Capítulo 10.

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Juliana

Sara había chillado de la emoción cuando le dije lo que había sucedido con Valentina. Aunque yo aún seguía ausente, pasando mi cabeza una y otra vez sus labios junto a los míos y la extraña sensación de que a ella no le había gustado y se había arrepentido.

Hasta había llegado a pensar que cuando ella me respondió el beso. Yo al menos, le atraía. Pero eso cambio cuando ella me dijo que me veía divertida. Claramente esa no era la respuesta que yo necesitaba.

Nadie se quedaba mirando a una mujer porque se veía divertida y menos como ella lo había hecho ese momento. Mirándome como si fuera una preciosa piedra a la cual cuidar y proteger cada una de sus partes y extremidades. Pero como siempre, tenía una idea equivocada de cada cosa.

—Metió la pata hasta el fondo —ella se aguantó la risa al ver como la mataba con mi mirada. Otras veces me habría reído junto a ella, pero esta no era la ocasión.

Me sentía dolida.

La primera mujer, la cual me gustaba realmente desde hace mucho, no sentía absolutamente nada por mí. Y eso era realmente triste.

—¿Por qué esa cara? —preguntó preocupada, la sonrisa que tenían en su cara en su cara se evaporó al instante.

—Ella... —suspiré, era difícil, aún más para mí, reconocer una cosa así y más cuando en un principio le había dicho que ella ni siquiera me importaba y quería desesperadamente que todo esto terminara para dejar de verla. —Me gusta —terminé. Y su sonrisa se ensanchó cuando su mente proceso las palabras.

—¡Lo sabía! —exclamo extasiada.

—¿Lo sabías? —pregunté confundida.

Es que acaso ¿era tan obvia?

—Se te nota, bueno, yo lo noto porque te conozco y soy tu mejor amiga.

—¿Se me nota? —pregunte atemorizada.

—No mucho, tranquila. Ya te dije que yo lo noto porque soy tu mejor amiga y te conozco —repitió lentamente sus palabras anteriores. Las cuales no escuche. — Y, no veo el problema del porque esa cara. ¿Qué sucede?

Suspiré antes de contestar, aliviada.

—Pues, cuando nos besamos, ella se separó de mí tan rápido que ni siquiera me dio tiempo de saborear por última vez sus labios —me interrumpió, con una mueca de asco antes mis palabras y reí. —Déjame continuar.

—Claro, sigue —me alentó.

—Y bueno, me estaba mirando como yo le miró algunas veces y eso me esperanzó. Pero, cuando le preguntó por qué y espero que sea la respuesta que estoy buscando, ella me responde como te conté hace un rato. "Te ves divertida" —citó sus palabras con indiferencia. Cruzándome de brazos y recostándome en el asiento, como una niña pequeña que no consigue lo que quiere.

—Y sacaste tu conclusión sola —me dice, luego de un rato.

—¿Qué otra respuesta hay para aquello?

—Que quizá no quiere admitir que le gustas porque no debe hacerlo. Si mal no recuerdas eres su paciente. Nada puede existir entre ustedes. Y ella lo sabe muy bien.

—Pero... —me quedo sin palabras. Aunque eso no es la respuesta que pueda ayudarme en esta situación. Es coherente.

El lunes de la próxima semana llego rápido. Eran las diez y media de la mañana y Valentina estaba frente a mí buscando algunas cosas en su portátil.
Se había comportado extremadamente indiferente conmigo y supe que algo andaba mal. Besarla como lo había hecho la semana pasada había sido un error solo provocó que todo lo que habíamos avanzado este tiempo, muriera, quedando como dos completas desconocidas, nuevamente.

No me quedo más que jugar con los dedos de mis manos, femeninamente decorados por un par de anillos que habían pasado de generación en generación y algunos que completaban el atuendo que ese día usaba.

Ella tarareaba una conocida y pegajosa canción que hacía tiempo atrás me resultaba placentera. Ahora solo provocaban una gran molestia al sentir su fría indiferencia una vez más. Y subí mi cabeza para mirarla. Desde que había llegado su mirada no se había despegado de la pantalla de su portátil y ni siquiera habían cruzado palabra más que las de saludo.

Más que el tarareo de ella, el sonido que hacían las agujas del reloj al pasar cada segundo me estaba volviendo loca, habían pasado diez minutos desde que llegue. Diez minutos en los cuales me sentía realmente ignorada y diez minutos de desesperación.

Cada sonido imperceptible para el oído de una persona ahora se hacía tan claro como el agua.

—Bueno —él sonido de su voz y sus ojos puestos en mí me hicieron mirarla de inmediato. —¿Cómo has estado? —pregunto, con un tono natural. Como si nada hubiera pasado.

Me encogí de hombros y respondí —Bien, todo bien.

—Me alegra —ella sonrió, bajando la pantalla de la portátil, cerrándola completamente y poniendo sus brazos cruzados arriba de ella.

—¿Qué haremos hoy? —pregunté, tratando de sacar el incómodo silencio de la situación, además de sus ojos mirándome fijamente.

—Hoy no haremos nada, pero si hablaremos de algo.

Mi corazón comenzó a palpitar descontroladamente enseguida. Cerré los ojos y apreté los puños procurando que ella no viera mi actuar. Tenía miedo de qué el momento en el cual ella dijera que tenemos que hablar, llegará. Sabía que se refería a lo que había sucedido hace una semana. Y no estaba preparada para las palabras: "Lo que pasó entre nosotras, fue un error".

—¿Sobre qué? —tratando de parecer normal, pregunté, regalándole la más falsa de mis sonrisas.

—Bueno, creo que, la primera etapa de todo esta cumplida. Me dijiste que sabías de sexo. Tu problema. Sabes más o menos que ocurrió y porque le tienes miedo al toque y —trago, tan pequeñamente, que pudo haber pasado inadvertido. Pero lo noté —vimos cómo te comportabas ante el contacto.

Sabía a lo que se refería, claramente, a lo que sucedió entre nosotras, no a lo que sucedió con Violet ese día el club.

Asentí en silencio, pareciendo que aquello no provocaba nada en mí.

—Pero, creo que deberíamos dejar a un lado todo y comenzar realmente con la terapia.

—¿A qué te refieres?

—A que debemos comenzar la práctica. Para eso, he conseguido una habitación de hotel y algunos implementos perfectos para la hora de comenzar a ejercer el sexo.

Helada, fría, congelada. Así estaba.

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