Anhelo

79 1 8
                                    

Los recuerdos de Diana se diluyeron frente a los ojos de Tonatiuh. Su pulgar cubría el agujero del cristal. El dedo del dios se calentó y pronto lo movió para dejar el humo dentro. Debía iniciar su viaje en la bóveda celeste. Guardó la bola de cristal y se puso en posición para iniciar su jornada. Pero husmear en la memoria de alguien más parecía crear un efecto en la suya. El momento que él y su hermano aparecieron frente a su padre creador revivió en su cabeza sin que pudiera evitarlo.

Fue casi de inmediato que surgieron delante del gran Ometeotl. Estaba sentado en su gran trono de obsidiana. A los tres dioses los envolvía una espesa negrura que sería amenazante para cualquier mortal que pudiera encontrarse en ese lugar. Tonatiuh se arrodilló en señal de respeto y Mictlantecuhtli hizo lo mismo. Ambos mantuvieron la mirada baja con las manos entrelazadas sobre sus rodillas. Ometeotl los analizó en silencio por unos momentos. Sostenía con firmeza su gran bastón que estaba formado con las columnas vertebrales de sus primeros sacrificios. Los huesos se entrelazaban y, hasta la parte de arriba, tenía un gran cristal que parecía tener un poco de humo dentro. Tamborileó los dedos por unos momentos sobre el reposabrazos y, tras lanzar un leve suspiro, se recargó en la mano. Ambos dioses mostraban respeto y Ometeotl quería saber toda la verdad. Husmear las imágenes en el cristal no le dejaba las cosas muy claras. Pese a ser el creador de todo lo que los mortales podían ver, Ometeotl a veces necesitaba hablar frente a frente con aquellos dioses que hacían funcionar el universo.

—¿Qué ocurre?

La voz grave de Ometeotl resonó por todas partes y ambos dioses alzaron el rostro con respeto.

Casi de inmediato los dos se percataron de ese característico centelleo en la piel de su dios supremo que se hacía presente como millones de diamantes con el mínimo movimiento. Mictlantecuhtli fue el primero en levantarse. Lo hizo de manera educada sin apartar los ojos del padre del universo.

—Tonatiuh me ha pedido que le entregue un alma —dijo con calma señalando a su hermano con una mano.

—Tonatiuh. —Ometeotl llamó al dios que permanecía agachado. Se levantó con gesto suplicante.

—Sé que es imprudente hacerlo, pero necesito el alma para comprobar algo —susurró con calma sin faltar el respeto.

—Las almas son de Mictlantecuhtli una vez que dejan el cuerpo y completan el viaje. Las almas de las madres que mueren en el parto y de los guerreros te acompañan por cuatro ciclos antes de convertirse en colibríes —dijo Ometeotl sin más rodeos.

—Eso mismo le he explicado —increpó Mictlantecuhtli.

—¡No soy estúpido! Sé perfecto cómo funciona, pero tengo que comprobar algo y para eso necesito el alma —Tonatiuh no pudo esconder su desesperación.

Mictlantecuhtli estaba muy sorprendido.

Tonatiuh no podía tener ese tipo de comportamientos frente al creador de todo. Ometeotl lanzó un leve quejido y se puso de pie sin soltar su gran bastón. Lo alzó levemente y lo golpeó contra el suelo que elevó un poco de polvo oscuro brilloso que se asentó casi de inmediato. Avanzó con paso seguro hasta donde se encontraban sus hijos. No estaba molesto. Tenía curiosidad. Los mortales siempre mostraban interés por los dioses. No era al revés. Una vez que estuvo frente a Tonatiuh, este bajo el rostro visiblemente arrepentido. Ometeotl puso el gran bastón frente a él.

—Necesito verlo —ordenó con voz pacífica y Tonatiuh asintió alargando la mano para tomar el bastón.

Una extraña electricidad recorrió el cuerpo de Tonatiuh y la negrura se apodero de sus ojos. El humo dentro del cristal comenzó a moverse y, tras unos instantes, Ometeotl pudo distinguir las imágenes. Vio a un joven cerca de un plantío de maíz. Notó que cuidaba a un viejo encorvado que caminaba con la ayuda de una gran rama seca. No había nada extraño en el joven. Era un simple mortal que iba y venía por la tierra. Cuando el mortal alzó el rostro, una potente descarga eléctrica le recorrió el cuerpo a Ometeotl. Sin demora, soltó el bastón y se observó la mano con curiosidad. Tonatiuh, que estaba más nervioso que en un principio, abrió los ojos.

Cuando eres espíritu no sueñasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora