Diana creció aprendiendo a limpiar las cabañas en compañía de su madre que no paraba de contarle las mismas historias del lugar en el que vivían. Diana ya las sabía de memoria e incluso las repetía en voz baja mientras su madre recitaba cada palabra como si se tratara de un verso al que no debía cambiarle ni una sola oración.
En una que otra ocasión, Diana habló con los turistas que le preguntaban algo de la historia de Huasca de Ocampo. Ella gustosa y cuidándose de su padre, contestaba mientras se acomodaba el cabello y la ropa que se le maltrataba por tanto limpiar. No conocía nada de lo que hablaba, pero siempre los turistas quedaban conformes con lo que escuchaban y se marchaban al centro del pueblo para corroborar los datos que les decía Diana.
Ella se los quedaba mirando mientras subían a sus automóviles para ir a pasear. Ella no salía. Nunca lo hizo y no tenía permiso de su padre para hacerlo. Roberto siempre le dijo a su hija que la carretera era peligrosa y que alguien podía herirla. Diana nunca comprendió lo que iba a herirla, pero para evitarse problemas con su padre, lo obedecía.
Él era el único que se marchaba al pueblo una vez a la semana para comprar todos los víveres que se iban agotando en las cabañas. En ese tiempo a solas, Diana y Linda iban a la orilla de la presa para sentarse a descansar. Linda le repetía una y otra vez la historia de los enamorados que terminaban separados por la eternidad para no encontrarse nunca más. Diana se preguntaba qué se sentía enamorarse. Su madre no parecía muy enamorada de su padre. El trato entre ambos casi siempre era frío por parte de su padre y de respeto por parte de su madre. Roberto rara vez sonreía o le dedicaba una mirada cálida a su esposa.
Diana pasaba el tiempo imaginando que alguien la rescataba y le permitía hacer todo aquello que hacían las personas o, al menos, le dejaban hacer eso que ella se imaginaba que los demás hacían. Si su padre algún día le permitía ser un poquito libre, le pediría que la dejara aprender a leer. Le preguntaría sobre cómo hacer cuentas y le pediría permiso para poder ponerse detrás del mostrador y entregar las llaves de las cabañas a los inquilinos.
Con ese sueño en la cabeza, no tendría que ser una sombra que se dedicaba a limpiar y salir en silencio sin que nadie supiera de su existencia. Por alguna razón, algo dentro de Diana quería emerger para ser vista, quería ser escuchada y lo más importante, quería ser libre. Anhelaba sentir el aire despeinando su cabellera mientras andaba en un automóvil con la ventana abierta. Deseaba correr bajo la lluvia y no solamente correr en la lluvia cuando tenía que meter la ropa que estaba casi seca. Ansiaba con todo su ser andar por esos pasillos de la hacienda San Miguel Regla que su madre detallaba obsesivamente mientras limpiaban. Por un momento, quería ser la turista, la que descansaba y se marchaba lejos de ahí tras conocerlo todo para hundirse en una rutina que le iba a permitir hacer muchas cosas diferentes.
***
Fue un día soleado del mes de julio cuando lo vio por primera vez.
Diana y su madre acababan de terminar de limpiar la cabaña que daba justo a la entrada del lugar. El joven estaba bajando de su automóvil y hablaba con la mujer que miraba desde dentro con cierta suspicacia. Él era rubio. Tanto que Diana no creía que alguien así pudiera existir. Los ojos azules del joven desfilaron por todo el lugar y se encontraron con los de Diana que se desviaron casi de inmediato. Linda le dio un golpe en el brazo y le suplicó que se fueran rápido o Roberto iba a molestarse, pero el joven curioso se acercó llamándolas al no ver a nadie más.
—Disculpe —soltó con el acento esperado de un extranjero que apenas sí sabe hablar español—. Disculpe, señoritas.
En ese momento se acercó Roberto.
El joven perdió su atención en Diana y Linda que se alejaron sin detenerse.
—Bienvenidos a las cabañas «El rincón» —recitó Roberto como acostumbraba y la mujer, que ya había bajado del automóvil, lo miró con desagrado.
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Cuando eres espíritu no sueñas
RomanceTonatiuh, el dios del Sol, busca algo de forma desesperada desde hace milenios. Para encontrarlo, deberá viajar a través de la memoria de una mortal en la que descubre un pasado lleno de secretos y dolor. ¿Tonatiuh podrá encontrar lo que busca en la...