El planeta estaba sumido en una tremenda oscuridad. Durante mucho tiempo, los dioses ya habían tenido oportunidad de crear civilizaciones y las cosas no salieron nada bien. Ahí estaban de nuevo, reunidos en las tinieblas mientras el fuego se elevaba hasta ser devorado por la infinidad de la bóveda celeste. Tenían frente a ellos al hombre más valiente que no dudó en lanzarse a las flamas.
Su mente podía recordar a la perfección las llamas que le envolvieron el cuerpo en el momento que su alma se lleno de valentía y se lanzó al fuego. El intenso calor le derritió casi de inmediato la piel, dejando al descubierto lo que había debajo. Sus atrofiados músculos cayeron en pedazos en medio de los gritos que emergían de su garganta y pronto el sonido que ensordecía a los presentes desapareció. Los huesos se fueron pulverizando mientras que el viento soplado por su hermano Quetzalcóatl los levantó en el cielo que se iba enrojeciendo.
Tonatiuh, con nuevos ojos, contempló todo lo que se iluminaba a su paso. Aquellos que habían estado presentes en los días anteriores de su acto lucían complacidos. Observaron gustosos el camino que tomó el quinto sol por el cielo y le dieron alimento en el momento que se negó a continuar con su camino. Necesitaba mucha energía pues peleaba cada noche con la oscuridad y usaba todos sus recursos para mantenerse con ese calor para seguir al día siguiente.
Pasaron milenios.
Millones de mortales posaron sus débiles ojos sobre él. Otros más ofrecieron su corazón para que pudiera continuar y muchas mortales ofrecieron su carne parasaciar sus necesidades cuando tenía permitido bajar a la Tierra paraalimentarse. De entre la multitud consiguió toparse aquella alma que lo cautivó al instante. El sudor que se deslizaba por su piel provocaba una incontrolable sed en Tonatiuh. Los latidos del corazón mortal resonaban en cada centímetro de su superficie. De tanta sangre que bebió, carne que devoró yalmas que acompañó, nunca había deseado tanto tener aquello con lo que se topabaen la tierra con cada viaje que hacía. Lo contemplaba desde la bóveda celeste, anhelando su vida.
Ardía con el poder de mil soles sobre sí y estaba seguro de que tener la sangre de ese mortal le daría la fuerza para andar mil millones de años más sin necesidad de requerir sacrificios. Hizo sus viajes y luchas sin poder sacarse la imagen del joven de la cabeza.
Lo iba a pedir.
Tenía la oportunidad de bajar y vagar por la Tierra. La lucha de ese día había terminado y aprovecharía cada segundo de su tiempo para exigir la vida del mortal. Caminó por la oscuridad del mundo. La tierra debajo de sus pies crujía ante el calor que emanaba su cuerpo. Con cada paso, dejaba detrás un pedazo de turquesa que se desaparecía en la tierra casi de inmediato.
Se acercó a la pirámide en la que vivía el falso dios al que los mortales llamaban «Tlamacazqui». Era el único mortal con el que tenía permitido establecer contacto. Subió los escalones con pasos firmes, teniendo claro lo que iba a pedirle.
Conforme iba acercándose a la cima, se hicieron presentes las risitas coquetas. Tonatiuh se aproximó a la entrada y se encontró con la imagen del Tlamacazqui envuelto con mujeres y hombres. Todos tenían la piel enrojecida por la excitación. El olor de los cuerpos llegó a la nariz de Tonatiuh que los contempló por unos momentos. El falso dios se detuvo al percatarse que su señor le observaba. Hipnotizado por la belleza del Dios del Sol, se puso de pie y se acercó al sitio en el que resplandecían los ojos dorados.
—Mi señor. —Se anunció con voz profunda inclinándose un poco.
Los demás se arrodillaron y no se atrevieron a mirarlo directamente. Sabían que el mínimo contacto con Tonatiuh podría asesinarlos. El Tlamacazqui se atrevió a contemplar el cuerpo lleno de cicatrices de su Dios. Eso le llenaba de orgullo porque sabía que estaba en presencia del más valiente, del guerrero al que le podría dar su propia vida si se la pedía.
—Hay un mortal —dijo Tonatiuh al fin—. Lo he visto mientras hago mis viajes por el cielo. Vive cerca del cultivo de maíz.
—Entiendo, mi señor —susurró con voz respetuosa para hacerle saber que estaba recibiendo el mensaje.
—Posee una vieja choza que comparte con un anciano que desempeña el papel de su padre —añadió.
—Lo comprendo —murmuró el Tlamacazqui al recordar a ese joven desgraciado al que la vida tanto le había arrebatado.
—Quiero todo... Hasta la última parte de su cuerpo...
—Señor —cortó la petición de manera atrevida—. Tengo miles de opciones que podrían saciar de manera exquisita todas sus necesidades. He aquí mismo algunas.
El Tlamacazqui señaló con ambos brazos detrás de él sin darle la espalda a Tonatiuh. En respuesta, el Dios del Sol soltó un quejido. No podía creer que se le negara una petición como esa. El Tlamacazqui tragó saliva. No debió atreverse a tanto.
—Solo quiero hacerle saber que no comprendo su deseo por un infeliz que apenas sí tiene maíz para alimentarse. Es tan delgado y tiene una voz temblorosa. Lo he tenido aquí en varias ocasiones y...
—¿Me harás pedirlo de nuevo? —Tonatiuh le estaba dando una oportunidad para que cambiara sus palabras.
—Así será. Se le brindará en sacrificio hasta la última parte de su cuerpo —corrigió el Tlamacazqui inclinándose y, al levantar la mirada, Tonatiuh ya se había marchado.
***
En los siguientes días, observó desde el cielo las acciones de los mortales ante su petición. Lo primero fue que acudieron a buscar al joven. Lo miró salir y dirigirse a los aposentos del Tlamacazqui. Pasaron unos minutos antes de que el joven saliera corriendo de vuelta a su hogar. Un anciano salió, como si presintiera el destino del joven. Se apoyaba de una vieja rama para caminar. Si ese viejo lo convencía de alguna manera o se oponía a que lo tuviera, llamaría a su hermano para que le arrebatara la vida. Nada ni nadie le quitaría a su mortal.
Pero se llevó una sorpresa.
El anciano tomó el rostro del joven y le limpió las lágrimas. Alzó el rostro en cuanto el muchacho se dejó caer de rodillas. El viejo presionó su hombro y dijo:
—Ser elegido para ofrecerte al Dios del Sol es un honor y lo sabes.
—No es un honor si eso significa que voy a dejarte desamparado —replicó el joven y Tonatiuh se sintió ofendido.
—Se acerca el solsticio de verano. Tu vida asegurará la continuidad del Sol. Tu temor nace de las ataduras mundanas que quieren obligarte a quedarte. Una de esas soy yo...
—Por favor. Por favor —suplicó el joven.
—Si ese es el destino, que así sea —dijo el viejo. El muchacho se puso de pie y entró en la choza.
Al siguiente día, acudieron varios hombres que llevaban consigo grandes canastas llenas de maíz hasta el tope. El joven salió y no miró atrás, aunque el viejo se quedó observando su andar por un rato. Llevaron al joven ante el Tlamacazqui que lo recibió gustoso. Los siguientes días fue alimentado, celebrado e hicieron que saciara todos los caprichos que le venían en gana.
El día del sacrifico llegó y el Tlamacazqui tomó con fuerza la obsidiana con ambas manos y alzó la mirada para ver a Tonatiuh en su punto más alto.
—¡Qué este sacrificio asegure la continuidad de nuestro señor! —gritó sin apartar los ojos del cuerpo celeste.
Por otro lado, el joven estaba inmóvil. Miró a Tonatiuh y los ojos comenzaron a arderle. El intenso brillo le estaba quemando las córneas y una delgada capa de sudor le cubrió el cuerpo. Cuando notó que el filo de la obsidiana estaba por atravesarlo, el calor fue abandonando su cuerpo. Las cuatro manos que lo sostenían se mantuvieron firmes.
De pronto, todo fue oscuridad.
Preguntas: Sería genial que al contestarlas les pusieras un número para saber bien lo que opinas.
1.-¿Qué te parece esta primera parte?
2.- ¿De qué crees que va a tratar la historia?
3.-¿Tienes claro de lo que habla este capítulo?
4.-¿Cuál es tu opinión en general de este capítulo?
Muchas gracias. Espero que puedas continuar leyendo la historia.
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Cuando eres espíritu no sueñas
RomanceTonatiuh, el dios del Sol, busca algo de forma desesperada desde hace milenios. Para encontrarlo, deberá viajar a través de la memoria de una mortal en la que descubre un pasado lleno de secretos y dolor. ¿Tonatiuh podrá encontrar lo que busca en la...