Un rayo de luz cruzaba en ángulo de picada desde la ventana frontal de la sala, reflejándose a lo largo de su trayectoria por el suelo. Miré hacia el reloj que se encontraba sobre el mueble de fotografías; las nueve treinta. Vaya... Al final, el señor William Perfecto Franklyn Miller tenía un defecto: impuntualidad. Definitivamente una tacha en su lista de pros y contras.Miré a través de la ventana, y me encontré con el mañanero pueblo que abría los ojos con la salida del sol en plena madrugada. Entrometiéndose en mi perfecta vista a la calle, llegó una combi blanca con franjas color aqua (exactamente dos por el medio). Se detuvo frente al porche de la casa, y observé como Omar bajaba del asiento del copiloto. Ya estaban allí.
Me levanté del sillón, y di pequeñas zancadas hasta llegar a la puerta principal. La abrí sin desdén, y capté a Omar a punto de darle un toque a la puerta, con el puño por encima de su cabeza listo para tocar.
- ¡Hey! – animado, pero confundido, me miró con un tanto de intriga. - ¿Y ahora...?
- Creo que me levanté con ánimos de ir. – suspiré como si no fuera la gran cosa. Pero, totalmente al contrario, lo era.
Me había dado cuenta de lo antipática que podía llegar a ser... toda mi vida había sido así. Por eso quizás no tenía casi amigos en casa, me la pasaba sola con mi laptop escribiendo, viviendo dentro de mi cabeza. Pero ya había vivido en mi imaginación por muchísimo tiempo.... Y quizás era hora de empezar a vivir la aventura que el mundo real podía conducir. Eso es el placer de vivir, ¿Qué no?
Unos pasos a brincos se escucharon chocar contra los escalones. De repente, Will apareció en el pasillo, con una pequeña mochila al hombro, una camisa sencilla roja, y unas bermudas de Jean. Su reacción no fue tan alejada a la reacción que Omar tuvo al verme. Sus ojos se salieron de sus orbitas, y me examinó de pies a cabeza.
- ¿Iras? – yo alcé los hombros, y asentí con la cabeza después. Él sonrió de oreja a oreja, y animado tomó una de las correas de su pequeña mochila.
- Me alegra que al final te hayas animado a acompañarnos. – sonrió mi primo. - ¿Listos? – nos miró a ambos, y ambos dijimos que si con una sonrisa en el rostro. Claro, la sonrisa de Will era la misma de siempre, pero la mía no; intentaba refrescar mi sonrisa un poco... Italia sí que puede ser gran lugar para meditación interna.
La chica llamada Lucille rió al escuchar al tal John reír a carcajadas. Su risa era simplemente contagiosa, tanto, que hasta yo me reía.
Helena, Guilly, Frank, Diego, Sarah, Paulette (mi prima) Omar (Mi Primo) Ursulla, Lucille, John, Wll y yo. Todos de entre diecinueve – veinte – veintiún años a lo mucho. Todos en esa combi, riendo y viendo la costa extenderse por un costado de la carretera. Simplemente bello. Will rió tan fuerte por lo que Frank dijo, que apenas logra no golpearme por su emoción. Estaba sentado junto a mí, y se le veía bastante... feliz. Sonreía muchísimo, y reía con singular alegría ante los chistes de aquellos siete desconocidos, y mis dos primos. Él, al contrario mío, era sociable... quizás más de lo que convenía.
- ¡Ya llegamos! – dijo Omar en el asiento del copiloto al frente. Lucille, una chica de perfecta sonrisa y cabello negro amarrado en una coleta a lo alto de su cabeza con un pañuelo adornándolo, abrió entonces la ventanilla pequeña, cuando Frank (el conductor) empezó a adentrarse a la Playa por el camellón. La brisa del viento chocó con su rostro, y en mi caso hizo volar el cabello dentro de la cabina, aturdiendo a Will. Guilly rió levemente, mientras que Diego se burlaba escandaloso.
La verdad era que, eran bastante agradables. Aquí la única que desencajaba era yo.
De repente, la combi se detuvo. Miré por la ventana y ya se encontraba el agua azul aqua frente a nuestros ojos, extendiéndose por kilómetros y kilómetros; arena blanca y clara y palmeras adornando el contorno. Un paraíso. Por mucho que fuera la misma agua que Nove, Esa playa era mil veces más hermosa, y si tomamos en cuenta que la playa en Nove es simplemente espectacular pues...