Capítulo 2.

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La desconocida pasó una de sus manos al frente del cuerpo de la pelinegra y se detuvo cuando llegó a la hebilla del cinturón ajeno mientras que la otra permanecía firme en su cadera. Sus dedos picaban por adentrarse al interior de la prenda y explorar el terreno hasta ahora desconocido, pero en su lugar se limitó a dejar la mano de la misma manera que la dueña del cuerpo que la venía tentando desde el momento en el que entró por las puertas del antro "Two Moons": con el pulgar adentro, por detrás de la hebilla, y el resto de los dedos descansando cerca de la entrepierna.

La música cambio, imponiendo un ritmo un poco más veloz, pero sin llegar a considerarse realmente rápido, más bien... Era sensual y sexy. Juliana aprovechó el cambio de ritmos para pegarse más al cuerpo del ajeno, acción que fue bien recibida y misma que se vio recompensada con un par de labios posándose en el lado derecho de su cuello. Suspiró haciendo la cabeza hacía el lado opuesto, dándole más espacio para trabajar.

Podía sentir la respiración entrecortada de la otra chocar contra su mejilla, lo cual le dio a entender que la chica era como de su altura, quizás sólo un par de centímetros más alta que ella, tenía que verla para averiguarlo; la idea le pareció sencillamente atractiva.

Con una sonrisa traviesa marcada en el rostro, la morena comenzó a girar de manera lenta, moviendo las caderas sensualmente y sin alejarse más de lo necesario del calor que le transmitía el cuerpo ajeno. No se explicaba el porqué, no lo entendía, pero por alguna razón ese tacto, contrario a todos los roces fugaces que su cuerpo había recibido con anterioridad a lo largo de la noche, había provocado algo nuevo en ella; algo completamente desconocido y que había logrado desembocar una nueva ola de sensaciones que a sus veinticuatro años le resultaron aterradoramente fascinantes.

Finalmente, luego de lo que parecieron los segundos más lentos de su vida, Juliana quedó frente a frente con la chica que ahora tomaba su cintura con posesividad. Jadeó de impresión. La chica frente a ella era jodidamente atractiva; Juliana no le calculaba más de veinticinco años, llevaba el cabello rubio largo y peinado hacia atrás en una trenza media, su sonrisa con aire felino hizo que naciera en ella la enorme necesidad de besar sus labios delgados y sus ojos... Eran azules como el océano que Juliana se sintió perdida en ellos por una milésima de segundo; destilaban un deseo que parecía querer consumir de pies a cabeza a la pelinegra que ahora no podía apartar la vista del rostro de la más alta.

La música, los murmullos de la gente y todo lo demás a su alrededor dejó de existir en cuestión de segundos. Por un momento, solo eran ellas dos. Por un momento, sólo eran sus miradas conectadas. Por un momento, sólo eran sus labios chocando y moviéndose de manera rítmica, casi sincronizada, como si el acto en cuestión hubiera sido premeditado y planeado detalle por detalle; cosa que estaba alejada de la realidad por más que sus mentes les gritaran que debía ser así.

Juliana jadeó cuando las manos de la otra se deslizaron ágilmente por su espalda e iniciaron un camino que iba de su espalda baja y ascendía por toda su columna hasta llegar al inicio de los omóplatos. Al llegar a esa parte lo que hizo fue deslizar sus manos al frente, rozando de manera pasajera el pecho de la chica por sobre la camisa blanca sin mangas que dejaba a la vista sus trabajados brazos y dejarlas estacionadas en los hombros ajenos.

El contacto de esos labios estaba volviendo loca a Juliana, pero lamentablemente era humano y tenía la necesidad de llenar sus pulmones con aire de vez en cuando para no morir; así que más por necesidad que por gusto, rompió el beso para jalar aire.

Estaba más que dispuesta iniciar un nuevo beso y hacer reaparecer aquel placentero hormigueo en su piel, pero por lo visto, la rubia tenía otros planes en mente ya que antes de que Juliana pudiera siquiera rozar sus labios, se apartó de ella con una sonrisa llena de promesas indecentes, comenzando a caminar lejos de la pelinegra para perderse entre las personas que seguían bailando ajenos al reciente encuentro de ambas chicas.

Sólo le tomó un par de segundos reaccionar antes de salir corriendo detrás de la ojiazul. El corazón le latía a mil mientras que sus ojos recorrían velozmente su entorno en un intento de localizar a la mujer hasta que por fin la encontró cerca de la barra y sus miradas chocaron. A Juliana se le secó la garganta cuando la vio morderse el labio inferior de manera sensual.

La más alta tomó un vasito pequeño cuyo contenido no logró identificar y después de ingerir el licor de un sólo trago —en realidad, no se necesitaba mucho más que eso por el tamaño del vaso—, le dedicó una última mirada a la morena que seguía absorta en el mismo lugar para luego salir de manera galante de la parte principal del antro; desapareciendo por una puerta que estaba a unos metros a la izquierda de la barra.

Una vez más sus piernas reaccionaron por sí solas, como si tuvieran mente propia y, para cuando quiso darse cuenta, se encontraba frente a la misma entrada. Una cortina de satén azul oscuro desempeñaba el trabajo de "puerta" y en la parte superior, una placa plateada citaba Darkrooms.

No era estúpida. Sabía —a pesar de no estar en sus cinco sentidos al cien por ciento— qué era un Darkroom y qué era lo que ocurría allí dentro.

Night Bar |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora