas, por teléfono es algo... incómodo —susurre curvando mi labio. Su risa se alejó del teléfono y supe que había estallado en una carcajada, la cual no pude no responder.

—Estoy sola, Charlie ha salido. Nora vendrá de visita —dijo de mala gana.

Nora era su suegra, bueno su-casi-suegra, dado que ella y su novio aun no estaban casados, pero, aun así, aquella vieja le hacia la vida imposible, como cada madre que no quería separarse de su hijo preferido y creía que una arpía —lo cual Sara no era— se lo quería arrebatar de las manos.

—Es solo una hora, de verdad, necesito tu ayuda —le pedí y ella suspiró.

—Está bien. Tienes suerte de que aquella vieja haya viajado esta vez en avión. Nos vemos en quince minutos.

—¿Quince? Sara, vives a una cuadra.

—Lo sé, pero debo vestirme. Estoy aún en pijama.

—¿Y qué haces en pijama si sabías que Nora vendría? —pregunte divertida.

—Quería joderla un rato —rio y sentí como los cajones de su armario se deslizaban hacia afuera—. Bueno, cuelga, nos vemos en quince, adiós.

—Adiós. —musité aun riendo.

Cerré el bolso colocándolo encima de mi mesa de noche y busqué alguna lencería sexy para esta ocasión. Igual a la que Valentina me había obsequiado, solo que esta era de un solo color y negra.

Sara llego quince minutos después luciendo un look informal. Un pantalón de chándal y un chaleco a juego. Negué con la cabeza mientras sacaba las cosas del bolso una a una y las iba poniendo frente a ella.

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