Capítulo 15

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El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve. En el castillo hacía frío, pero con las chimeneas encendidas ayudaba a que fuer más llevadero. Por el contrario en el carruaje tenían que encender la chimenea cada dos por tres, porque el frío se colaba en todas las habitaciones. Daira comenzó a hechizar su ropa para que desprendiera calor, además de llevar una capa de invierno para abrigarse algo más.

Hagrid mantenía los Abraxas de Madame Maxime bien provistos de su bebida preferida: whisky de malta sin rebajar. Los efluvios que emanaban del bebedero, situado en un rincón del potrero, bastaban para que la clase entera de Cuidado de Criaturas Mágicas se mareara. Esto resultaba inconveniente, dado que seguían cuidando de los horribles escregutos y necesitaban tener la cabeza despejada.

—No estoy seguro de si hibernan o no —dijo Hagrid a sus alumnos, que temblaban de frío, en la huerta de las calabazas—. Lo que vamos a hacer es probar si les apetece echarse un sueñecito... Los pondremos en estas cajas.

Sólo quedaban diez escregutos. Aparentemente, sus deseos de matarse se habían limitado a los de su especie. Para entonces tenían casi dos metros de largo. El grueso caparazón gris, las patas poderosas y rápidas, las colas explosivas, los aguijones y los aparatos succionadores se combinaban para hacer de los escregutos las criaturas más repulsivas que hubieran visto nunca. Desalentada, la clase observó las enormes cajas que acababan de llevarles, todas provistas de almohadas y mantas mullidas.

—Los meteremos dentro —explicó Hagrid—, les pondremos las tapas, y a ver qué sucede.

Pero no tardó en resultar evidente que los escregutos no hibernaban y que no se mostraban agradecidos de que los obligaran a meterse en cajas con almohadas y mantas, y los dejaran allí encerrados. Hagrid enseguida empezó a gritar: «¡No os asustéis, no os asustéis!», mientras los escregutos se desmadraban por el huerto de las calabazas tras dejarlo sembrado de los restos de las cajas, que ardían sin llama. La mayor parte de la clase (con Malfoy, Crabbe y Goyle a la cabeza) se había refugiado en la cabaña de Hagrid y se había atrincherado allí dentro. Harry, Ron, Hermione y Daira, sin embargo, estaban entre los que se habían quedado fuera para ayudar a Hagrid. Entre todos consiguieron sujetar y atar a nueve escregutos, aunque a costa de numerosas quemaduras y heridas. Al final no quedaba más que uno.

—¡No lo espantéis! —les gritó Hagrid a Harry y Ron, que le lanzaban chorros de chispas con las varitas. El escreguto avanzaba hacia ellos con aire amenazador, el aguijón levantado y temblando—. ¡Sólo hay que deslizarle una cuerda por el aguijón para que no les haga daño a los otros!

—¡Por nada del mundo querríamos que sufrieran ningún daño! —exclamó Ron con enojo mientras Harry y él retrocedían hacia la cabaña de Hagrid, defendiéndose del escreguto a base de chispas.

—Bien, bien, bien... esto parece divertido.

Rita Skeeter estaba apoyada en la valla del jardín de Hagrid, contemplando el alboroto. Aquel día llevaba una gruesa capa de color fucsia con cuello de piel púrpura y, colgado del brazo, el bolso de piel de cocodrilo.

Hagrid se lanzó sobre el escreguto que estaba acorralando a Harry y Ron, y lo aplastó contra el suelo. El animal disparó por la cola un chorro de fuego que estropeó las plantas de calabaza cercanas.

—¿Quién es usted? —le preguntó Hagrid a Rita Skeeter, mientras le pasaba al escreguto un lazo por el aguijón y lo apretaba.

—Rita Skeeter, reportera de El Profeta —contestó Rita con una sonrisa. Le brillaron los dientes de oro.

—Creía que Dumbledore le había dicho que ya no se le permitía entrar en Hogwarts —contestó ceñudo Hagrid, que se incorporó y empezó a arrastrar el escreguto hacia sus compañeros.

La hermana de Hermione GrangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora