Capítulo 6.

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La noche del club termino temprano, Valentina decidió que fue suficiente, así que media hora después, nos estábamos despidiendo. Sara me dejo en casa para luego irse a la suya y pasar tiempo con Charlie, las cosas iban mejorando, así que esa fue una de las razones de porque no se enrollo con nadie esta noche.

Además, acepte ir de visita con el psicólogo y probar vencer los miedos del pasado. Aunque fueran difícil, tenía que hacer cualquier cosa para terminar ya con mi problema.

—¡Hola! —Sara se acercó a mí, abrazándome efusivamente.

—Sara, ¿qué te he dicho sobre poner azúcar extra a tu café? —pregunte separándome de ella inmediatamente. Odiaba cualquier tipo de abrazo, desde que era pequeña. Y más si eran tan efusivos como los que Sara acostumbraba a darme.

Ella rodó los ojos, poniendo sus manos en las caderas. —Hoy no tomé café, y solo, sentí la necesidad de abrazarte, ¿sabes que no será buena la consulta con el psicólogo, no?

—Nop —dije, explotando la frase en la "p"—no me has dicho nada, y ni siquiera se la razón por la que iré... Y si no será buena ¿por qué vamos?

—Porque él dijo que esto alguna vez pasaría y lo mejor que podíamos hacer, era visitarlo de nuevo.

—Bueno, está bien, aunque ni siquiera sé su nombre...

—Camilo, Doctor Camilo Collins.

Había escuchado su nombre alguna vez —obviamente—, pero no lo recordaba. ¿Qué había pasado hace diez años? No podía recordar absolutamente nada y eso era frustrante. Sara sonrió saliendo de la casa. Así que la seguí, montándome al auto sin decir nada.

—¿Quieres que entre contigo?

La miré, y asentí, claro que la quería allí, conmigo. —Si es algo tan terrible como dijiste, lo mejor sería tener tu apoyo allí dentro.

—Siempre lo tendrás —dijo, ahora sonriendo ampliamente.

La clínica era mucho más grande que la de la sexóloga. Las puertas de vidrio dejaban ver una amplia sala de espera. Los muebles eran blancos, casi todos y en cada esquina, había un pequeño árbol. Un escalofrío recorrió mi espalda al recordar cuantas veces mis pies habían pisado aquel suelo.

—¿Puedo ayudarlas? —preguntó con una sonrisa la rubia secretaria. Quien al verme abrió los ojos impresionada, solo sonreí de lado, mirando a Sara.
Ella se adelantó, dándome una sonrisa de confianza. —Tenemos una cita, con el Doctor Camilo.

—Juliana ¿no? —mis ojos se abrieron inmediatamente al escuchar mi nombre salir de sus labios. ¿Ella me conocía?

—Si, soy yo —contesté, pensando quizá que ella había leído mi nombre en la ficha de citas y había intuido que era yo la siguiente.

—Vaya, cuanto tiempo, ¿me recuerdas? —preguntó, sonriéndome dulcemente.

¿Debía hacerlo?

—No, lo lamento, no tengo idea de quien es usted.

—Oh, cariño —contesto, apenada. —el Doctor está esperando por ti, pasen —dijo, cambiando inmediatamente de tema. Al parecer, le había dolido que yo no la reconociera, pero no podía hacer nada al respecto.

Así que me giré, dándole la espalda, girando el pomo de la puerta y entrando a la oficina. Esto era difícil y podría cambiar mi vida, pero, aun así, no estaba tan nerviosa como mi primera consulta con Valentina.

Al entrar a la gran habitación —la cual se veía realmente acogedora—. Un hombre, de cabello blanco y gafas que tapaban casi la mitad de su cara, estaba sentado frente a mí, con una pequeña sonrisa. Sara me dio un apretón en el hombro, empujándome suavemente para entrar.

―Hola, Juliana, me da gusto volver a verte ―saludo alegremente. Fingiendo. Claramente mucho de los psicólogos debían fingir estar felices para darle confianza a sus pacientes.

Pero algo fue raro, aunque creía que su alegría era falsa, algo me decía que no era así.

Sonreí, sentándome. ―Supongo ―conteste, incapaz de decir algo más. Él rio, haciéndole una seña a Sara para que se sentara a mi lado.

El suspiró, mirándonos fijamente por unos minutos.

―¿Quieres que comencemos?

Me encogí de hombros. ―Si, claro.

―Bueno, pues, cuéntame, ¿qué ha sucedido?

―Yo... bueno... estoy ―mi voz se fue apagando con cada palabra, aún no se me hacía fácil decirles a las personas que estaba en una consulta con una sexóloga por mi problema de aun-virginidad-a-los-veinticinco.

―¿Le digo yo? ―preguntó Sara. Al ver mi clara incomodidad. Solo asentí y ella sonrió, comenzando a hablar. ―Vera ¿recuerda usted cuando nos dijo que sería difícil para Juliana ejercer una relación sexual?

El Doctor asintió, y yo solo miré a Sara confundida. ―Si lo recuerdo... ¿sucedió?

―Pues íi, estamos, bueno, ella está yendo a una consulta con la sexóloga. Valentina Carvajal ―el psicólogo asintió, como si conociera a Valentina, Sara continuo, pero no podía escucharla.

¿Como era que Sara sabía que tendría complicaciones a esta edad? La fija mirada de Camilo en mí, provoco que toda mi atención se centrara en él. Suspire, sabiendo que ahora vendría la verdad.

Aquella verdad que había convertido mi anterior vida en una mierda.

―Así que, lo que ha sucedido en este corto periodo de tiempo, te ha recordado a Frank.

―Bueno, algo así, solo recuerdo su nombre... nada más ―él asintió, dejando a un lado aquel cuadernillo que siempre los psicólogos usaban.

―Cuando tú tenías diez años, Juliana. Algo sucedió en tu familia. Con tu madre, contigo. Con tu padre e incluso con tu hermano ―dice, cruzando las piernas, recostándose en el sillón, sin dejar de mirarme.

―¿Hermano? Perdón, pero, yo no tengo un hermano.

―Si, lo tienes, y su nombre, es Frank.

Esperen. Esperen. Alto allí. ¿Yo tenía, es más, tengo un hermano llamado Frank? Mi respiración se volvió espesa, no podía respirar bien. Miré a Sara, quien mantenía su cabeza agachas.

―¿Qué fue lo que sucedió? ―pregunté, con la voz pendiendo de un hilo. Sara gimió, mirando a Camilo, esperando impaciente a que la verdad saliera de sus labios.

―Tu hermano, Frank ―se corrigió. ―Sufría un pequeño trastorno mental. Lo que lo hacía ponerse agresivo con quien sea. Estuvo internado unos años en un hospital mental cerca de Canadá un par de años. Los médicos le dieron el alta creyendo que él estaba curado. Pero no fue así. Al llegar aquí, Frank fue diagnosticado con bipolaridad severa, lo que hizo aún peor su condición ―hizo una pausa, esperando a que pudiera procesar bien la información, hice un sonido con mi garganta pidiéndole continuar. ― La clínica era costosa y ustedes no tenían los recursos para volverle a internar, por lo que tu padre tuvo que salir a trabajar al extranjero. Allí las cosas se pusieron peores. Tu madre no tenía la fuerza como para detener a Frank en sus crisis. Por lo que él la golpeaba sin parar hasta que se cansaba. Hasta que un día. Eso no fue suficiente. Tu hermano... Frank. Paro de golpearla repentinamente. Subiendo hasta tu habitación, abusando de ti ―dijo directamente, sin titubeos, ni detalles. Sollocé, recordando la vez que soñé aquello. ―Luego de eso. Él jamás paro, hasta que un día tu padre llego a casa, encontrando a tu madre tirada en el duelo, inconsciente, y escucho tus gritos desde arriba. Lo que lo asusto. Frank aún no se calmaba lo suficiente, así que cuando tu padre quiso detenerlo, también lo atacó.

―¿Dónde está Fran ahora? ―pregunte asustada, incapaz de detener mis sollozos, estaba realmente alterada.

―Tú te escabulliste hasta la cocina, donde tomaste un cuchillo. Al llegar a la habitación ―suspiró, poniéndome nerviosa― Se lo enterraste en la espalda, como medio de defensa hacia tu padre. Él cayó al suelo, desangrándose, muriendo minutos después.

―¿Qué? ―pregunte, mi voz resonó en toda la habitación.

Esto no podía ser cierto. El nudo en mi garganta no me dejaba respirar bien. Me agarré a un extremo del sillón cuando sentí que todo a mi alrededor comenzó a dar vueltas. Un gritó salió de mi boca al segundo en que sentía que todo para mí se volvía negro.

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