Capítulo 3.

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No es como si ella hubiera estado en ese tipo de situación anteriormente, pero otro de sus mejores amigos, Juliana, tenía la mala costumbre de narrarle sus aventuras nocturnas mientras que trabajaban en la cafetería y ella sin poder hacer nada, se golpeaba la cabeza contra cualquier cosa dura al tiempo que el menor terminaba con su relato de la semana.

Pudiera ser por eso o bien por el posible coma etílico que estaba por darle que no le sorprendió tanto ver a personas semi-follando en los pasillos laterales de la sección apenas cruzar la cortina, mientras que otros cuantos ya lo estaban haciendo en pequeños "cubículos" en el pasillo principal; apenas delimitados por gruesas cortinas negras que muchos ni siquiera se habían molestado en cerrar.

Podría estar incluso drogada, pero ni siendo así le agradaría la idea de ver o escuchar a parejas follando sin ton ni son, por lo que prefirió irse por el pasillo de la derecha y evitarse vistas desagradables.

El pasillo se encontraba abarrotado con parejas de todo tipo: hombres con mujeres; mujeres con mujeres; hombres con hombres... A la pelinegra le había parecido ver incluso un trío. Pero no le importaba. Ninguna de esas personas era la que ella estaba buscando.

Detuvo su andar. Estática. Repentinamente confundida.

Una duda llegó como un balde de agua helada directo a su cabeza. De improviso. Sin cuidado. Devolviéndole momentáneamente la sobriedad. ¿Por qué estaba buscando a la chica? ¡Ni siquiera conocía su nombre!, ¡Ni siquiera la conocía! Y sin embargo ahí estaba, parada a la mitad del pasillo en medio de un montón de personas potencialmente excitadas y alcoholizadas; esperando encontrar un pequeño rastro de la chica con sonrisa parecida a la del gato Cheshire.

Su parte racional —la poca que quedaba de pie— le decía a punta de gritos y patadas que saliera en cuanto antes de ahí mientras aún tenía la oportunidad de hacerlo. Pero, por otro lado, se encontraba una parte de ella a la cual todavía no le había asignado un nombre; era esa que le pedía con dulces y seductoras palabras que se quedase. Que encontrara la chica. Que corriera, por primera vez en la vida, riesgos y se dejara llevar por el momento al menos una vez.

La posibilidad era sumamente tentadora, como el canto de una sirena. Sereno. Seductor. Lleno de promesas obscenas que parecían tan correctas...

No había mucho que pesar y sin embargo ella permanecía ahí de pie como una verdadera idiota al intentar tomar una decisión que ya había sido tomada por ella desde el momento en el que se dejó moldear por las manos de la rubia y terminó siguiéndola hasta esa sección del antro.

Una risa sin gracia salió de sus labios. No sabía ni su nombre y ya se encontraba irrevocablemente atraída por ella.

Cuando llegó a lo que parecía ser el final del pasillo no pudo evitar soltar un bufido de frustración al no haber encontrado a la chica. Frente a la morena se encontraba una puerta metálica de color plata que tenía una de esas cerraduras de tarjeta comunes de los hoteles. No hizo ni siquiera el intento de abrirla, sabiendo de antemano que no conseguiría nada con eso siendo que ni por asomo contaba con la tarjeta de acceso.

Tal vez la otra se había ido por el pasillo contrario. O bien se había dirigido al pasillo de los cubículos. No lo sabía, pero no lo averiguaría si seguía ahí de pie.

Decidida, dio media vuelta sobre sus talones, chocando con alguien justo al instante de hacerlo, cosa que la hizo trastabillar hacia atrás.

—Lo lamento —se disculpó con los ojos mirando al suelo.

Juliana se movió a un lado para irse del sitió, pero antes de poder avanzar dos pasos siquiera la persona con la que había chocado le tomó del brazo impidiéndole marcharse. Se volteó confusa en su dirección en busca del porqué de aquella acción, pero, una vez más, terminó perdiéndose esos ojos azules que venía buscando desde hacía rato.

—Tú... —el monosílabo le salió tan parecido a un suspiro debido a que el ruido de la música en el exterior no daba para que fuera de otra manera.

—La misma, señorita —la rubia sonrió cuando la menor la reconoció y casi por instinto, llevó una de sus manos a la nuca de la chica mientras que la otra se deslizaba hasta su cadera para tomarla con decisión.

Juliana jadeó de la impresión, pero aun así se negó a separar sus ojos de los ajenos. Extrañamente, el apodo asignado por la otra no le molestó en lo absoluto. No era tampoco como si fuera la primera en referirse así de ella gracias a sus mejillas sobresalientes. En su lugar le sonrió de la misma manera traviesa y por unos segundos llevó su mirada a los finos labios de la rubia.

Hacía apenas un rato se había quedado con las ganas de besar aquellos belfos delgados que la hacían estremecerse con apenas un roce y ahora por fin los tenía ahí a su alcance.

Se humedeció los labios con la lengua.

Cuando intentó besar una vez más a la otra, está en lugar de alejarse como la vez pasada, sonrió de forma ladina contra los labios de la otra antes de unir éstos con los suyos; al tiempo que presionaba más el agarre en la nuca de la pelinegra para profundizar el contacto.

Juliana envolvió los brazos alrededor del cuello ajeno mientras se alzaba levemente sobre la punta de sus pies. La rubia lo notó y la palabra adorable cruzó por su cabeza de manera fugaz.

No se tomó la molestia de alejarse de los labios de la pequeña señorita mientras buscaba algo dentro de los bolsillos traseros de su pantalón. La manera en la que la otra mordía sus labios entre besos era simplemente excitante y no le importó demostrarlo al momento de hacer que su entrepierna semi-despierta se refregara contra la ajena. Al notar que la contraria estaba en las mismas condiciones que ella, un sentimiento de orgullo le recorrió el cuerpo.

Sacó la tarjeta de sus pantalones cuando por fin la encontró y aun sin dignarse a soltar a la otra, tanteo el terreno con la mano hasta que encontró la hendidura de la cerradura y deslizó de manera torpe la tarjeta por ella. Cuando escuchó un suave "bip" por parte del aparato, tomó con apuro la manija de la puerta y la giró para que ambos cuerpos pudieran entrar a la habitación entre tropezones torpes y risas que se ahogaban en la boca de la otra.

Tal vez, pensó Juliana, correr riesgos de vez en cuanto no le hacía daño a nadie.

Night Bar |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora